
En qué estará pensando la empresa para no tener claro cómo llamar a lo que, según todo el mundo, constituye su fundamental fuerza. Es decir, a su gente. Veamos algunas alternativas que se han aportado, con los pros y contras de cada una de ellas.
Recurso
Quizá la expresión más desafortunada y raquítica de todas. Llamar a las personas recursos es equipararlos al resto de elementos que actúan sobre la cadena de valor. O sea, por ejemplo, a la tecnología o a los materiales. Desde esta óptica no habría mucha diferencia entre un ordenador, un saco de patatas y una persona. Posiblemente nadie se ha dado cuenta de lo mal que suenan expresiones como "tenemos que incorporar (o desvincular) a un recurso", en la que ya ni se especifica que sea humano.
Colaborador
No suena mucho mejor, la verdad. Es un término cuya definición es "que colabora" y cuyos sinónimos, por ejemplo, serían "ayudante" o "asistente". Es decir: la empresa (lo que quiera que sea eso) hace algo, y las personas que en ella trabajan lo apoyan. Pero queda claro que quien establece la ruta y quien aporta la potencia fundamental es la empresa (que, hay que insistir, sin personas no se sabe exactamente qué es).
Empleado
Si se piensa bien, es difícil que las personas sientan algún tipo de compromiso si la palabra que se usa para denominarlas se basa en el hecho (cierto pero insuficiente) de que tienen una relación contractual con la organización. Que trabajen o no, que estén motivados o no, y que se lleven bien con los demás o no, queda por tanto fuera de la ecuación.
Trabajador
Una expresión acaso algo más adecuada, aunque, desde luego, tampoco resulta ni definitiva ni del todo explicativa. Aunque aquí las personas no solo se definen por el mero hecho de estar empleadas, sino que ya se considera que trabajan, esta palabra tiene un cierto aroma sindicalista y pone el énfasis en lo que la empresa necesita, no en lo que la persona busca como sentido en la vida y como fuente de autorrealización. Es decir, definimos a las personas por lo que hacen, no por lo que son. Que es, al fin y al cabo, lo más significativo que pueden aportar.
Profesional
En esta expresión observamos un cambio de eje. Ya no se pone a la organización por delante, sino que lo que se dice es que la persona tiene una cualificación para hacer lo que quiera que sea que haga. Sin embargo, como todos sabemos, ni todos los empleados ni todos los trabajadores son profesionales. De hecho, este asunto, la falta de profesionalidad de quienes trabajan en la organización, es un problema recurrente de no pocas organizaciones.
Persona
Hace algunos años muchos departamentos de recursos humanos se convirtieron en departamentos de personas. Aquí por lo menos se hace énfasis en el lado más interesante de los miembros de un equipo, y es que, precisamente, se trata de seres humanos. Sin embargo esta expresión adolece de especificidad. Una persona es Ana, que trabaja en contabilidad, y también Julián, que está jubilado y está ahora mismo sentado en el parque dando de comer a las palomas.
Funcionario
Aunque este término solo se usa en la función pública, no deja de ser interesante recogerlo debido a su definición. Según el diccionario de la RAE, un funcionario es una "persona que desempeña profesionalmente un empleo público". Lo relevante del caso es que una sola palabra contiene nada menos que tres de las anteriores (persona, profesional, empleado). Resulta, por tanto, y desde este punto de vista, la más completa de las que se utilizan. Eso a pesar de las connotaciones peyorativas con las que a veces se la considera.
Equipo
Una expresión interesante porque subraya la necesaria unión entre las personas que trabajan en una organización con un mismo fin, a la que sin embargo le falta funcionalidad porque, al referirse a una sola de ellas, habría que decir "miembro del equipo".
Personal
Otra expresión que denota colectividad y que, por tanto, plantea el mismo problema que la anterior, con el problema añadido de sus ecos relativos a la normativa laboral y demás asuntos legales que tienen que ver con el trabajo.
Otros
Hace poco Mark Zuckerberg, en su habitual alejamiento del mundo, dijo que iba a referirse a sus trabajadores como Metamates, que sería algo así como "compañeros de Meta". Sin comentarios. Más lejos quizá llegaron en Amazon, que llaman Amazonians a las personas que allí trabajan, y en Pinterest, donde usan el nombre Pinployees. Igualmente, sin comentarios.
Es evidente que cada uno le gusta que le llamen por su nombre, pero en una empresa de más de una persona esto se convierte en una tarea inviable. También es lógico que si en una organización todos son panaderos se pueda usar ese vocablo para referirse al conjunto de ellos. Sin embargo, en la mayoría de las organizaciones, se hace necesario utilizar un nombre unificado que comprenda en inclusiva consideración a todas las personas, con relativa independencia de sus profesiones o cometidos. Máxime en organizaciones donde, en aras de vaya usted a saber qué, se establecen categorías divisorias que, en ocasiones, se vuelven irreconciliables (como por ejemplo en la Universidad, donde se habla de PDI y de PTGAS, como quien habla de Villarriba y Villabajo).
El asunto es difícil de resolver porque, como se ve, cada una de estas expresiones tiene su historia y sus matices. Lo que sí es importante es que, en plena crisis del compromiso en las organizaciones y en medio del auge de la experiencia de empleado, y teniendo en cuenta, además, la necesidad de crear comunidades que promuevan la pertenencia y el arraigo, al menos deberíamos tener conciencia de cómo estamos denominando a las personas que trabajan dentro de una organización y de sus implicaciones. Es evidente que no es lo mismo llamar a alguien por su nombre de pila que por su apellido, de la misma manera que no es lo mismo usar "tú" o "usted".
En las palabras que utilizamos van encapsuladas nuestras concepciones del mundo, nuestros deseos y, también la manera en que consideramos a los demás. Por eso, mientras que las personas sigan siendo lo más importante en cualquier organización, y lo seguirán siendo durante mucho tiempo, debemos ser conscientes de cómo nos dirigimos a ellas, cómo buscamos su compromiso y cómo nos las ingeniamos para que, por su bien y por el nuestro, desarrollen todo su potencial.