
La imagen de que los nórdicos son la antítesis de los ciudadanos del sur de Europa, y en especial los españoles, en materia de bienestar económico y calidad del empleo tiene más de mito que de realidad. Al menos si observamos los datos del mercado laboral de Suecia o Finlandia (que posee el ostentoso título de "el país más feliz del mundo"), con tasas de paro, mano de obra desaprovechada y rotación laboral más cercanos a nuestras latitudes que a la media de la UE. Y muy lejanas a las expectativas que prometen.
Las diferencias entre las características económicas y demográficas de España y el bloque de los países nórdicos (Suecia, Finlandia, Dinamarca y Noruega) parecen bastante obvias como para que las similitudes no resulten chocantes, a la par que preocupantes, para nuestro país, pero también para el resto de Europa. Y es que muestran que incluso el paradigma de economías desarrolladas y con espléndidas condiciones de vida, tienen un lado oscuro. Que además, castiga especialmente a los colectivos de inmigrantes.
Los tres países más cercanos del grupo Noruega, que no forma parte de los Veintisiete y Dinamarca y Suecia, que sí están en la UE pero no han adoptado el euro. Los tres registran una elevada dependencia de los servicios y el sector público (mayor que el de España) que, históricamente, se ve compensada por el respaldo de un crecimiento en la segunda mitad del siglo pasado a golpe de barril de petróleo que han sabido rentabilizar para nutrir un generoso Estado del Bienestar con el que pretendían contrarrestar posibles injerencias de la antigua URSS.
Pero pese a su acceso al petróleo, Suecia parece haberse convertido en el 'hermano pobre' de sus vecinos, sobre todo en términos laborales. Algo que se explica en parte porque tiene una población mayor y los desequilibrios son más notorios. Además, la diversificación de economía no ha ido tan bien, sobre todo desde que sus grandes compañías 'perdieron' el tren de la industria tecnológica basada en la telefonía móvil a manos de la revolución de Apple y el iPhone.
El caso de Finlandia, el país 'feliz', es algo diferente. Cuenta con vastos recursos naturales, pero no crudo, y ha vivido una relación compleja con Rusia que se ha agravado con la guerra de Ucrania. Pero como en el caso de los problemas de sus mercados laborales no son nuevos y se llevan acumulando desde muchos años antes de este conflicto. De hecho, Finlandia y Suecia son los países con mayor paro de la UE por detrás de España (11,2) y Grecia (9,3%), con un 8,7% y un 8,5% respectivamente, según los últimos datos de Eurostat. Dinamarca anota un 6,75 (por encima de la media europea del 5,9) y Noruega un 4%.
Los datos de holgura laboral que publica Eurostat, una métrica que suma parados, inactivos que están dispuestos a trabajar pero que no cumplen los requisitos para ser considerados desempleados, y los subempleados a tiempo parcial para estimar cómo una economía desperdicia su mano de obra, arroja una comparación sorprendente. La tasa de holgura alcanza un 19,4% en España, la más alta de los Veintisiete. Pero la que le sigue es la finlandesa (18,3%) y la sueca (17,6%).
Aunque ambas tienen un nivel de paro casi tres puntos inferior al español y su tasa de subempleo es del 4,6% para Finlandia y 3,6% para Suecia frente al 4,5 de España, compensan las diferencias con un mayor porcentaje de los inactivos 'no parados': un 6,2% sueco y 5,8% finés frente al 3,9% español.
La clave que distingue a España de Finlandia y Suecia
En España, este abultado 'hueco' se explica por un modelo económico excesivamente dependiente de la estacionalidad, las actividades de bajo valor añadido y productividad y un tejido productivo atomizado en el que las empresas no son capaces de crecer. Pero, ¿cómo se justifica en dos mercados laborales que durante décadas se ha 'vendido' como ejemplo del resto de Europa? La respuesta, según los propios economistas nórdicos, es la inmigración. O, mejor dicho, la incapacidad de estas sociedades para integrarla.
