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El matemático de 35 años que hackeó una aplicación de citas tipo Tinder para encontrar el "amor verdadero"

Foto: elEconomista.

En una oscura y estrecha oficina del quinto piso del edificio de ciencias matemáticas de la UCLA, Chris McKinlay, un matemático de 35 años se encontraba trabajando en su tesis doctoral sobre procesamiento de datos a gran escala. A las 3 de la mañana, mientras su superordenador en Colorado procesaba complejos cálculos, McKinlay se dio un respiro revisando su bandeja de entrada en OkCupid, un sitio de citas tipo Tinder donde había estado buscando encuentros amorosos y desde su última ruptura. Sin embargo, después de seis primeras citas decepcionantes en nueve meses, comenzó a cuestionarse su enfoque en el mundo del emparejamiento digital.

Fundada por estudiantes de matemáticas de Harvard en 2004, OkCupid se había destacado por su uso de algoritmos para emparejar a los usuarios en función de respuestas a un sinfín de preguntas. Sin embargo, McKinlay se dio cuenta de que su perfil no estaba generando la atención que deseaba, según cuenta una publicación de Wired. La incompatibilidad matemática entre él y las chicas de Los Ángeles era evidente. A pesar de que la ciudad contaba con aproximadamente 80.000 mujeres en el sitio, su perfil solo aparecía en las coincidencias de menos del 10% de ellas. La frustración le llevó a replantearse su estrategia.

En lugar de seguir los pasos de un usuario promedio, McKinlay decidió actuar como un verdadero matemático. Sabía que, para mejorar su visibilidad y compatibilidad, necesitaría entender mejor el algoritmo de OkCupid y las preferencias de las mujeres que le interesaban. Con astucia, ideó un plan: crear perfiles falsos y extraer datos sobre las respuestas que las mujeres más atractivas estaban dando a las preguntas del sitio. Así nació su ambicioso proyecto.

El masterplan para llegar al amor

Según Wired, el matemático utilizó un script en Python y creó doce perfiles falsos y comenzó a recopilar información sobre las preferencias de las mujeres heterosexuales y bisexuales de entre 25 y 45 años. Aunque OkCupid rápidamente detectó sus bots, McKinlay logró reprogramarlos con la ayuda de un amigo, igualando la velocidad de clics y escritura de un humano real. En tres semanas, había acumulado más de seis millones de respuestas a preguntas, lo que le permitió aplicar un algoritmo modificado para identificar patrones en la información recogida.

El resultado fue una revelación: McKinlay pudo segmentar a las mujeres en siete grupos diferentes. Con esta nueva información, ajustó su perfil para adaptarse a los dos grupos que más le interesaban. De repente, el silencio en su bandeja de entrada se transformó en un torrente de atención. Comenzó a recibir un promedio de diez mensajes al día, un número extraordinario en comparación con el promedio de cero mensajes que recibían otros hombres en el sitio.

Sin embargo, el camino hacia el amor no fue fácil. McKinlay se vio obligado a salir de su zona de confort y a enfrentarse a un nuevo mundo de citas. A pesar de los numerosos encuentros que tuvo, fue la número 88 la que cambiaría su vida para siempre. Conoció a Christine Tien Wang, una artista y activista con quien OkCupid había calculado una compatibilidad del 91%. La chispa fue instantánea, y tras tres citas y dos semanas de conocerse, ambos decidieron cerrar sus cuentas en el sitio de citas.

Un año después de su primer encuentro, McKinlay le propuso matrimonio a Christine, consolidando su historia como un verdadero testimonio del poder de los algoritmos y la matemática en la búsqueda del amor aterno.

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