Opinión | Daniel Cifuentes
Cada vez resulta más habitual que las empresas quieran regular los comportamientos de sus trabajadores a través de los denominados códigos éticos o de conducta. La utilidad de estos códigos para las empresas es doble. De un lado, permiten a las empresas regular más en detalle situaciones habituales en su día a día que, dada su especificidad, van más allá de los conceptos generales previstos en la normativa. De otro lado, y al tratarse de manifestaciones del poder de dirección del empresario, estos códigos pueden ser aplicados de manera unilateral por el empresario sin necesidad del consentimiento previo del trabajador, y sin que su implantación requiera un periodo previo de negociación o consultas con la representación de los trabajadores.