Ante el reto del envejecimiento demográfico y con un peso cada vez mayor de los servicios, la mano de obra foránea se ha convertido en un recurso valioso para cubrir una demanda que los nacionales no pueden (o no quieren) cubrir en empleos de baja cualificación y salarios a la altura. Y para generar ingresos a un sistema de pensiones y ayudas públicas sufragado con cotizaciones e impuestos.
Una visión sobre el papel económico de la inmigración que recuerda mucho a la que se presenta en España y en otros países europeos. Pero que no resuelve la paradoja de que estos colectivos son los más vulnerables al desempleo y la inestabilidad y precariedad laboral. Como se vio durante la Gran Recesión, en España esto lleva a un 'éxodo' masivo de foráneos que se compensa cuando la economía se recupera. En los últimos años esta suerte de 'acordeón' migratorio ha empezado a perder elasticidad y muchos sectores que confían en los inmigrantes ahora ven que no encuentran mano de obra (o no está dispuesta a aceptar las mimas condiciones que antes). Aun así, la aportación de la inmigración sigue siendo claramente positiva para el PIB y el empleo en España.
Pero en los países nórdicos, donde la dependencia de los trabajadores extranjeros es mayor, este problema adquiere una derivada diferente. Y es que se habría convertido en uno de los factores clave para entender sus abultadas tasas de desempleo e inactividad laboral.
Según el informe "Innvandring og innvandrere i Norden 2016-2022", publicado por la Oficina Central de Estadísticas de Noruega, en Finlandia, los inmigrantes constituyen aproximadamente el 7% de la población total al inicio de 2022, el porcentaje más bajo entre los países nórdicos. Sin embargo, la integración laboral sigue siendo un desafío.
"Finlandia tiene las tasas de empleo más bajas para inmigrantes en la región", subraya el informe, con diferencias significativas en comparación con la población nativa. No solo eso, Finlandia tiene el dudoso honor de presentar la tasa de paro más alta de toda Europa entre la población juvenil que viene de fuera de la Unión Europea, con una tasa de desempleo del 28,7%, Suecia aparece en un segundo lugar con un 28% y España en la tercera posición con un 24%.
El caso de Suecia es particular porque alberga a más de la mitad de los inmigrantes de los países nórdicos, con un total de 2 millones de inmigrantes. "El impacto de la inmigración en el empleo juvenil es evidente", afirma el estudio realizado por el instituto noruego, señalando que los inmigrantes jóvenes enfrentan tasas de desempleo más altas en comparación con los jóvenes nacidos en el país.
El informe destaca que las tasas de empleo entre inmigrantes en el rango de edad de 20 a 64 años son más bajas que las de la población nativa en todos los países nórdicos. En Suecia, aunque la tasa mejora con el tiempo de residencia, muchos inmigrantes siguen en desventaja incluso tras 15 años de estancia.
Una problemática recurrente es el aumento de los jóvenes en situación NINI o NEET (ni en empleo, educación o formación). "Los inmigrantes de entre 20 y 29 años tienen tasas de NEET significativamente más altas que la población general, duplicando estos niveles en algunos casos", afirma el informe, con una incidencia más marcada en Finlandia. En cuanto al género, los datos muestran disparidades importantes. En todos los países nórdicos, las mujeres inmigrantes tienen tasas de empleo más bajas y niveles de NEET más altos que los hombres inmigrantes. "Las diferencias de género son más acentuadas en Finlandia y Suecia", detalla el documento.
El desafío de los refugiados
El tipo de inmigración también influye en los resultados laborales. "Los inmigrantes que vienen de África y Asia presentan tasas de empleo notablemente más bajas en comparación con los de otras regiones", recalcan los autores. Esto contrasta con los inmigrantes europeos, cuya integración laboral suele ser más rápida. Suecia, como destino principal de refugiados de Siria e Irak, muestra cómo las políticas de asilo afectan a la estructura del mercado laboral. "Siria es ahora el principal país de origen de inmigrantes en Suecia, con 275.000 personas al inicio de 2022", informa el estudio.
