Es el leitmotiv con el que el régimen egipcio ha publicitado la obra inaugurada este jueves en Ismailia, sobre el Canal de Suez. Un ensanchamiento del Canal existente de 37 kilómetros y la construcción de otro que corre en paralelo a lo largo de 35 kilómetros. En apenas 12 meses, y cumpliendo a rajatabla el plazo autoimpuesto, el ex general Abdel Fattah Al Sisi ha finalizado lo que presenta como su gran logro. Se destinaron al nuevo canal 8.500 millones de dólares. En un "acto patriótico" parte de los ciudadanos respondió a la llamada de las autoridades a ayudar en el financiamiento con la compra de acciones; según el Gobierno en sólo ocho días se recaudaron 6.500 millones.
El Canal, estratégico en la ruta del petróleo, maneja un 7,5 por cien del comercio mundial por vía marítima. El objetivo declarado es levantar la maltrecha economía nacional que depende igualmente del turismo y las remesas de los siete millones de egipcios que trabajan en el extranjero.
Actualmente el Canal deja una entrada anual de 5.300 millones de dólares. La meta son 13.200 millones para 2023. Se pretende duplicar el número de cruces de barco diarios de 49 a 97 en menos de diez años. Pero para que esto sea factible el presente índice de crecimiento anual del transporte marítimo global tendría que ser mucho más elevado de lo que es hoy.
Se confía en combatir la tasa de desempleo, que alcanza un 13 por cien (la cifra real es mayor) y reforzar la moneda local, afectada por la falta de turismo y la fuga de inversores extranjeros. De hecho, el nuevo canal es la pieza central de Al Sisi para revitalizar la economía. Se espera, asimismo, atraer inversiones para convertir lo que es un desierto atravesado por una vía de agua, en un centro industrial y logístico de primer orden. Incluso se habla de la cifra de un millón de puestos de trabajo.
Mucho más importante para Al Sisi, sin embargo, es la demostración de poder tanto a nivel interno como externo. Su régimen ha sido cuestionado desde el momento mismo en que derrocó hace dos años al islamista Mohamed Mursi, primer mandatario elegido democráticamente tras más de seis décadas de dictaduras militares. Críticas alimentadas por su sesgo autoritario y por la represión. También desde el exterior.
La demostración de músculo militar fue patente. Con un desfile de aviones de guerra, helicópteros y barcos tuvo lugar la fiesta de inauguración. La seguridad quedó reforzada con el despliegue de 10.000 miembros de Policía y FFAA, además de unidades especiales, y garantizada mediante un sinfín de retenes militares y controles. La violencia es cada vez más frecuente en Egipto y casi constante en la península del Sinaí. El exministro de Defensa y jefe del Ejército no se privó de lucir su uniforme en la inauguración. Al Sisi persigue a los grupos terroristas y extremistas y, como viene siendo habitual, el régimen pone especial énfasis en incluir entre esos grupos al movimiento político de los Hermanos Musulmanes, de Mursi, centro de una fuerte corriente de represión a la disidencia.
Es muy discutible que el "gran sueño" vaya a aliviar a los sectores más pobres de la sociedad egipcia. Al menos un cuarto de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Conociendo el poder castrense todo hace temer que la gran beneficiaria será la elite militar y económica que absorbe y controla los grandes negocios. Desde luego, el "renacimiento", otra consigna de los funcionarios, no cambiará nada en el tristísimo récord de derechos humanos, constantemente violados. Ha sido considerable el número de egipcios que festejaron la proeza de ingeniería. Otros muchos estando en contra se mostraron reservados, por precaución. Y, aunque es lo que menos salta a la vista, también hay indiferencia.
Esta obra faraónica coincide con el anuncio de otros megaproyectos del mandatario: la construcción de una nueva capital 30 kilómetros al este de El Cairo. Su coste sería de 40 mil millones de dólares y su tamaño siete veces el de Manhattan. La "Nueva Cairo" tendría 100 barrios y un aeropuerto internacional.
No obstante, no se habla de un problema realmente acuciante como es el paulatino hundimiento del fértil delta del Nilo, crucial para la agricultura y donde vive la mitad de los egipcios. Algo que sí interesa a los más pobres.
Más que un regalo al mundo, o a su pueblo, en primer término Al Sisi parece haberse hecho un regalo a sí mismo.