Director creativo en La Salle Campus Madrid

En qué estará pensando la empresa para no tener claro cómo llamar a lo que, según todo el mundo, constituye su fundamental fuerza. Es decir, a su gente. Veamos algunas alternativas que se han aportado, con los pros y contras de cada una de ellas.

Los adolescentes se caracterizan, entre otras cosas, porque creen que lo que piensan es la verdad. El genial Jean Piaget, aquel científico suizo que a golpe de meticulosidad y perseverancia revolucionó la Psicología, nos contó que, en la adolescencia, ocurre una suerte de egocentrismo cognitivo que provoca un exceso de confianza respecto a los propios pensamientos. Por eso es imposible discutir con un adolescente: en el mundo de las ideas siempre ganan.

Pelar un ajo deja un olor indeseable en las manos. De ahí la infinidad de trucos en Internet que intentan evitarlo. De la misma manera, freír sardinas deja un tufo insoportable en la cocina. Y muchos de los guisos que nos llenan los ojos y el estómago implican cierta complicación, además de los consabidos y persistentes efluvios. Por si esto fuera poco, los gurús del interiorismo han decidido que es mejor anejar la cocina al salón, por aquello de que uno más uno pueden ser dos y medio. Y como nadie quiere ver la pila rebosante de cacharros o las mondas de patata en la encimera desde el sofá, esta nueva tendencia se ha sumado a los hechos anteriores arrojando una única conclusión: cada vez cocinamos menos.

La queja documentada más antigua del mundo data del año 1750 AC. Está dirigida a Ea-Nasir, un comerciante que viajaba al Golfo Pérsico para comprar cobre que luego vendía en Mesopotamia. Entre sus clientes estaba Nanni, quien envió a un mensajero con dinero para comprar el metal. Ea-Nasir le entregó cobre de mala calidad, diciéndole que, si quería, que lo cogiera y que, si no, que se fuera. La insólita hoja de reclamaciones está escrita en una tablilla cuneiforme que fue encontrada en las ruinas de la antigua ciudad de Ur, uno de los primeros núcleos urbanos de la humanidad. Parece ser, pues, que la queja es algo consustancial a la civilización.

En algún punto de la Ruta 66, junto a una de esas viejas cafeterías que preludian el polvoriento Mojave, hay un cartel que reza: "No hay religión más elevada que el servicio a las personas. Trabajar por el bien común es el credo más importante". Es fácil fantasear con la idea de que ese cartel fue ingeniado en los tiempos de Steinbeck, hace décadas, cuando aquella carretera vertebraba tanto tráfico y tantos sueños. Quizá lo elaboró alguien con vocación de servicio a los viajeros, que llegaban cansados, hambrientos y sedientos tras largas horas al volante. Quizá ese alguien disfrutaba viéndolos perderse en un plato repleto de comida, con un café servido en una taza sin fondo y el consabido vaso de agua al lado. Acaso esa persona les entretenía con algo de conversación, con el último acontecido que hubiera ocurrido entre Amarillo y Albuquerque o, tal vez, con algún chiste, repetido a miles de viajeros, pero siempre interpretado con la frescura de la primera vez.

Quien más quien menos se ha tomado menos que más en serio las profecías de Michel de Nôtre-Dame, más conocido como Nostradamus. Comenzando por la que auguraba que en 1999 llegaría del cielo "un gran rey de terror", lo que quiera que eso signifique. Aunque sus textos eran igual de vagos que el horóscopo, y por tanto se puede encontrar en ellos la misma cantidad de ambigua verdad, lo cierto es que debió ser una persona muy popular. Parece ser que tenía muchos clientes que llegaban de tierras lejanas para dejarse inundar por su sabiduría. Lo cual no refleja tanto la exactitud de ésta como el ansia de seguridades que debían tener en aquel tan convulso siglo XVI. Cosa explicable, quizá, en tiempos preilustrados y muy lejanos a las revoluciones industriales. Tiempos de alquimia, cabalistas y peste bubónica.

Si le preguntáramos a los empleados de cualquier empresa por los valores de la entidad en la que trabajan, en un porcentaje muy alto no sabrían responder. Y sin embargo las organizaciones invierten grandes sumas de dinero y esfuerzos en clarificar cuáles son sus valores y en difundirlos. A pesar de ello, con el paso del tiempo los valores se van dejando atrás, quedando escritos en las páginas web o en carteles colgados en las paredes de las oficinas que, por cierto, con el teletrabajo ni siquiera se ven.

Sin quererlo o queriendo a menudo nos enredamos en el barroco artificio de la terminología impostada. Y así es que forwardeamos un mail desde nuestro inbox para trabajar el briefing con el staff de cara al workshop y, entre call y call, les pasamos a los partners un update. Vamos tan a full para llegar a los deadlines que a veces necesitamos un break en el afterwork. Y tras el standby retomamos el work in progress, ultimando slides para el kick-off, pidiendo feedback a nuestro team de juniors y seniors para el sprint. Eso sí, de business casual si es viernes. En fin, todo muy agile y muy a tope de empowerment, la multivitamina del momento. Quizá esta jerga nos hace estar a salvo dentro del rebaño, o tal vez es la manera de darnos tono y sentirnos importantes.

Es imposible que no se nos vayan los ojos cuando vemos por la carretera uno de esos coches míticos que han hecho historia. Un Ford Mustang de los 50 (posiblemente el coche que más veces ha aparecido en el cine), un Porsche 911 original o un Aston Martin DB5 (el primer automóvil que tuvo James Bond). Y no digamos ya si tenemos la suerte de ver circulando un DeLorean DMC-12 (el coche de Regreso al Futuro). Sin embargo, de un tiempo a esta parte esto pasa más bien poco, no solo porque esos modelos han ido envejeciendo y desapareciendo sino, sobre todo, porque cada vez hay menos sustitutos. ¿Cuál es el motivo?

En el sector de la formación la pandemia ha incrementado dos fenómenos: por un lado, la necesidad de desarrollar competencias. Es verdad que esto siempre ha sido una constante, pero últimamente tanto los profesionales como las organizaciones constatan que necesitan incorporar más habilidades, para hacer frente a todos los cambios que están aconteciendo. Y por otra, la cantidad de ofertas de formación online que crecen al calor de las restricciones sanitarias. En otras palabras, no solo ha aumentado la demanda, sino también la oferta.