Corea del Norte es hoy uno de los países más aislados del mundo, pero hubo una época en la que intentó abrirse al comercio internacional. Especialmente, con naciones de la órbita socialista. Uno de los acuerdos más importantes que alcanzó se produjo en 1974, cuando, en un gesto de acercamiento, adquirió 1.000 coches de Volvo a Suecia. Más de medio siglo después, esos vehículos siguen circulando por Pyongyang, mientras que la deuda, que ya supera los 300 millones de euros, sigue sin pagarse, y creciendo.
Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte, tiene el país aislado herméticamente y en una total opacidad. Las restricciones para entrar, y ya no digamos para salir, son severas. El contacto con el exterior es inexistente. Y el acceso a la información de los ciudadanos está totalmente controlado por el régimen.
Este aislamiento también se traslada a su economía. Entre las sanciones internacionales, principalmente por su programa armamentístico nuclear, su política de autosuficiencia, la pobreza y la escasez de divisas extranjeras, su capacidad para comercial con el mundo es casi inexistente. Solo China se mantiene como socio, aunque es una relación que ha fluctuado a lo largo del tiempo.
Pero aunque parezca imposible, no siempre fue así. Tras el armisticio firmado en 1953, el país contaba con una economía ágil, que crecía a gran velocidad, con alzas del PIB de hasta el 25% anual, gracias a las relaciones con la Unión Soviética y la China de Mao.
Nuevas oportunidades diplomáticas
En 1974, el mundo era muy diferente al actual. Con la Guerra Fría aún presente, la frontera entre las dos Coreas era cada vez más firme. Pero mientras Pyongyang y Seul se separaban cada vez más, nuevas oportunidades aparecían en otros países. El presidente eterno, Kim Il-sung, quería establecer relaciones diplomáticas y comerciales con otros países, que le consolidasen como actor internacional.
Y uno de los primeros que se posicionó para tejer lazos fue Suecia. Era un país que se mantenía neutral, y contaba en su seno con importantes grupos socialistas que aún miraban con admiración al comunismo, que presionaban para reconocer formalmente a Corea del Norte. Pero no solo los miembros de la izquierda tenían interés en este acercamiento, también los empresarios vieron el atractivo de aquel mercado, hasta entonces inexplorado, cuya economía crecía a un ritmo de vértigo.
En este clima de cordialidad, fueron varias las empresas suecas que acudieron a Pyongyang en busca de acuerdos comerciales. Dos de ellas fueron Atlas Copco y Kockums, dos gigantes industriales, que entregaron material para explotar minas. Pero el mayor acuerdo de todos lo firmó Volvo.

Kim Il-sung quería coches para motorizar el país, para que los trabajadores más destacados y más cercanos pudieran acceder a su propio vehículo. Y el Volvo 144 GL encajaba perfectamente con las necesidades coreanas. La compañía envió 1.000 coches de ese modelo, un sedán que, eso sí, iba a dejar de fabricarse, por lo que se trataba de un stock que pronto quedaría obsoleto. ¡Qué listos!
Como Corea del Norte no tenía divisas, pagaría en cobre y zinc, que extraería de sus minas gracias, precisamente, a la maquinaria sueca que habían recibido. Suecia, una vez recibiera la mercancía, la podría vender en el mercado libre, y después pagarle a los fabricantes que estaban haciendo negocios con Kim Il-sung. Además, las previsiones eran que estos materiales subirían de precio, el negocio era perfecto.
Un negocio ruinoso
La ilusión duró poco más de un año, que es el tiempo que tardaron en darse cuenta de que Corea del Norte no tenía ninguna intención de entregar nada. Por un lado, porque los cálculos de los geólogos coreanos resultaron ser bastante erróneos, y en realidad no contaban con tantas reservas de zinc y cobre como pensaban; y por otro lado, porque su precio, en vez de subir, cayó.
También se sumó que la economía coreana, en realidad, no era tan potente como parecía. El dinero que aportaban China y la Unión Soviética se dedicó más a enriquecer a la élite y financiar su megalomanía que a mejorar la estructura del país. Y, tras la caída del Muro de Berlín, directamente el país colapsó, entrando en esa situación de pobreza extrema actual.
Pero el principal motivo, por encima de todos, para no pagar, es que Kim Il-sung no quería. Tenía el convencimiento de que, en plena Guerra Fría, los países occidentales pronto se alejaría del capitalismo para acercarse al comunismo, en un escenario en el que quién le debía dinero a quién sería menos importante que aplastar al capitalismo en su conjunto. Con ese convencimiento, hizo cálculos y llegó a la conclusión de que no le merecía la pena pagar.
Dos cartas al año exigiendo su dinero
Por el tipo de acuerdo que habían firmado, el Estado sueco asumió la deuda de Volvo, y casi más por mantener las apariencias que con la esperanza de lograr resultados reales, empezó a exigir a Corea del Norte el pago de la deuda. Desde 1976, dos veces al año, envían una carta reclamando el dinero que les corresponde. Nunca ha sido respondida.
Mientras tanto, teniendo en cuenta la inflación y los intereses que se van acumulando, la deuda de Corea del Norte con Suecia supera los 300 millones de euros, lo que le convierte en el principal moroso del país, superando a Cuba.
Es una deuda astronómica, teniendo en cuenta la realidad económica actual del país asiático. Además, el valor de los vehículos hoy es casi inexistente. Pero es que aunque lograsen vender cada uno de los coches, si es que aún existen, por 3.000 euros, solo cubrirían el 1% de la deuda.

Eso no quita para que haya funcionarios suecos que se enfaden un poco cuando ven las caras exhibiciones militares que de vez en cuando hace el régimen coreano, en las que invierten millones de euros que, consideran, podrían dedicarse a reducir esa deuda.
La realidad es que, a estas alturas, Corea del Norte ve a Suecia como un peón de Estados Unidos, una marioneta del capitalismo, y no tiene ninguna intención de hacer ningún pago.
Este tróspido capítulo en la historia de la economía sueca aún tenía una sorpresa guardada. Hace unos años, aparecieron varios vídeos grabados en Pyongyang en los que se veía cómo esos Volvo, ya en aquel momento con 40 años a sus espaldas, seguían en funcionamiento, convertidos en taxis. Algunos de los turistas que han logrado visitar el hermético país aseguran, además, que han podido verlos en directo, y que están en perfecto estado y muy cuidados, a pesar de su antigüedad.
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