Estos datos están provocando ciertos cambios en las políticas migratorias de las sociedades nórdicas. El caso más evidente es el de Suecia que ha detenido en seco la entrada de extranjeros y asilados, algo que se puede ver de forma clara en las estadísticas de flujos migratorios. Según la Agencia Sueca de Migración, Suecia va camino de tener el menor número de solicitantes de asilo desde 1997 y, por primera vez en más de 50 años, Suecia registra una emigración neta.
Aunque número de solicitantes de asilo en la UE se ha estabilizado en un nivel alto, en Suecia sigue disminuyendo. Hasta el 28 de julio de este año, se habían registrado un total de 5.600 solicitudes de asilo, lo que supone una disminución del 27% en comparación con el mismo período del año pasado. Según la Agencia Sueca de Migración, este año Suecia tendrá muy probablemente el menor número de solicitantes de asilo desde 1997.
El caso de Finlandia también tiene sus particularidades. Aunque el porcentaje de inmigrantes es menor que el de Suecia, la llegada ha sido rápida y repentina. La llegada de refugiados e inmigrantes a Finlandia ha tenido un impacto significativo en su mercado laboral en los últimos años, según el estudio Employment Problems of Refugees in Finland de Selçuk Bulut, publicado por la Laurea University of Applied Sciences. Este análisis destaca los desafíos estructurales y sociales que enfrentan los inmigrantes al integrarse en el mercado laboral finlandés.
Finlandia ha experimentado un aumento constante en su población de origen extranjero, que en 2022, coincidiendo con el estallido de la guerra de Ucrania, alcanzó las 508.173 personas, de las cuales el 83% nacieron fuera del país. "La inmigración a Finlandia ha traído una complejidad social y económica que exige respuestas políticas y sociales equilibradas", señala Bulut en su trabajo.
Puertas cerradas
El informe también destaca la falta de alineación entre los programas de integración y las habilidades previas de los refugiados. Bulut subraya que "las medidas de integración actuales suelen etiquetar a los refugiados como no empleables, lo que dificulta su acceso a trabajos adecuados y su plena integración social".
Esto se agrava por la rigidez de la negociación colectiva, que establecen altos niveles salariales. Si bien estos acuerdos garantizan estabilidad para los trabajadores locales, "crean barreras para los inmigrantes con menor capital humano", apunta el informe.Y muchos acaban en la economía sumergida para sobrevivir.
El informe del instituto noruego también pone el foco en el empleo informal. Según el informe, "la falta de integración laboral formal puede fomentar actividades económicas no reguladas, especialmente en sectores como la construcción y el cuidado doméstico". Pese a estos desafíos, el estudio noruego también subraya que la inmigración puede ser una solución parcial a los problemas demográficos en los países nórdicos. "Con poblaciones envejecidas, los inmigrantes son esenciales para cubrir las brechas laborales en sectores clave", afirman los investigadores.
La educación también juega un papel crucial. "Los inmigrantes tienen menores tasas de participación en educación superior en comparación con la población nativa, lo que limita sus oportunidades laborales", apunta el informe. En Finlandia, solo el 13% de los inmigrantes jóvenes están inscritos en educación secundaria superior, frente al 30% en Suecia. Esta diferencia refleja las distintas políticas educativas y de integración. Sin embargo, los desafíos no solo afectan a los inmigrantes. "La percepción pública sobre la inmigración en Finlandia y Suecia ha llevado a debates sobre cómo equilibrar los beneficios económicos y sociales", comenta el informe.
Para abordar estos problemas, los autores recomiendan políticas más efectivas que promuevan la inclusión laboral y educativa. "Es crucial reducir las barreras estructurales y mejorar el acceso a la formación profesional", concluyen los investigadores. Una solución de la que deben también deberán tomar nota el resto de las economías europeas que también afrontan el reto del envejecimiento demográfico y la falta de mano de obra.
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