En los últimos días se han sucedido una serie de acontecimientos sobre los que quiero reflexionar aprovechando que, como cada año, el mundo de la empresa celebra el Día Internacional del Trabajo desde su inamovible vocación de contribuir al bienestar común. En efecto, ese beneficio colectivo, por el que trabajamos como fin último a través de legítimo desarrollo de nuestra actividad, generadora de prosperidad y empleo, volvió a quedar patente el pasado lunes 28 de abril, cuando la luz se apagó para todos.