
La contaminación mata cada año a 7 millones de personas. De hecho, 9 de cada 10 personas en el mundo respiran aire contaminado, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En este sentido, la contaminación atmosférica urbana aumenta el riesgo de padecer enfermedades respiratorias agudas, como la neumonía, y crónicas, como el cáncer del pulmón y las enfermedades cardiovasculares.
Pero la contaminación es solo una arista más del cambio climático, cuya incidencia sobre la salud de las personas es alarmante. Además del aire contaminado, el calentamiento del planeta ya está mostrando sus efectos sobre la salud pública: fenómenos meteorológicos catastróficos, la variabilidad de los climas, que afecta a los suministros de agua y alimentos, los cambios de la distribución de los brotes de enfermedades infecciosas o las enfermedades emergentes relacionadas con los cambios de los ecosistemas, como explican desde la OMS.
Se estima que el coste de los daños directos para la salud (excluyendo los costes en sectores determinantes para la salud, como la agricultura, el agua y el saneamiento) se sitúa entre los 2.000 y los 4.000 millones de dólares hasta 2030. Asimismo, se prevé que entre 2030 y 2050 el cambio climático cause unas 250.000 defunciones adicionales cada año.
El Objetivo de Desarrollo Sostenible de la OMS número de 13 se centra, precisamente, en adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos. Ya en 2019 el organismo advertía de que la temperatura media del planeta este siglo subiría 3,2 grados, incluso si se cumplen los compromisos de reducción de emisiones enmarcados en el Acuerdo de París, ya que los países que lo firmaron están lejos del objetivo de mantener el aumento por debajo de 1,5 grados centígrados.
A este respecto, las emisiones globales deben reducirse un 7,6% cada año entre 2020 y 2030 para cumplir el objetivo de no superar una subida de 1,5 grados este siglo, lo que supondría una disminución total del 55% hasta 2030, por lo que las promesas de disminución de emisiones de la comunidad internacional deben ser cinco veces más ambiciosas que las actuales.
Uno de los sectores con más incidencia en el cambio climático es el energético. Como reconocen desde la Agencia Europea de Medio Ambiente, la energía es esencial para generar riqueza industrial, comercial y social, además de confort personal y movilidad. Pero su producción y consumo ejercen una presión considerable sobre el medio ambiente: emisiones de gases de efecto invernadero y agentes contaminantes atmosféricos, ocupación del suelo, generación de residuos y vertidos de hidrocarburos. Estas presiones contribuyen a acelerar el cambio climático, dañan los ecosistemas naturales y el medio ambiente antropógeno y tienen efectos adversos para la salud humana.
Los combustibles fósiles siguen siendo predominantes: el 77% de las necesidades energéticas del europeo medio se satisfacen con petróleo, gas y carbón. La energía nuclear representa el 14% y las fuentes de energía renovables aportan el 9% restante. Esto convierte al sector energético en responsable de casi una cuarta parte de todas las emisiones de gases de efecto invernadero de la Unión Europea.
Es por ello que el esfuerzo que está haciendo la industria por descarbonizarse es vital para el futuro del planeta. El pasado mes de noviembre el Consejo de Ministros aprobó la "Estrategia a Largo Plazo para una Economía Española Moderna, Competitiva y Climáticamente Neutra en 2050" (ELP 2050), que marca la senda para lograr la neutralidad climática no más tarde de 2050.
Así, la transición hacia la neutralidad climática presenta múltiples oportunidades para la industria gracias al desarrollo de sectores estratégicos como las energías renovables, el hidrógeno verde y el almacenamiento energético a lo largo de toda su cadena de valor. El documento señala que España es una potencia industrial en la fabricación de equipos para la generación de energía renovable, especialmente en los ámbitos eólico y termosolar, y ha de aprovecharlo para facilitar el despliegue de instalaciones de generación de energía eléctrica renovable, necesario para cumplir los objetivos de descarbonización.
De este modo, el sector eléctrico, 100% renovable antes de llegar a mitad de siglo, será la principal palanca de la descarbonización, ya que se prevé que la electrificación de los usos energéticos finales se duplique, pasando de un 26% en 2020 a un 52% en 2050. Para ese año, el 86% del consumo energético en los hogares será electricidad renovable. En el caso del sector servicios, el porcentaje será del 91%. A este respecto, España consiguió cubrir un 21,4% de su demanda energética con renovables el pasado 2020, superando con ello el objetivo del 20% establecido por la normativa europea. Así, en el conjunto del año, las emisiones de CO2 se situaron en 271,7 millones de toneladas, por primera vez por debajo del nivel que alcanzaron en 1990.
En este contexto, cada dólar que se invierta en energías renovables producirá entre tres y ocho dólares, según un análisis de la Agencia Internacional de la Energía Renovable (Irena), que eleva a 130 billones el volumen de inversión necesario a escala global para conseguir la descarbonización total de la economía en 2050, un 37% más de la inversión ya comprometida.
Hacia la neutralidad climática
El sector eléctrico tendrá un papel central en el horizonte 2050. En primer lugar, por la penetración masiva de generación de origen renovable, lo que permitirá un significativo ahorro de costes, así como la eliminación prácticamente total de las emisiones en el sector. Y, en segundo lugar, por el avance en la electrificación de los distintos sectores (transporte, edificación, industria...) como vía para lograr la descarbonización de los mismos. Por ello, conscientes de su papel en la transición energética, las empresas del sector se han marcado ambiciosos objetivos.
Es el caso de Iberdrola, que anunció en noviembre un plan de inversiones histórico de 75.000 millones de euros para el período 2020-2025. Destinará el 90% de este plan de inversiones a consolidar su modelo de negocio, basado en más energías renovables, más redes, más almacenamiento y más soluciones inteligentes. Según la compañía, la estrategia de inversión en energía limpia y redes llevará a Iberdrola a ser neutra en carbono en Europa en 2030 y a reducir sus emisiones de CO2 a nivel global un 86% al final de la década.
Otro de los grandes nombres de la industria es Endesa. Hasta 2030 proyecta una inversión total estimada de 25.000 millones de euros para que el 80% de su producción esté libre de CO2. Entre otros proyectos, planea invertir 2.900 millones de euros para desarrollar en España 23 proyectos de hidrógeno verde producido con renovables.
Por su parte, Enagás ha acelerado su objetivo de ser neutra en carbono al año 2040, 10 años antes de su estimación de hace solo un año. Para cumplir con este compromiso cuenta con más de 50 proyectos de eficiencia energética. Es la única empresa de su sector en el mundo incluida en la A List de CDP Cambio Climático (la máxima calificación de este índice anual de acción climática) como una referencia en sostenibilidad y gestión ambiental.
También destaca la apuesta de Naturgy por las renovables y el hidrógeno y por la defensa por el medioambiente. En los últimos tres años, ha reducido un 30% sus emisiones absolutas y se ha convertido en uno de los principales inversores de energías renovables en España. En su caso, Repsol se ha fijado el objetivo de alcanzar cero emisiones netas en el año 2050. El año pasado el grupo invirtió casi tres veces más en desarrollar proyectos de renovables (fue el primer promotor eólico del país) que en buscar petróleo y gas. Concretamente, destinó 573 millones a las fuentes limpias y 218 millones a la exploración del subsuelo.
Quien ya ha alcanzado su meta es Acciona que en el 2016 logró el ambicioso objetivo de ser una firma neutra en carbono. En 10 años, ha reducido sus emisiones en un 50% y compensa el 100% de las que no ha podido reducir.