
Algunos dicen que Pablo Iglesias nunca se había ido, y que en el tiempo de baja por paternidad, una prerrogativa que por ser diputado ya tenía a mayores, ha actuado en la sombra imponiendo candidatos, desactivando primarias, digiriendo la marcha de Íñigo Errejón, de Carolina Bescansa, de Xavi Domènech, las críticas por la compra de su chalet en Galapagar, o la torta monumental que le dan los sondeos a la intención de votos de Podemos.
Antes de su retiro a la sierra madrileña, donde el líder de la formación morada se ha ocupado del cuidado de sus dos hijos, Iglesias forjó parte de la moción de censura que echó a Mariano Rajoy de la presidencia del Gobierno. En esos días alentó la manera de saltarse la Ley de Estabilidad Presupuestaria y forzó al Gobierno a aumentar en un 22% el Salario Mínimo Interprofesional, entre otras diligencias políticas. Actuaba como un vicepresidente de facto.
En diciembre, cuando acababa el curso político del año, ya con Pedro Sánchez de presidente del Gobierno, Pablo Iglesias le pasaba el mando de la dirección del partido en el Congreso a su pareja, Irene Montero. Y nada más acometer su marcha, Íñigo Errejón dejaba su escaño para apostar, "sin dejar Podemos", por la plataforma Más Madrid, junto a Manuela Carmena, la favorita de los socialistas para encabezar sus listas por el Ayuntamiento de Madrid.
Iglesias recibe aquí el primer varapalo, no se sabe si solo de los errejonistas o también de un núcleo poderoso del PSOE que cuenta los días porque Podemos se desintegre y los votos que un día se fueron, vuelvan a la casa madre. En esas fechas, las encuestas ya no quieren tanto a Podemos. Además, Carolina Bescansa decide poner rumbo al Centro de Investigaciones Sociológicas dirigido por el socialista José Félix Tezanos. El idilio PSOE-Podemos pierde fuelle y más tarde salta el fuego en La Rioja, Cantabria, País Vasco, Cataluña, y las confluencias empiezan a soltarle la mano. Se consuma la soledad de Iglesias y Montero. No en vano, el líder podemita se reúne en secreto con Pedro Sánchez una semana antes de que decaiga la legislatura, ante la incapacidad de reunir apoyos para aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Nada más concluir la cita, Podemos informa de ello. Muy poco tiempo atrás, las urnas andaluzas castigan a la formación morada por sus coqueteos con el independentismo y con las tesis soberanistas de ERC y PDeCAT y los guiños de indulto a los presos del procés.
Las encuestas reflejan un hundimiento constante de la intención de voto de Podemos que podría situarle detrás de Vox
Desde entonces, las encuestas no han dejado de castigar a Podemos. Muy lejos queda aquel porcentaje de votos del 21% de 2016, con 72 diputados en el hemiciclo -una parte de ellos venidos de las confluencias-, al 14% e incluso 11% que señalan los últimos barómetros.
Iglesias podría dejar a su partido el quinto, y por la cola, por detrás de Vox, la formación emergente de estas elecciones, siempre según los últimos estudios demoscópicos. Este sábado, en la madrileña plaza del Museo Reina Sofía, Pablo Iglesias tendrá la oportunidad de calibrar el predicamento de su discurso y la vigencia del poder de persuasión que llegó a darle hasta cinco millones de votos.
El miedo al fracaso de esta convocatoria ha activado la movilización de Podemos, hasta el extremo de querer subir a la tribuna a representantes sindicalistas, y que éstos dirijan unas palabras al público, oferta que ha sido rechazada. La vía de escape de los errejonistas, la retirada a tiempo de Pablo Bustinduy deja muchas incógnitas de si el retorno de Pablo Iglesias es algo tan deseado por sus seguidores, o es la muestra de un liderazgo efímero, quizás fagocitado por el bipartidismo.