Antonio M. Simões Iglesias
El pasado 2 de junio de 2018, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que en 2015 y 2016 fue candidato por ese partido, sin éxito, a la Presidencia del Gobierno, ganó, por primera vez en España, una moción de censura contra el Gobierno de Mariano Rajoy, resultando investido presidente gracias al apoyo, además del PSOE, de formaciones como Podemos, PNV, PDeCat, Compromís, ERC, Nueva Canarias y Bildu, con proyectos y ejecutoria política incompatibles entre sí en materias de tanta trascendencia como la estructura, organización y forma política de Estado, la sanidad, educación, empleo, empresa, familia, pensiones o política fiscal). A pesar de que Sánchez, durante el debate de la moción, ofreció la surrealista posibilidad de retirar la moción si Rajoy dimitía, oferta contraria al fin último y real de la moción, que es el relevo en la presidencia, este último no lo hizo. Rajoy, pocos días después, abandonó no solo la vida política, en un clima de máxima tensión y divergencia, sino también la dirección del PP, dejando a su partido inmerso, todavía hoy, en personales luchas internas por su control político y en una clamorosa crisis de identidad, avivada por el crecimiento no previsto de Vox y por la incómoda presencia de Ciudadanos, partido este último posicionado como aliado del PP en esa moción. La derrota parlamentaria del expresidente popular facilitó que Sánchez ocupara de forma automática su puesto, ocupación que asumió como un gran éxito y logro personal, en contraste con su reciente precariedad política que le llevó, en 2016, a dimitir como secretario general del partido y a renunciar a su condición de diputado.