Si por algo es famosa la política británica es porque es imposible hacer predicciones: hay series de intriga con menos giros de guion en una temporada de los que hay en un periodo de sesiones en Westminster. Pero lo que está claro es que Boris Johnson se enfrenta al momento más delicado de su carrera política, después de confesar este miércoles que, en lo peor del confinamiento de la primavera de 2020, asistió a una fiesta en el jardín de Downing Street con su mujer, decenas de funcionarios y empleados de la oficina del primer ministro, y varios litros de alcohol.
La caída de gracia de Johnson ha sido espectacular. Hace apenas dos años había firmado la mayor victoria electoral de su partido desde Margaret Thatcher, y hace pocos meses jugueteaba en una entrevista con la idea de superar la década de la 'Dama de Hierro' en Downing Street. Pero el 'partygate', la revelación de que diversos estamentos del Gobierno británico, empezando por el propio Johnson, celebraron una docena de fiestas a lo largo de 2020, justo en los meses de confinamiento en los que cualquier tipo de evento lúdico estaba prohibido, han acabado por incinerarle. Johnson se ha convertido en un "muerto andante", en palabras del veterano diputado conservador Roger Gale, con 39 años de carrera en la Cámara de los Comunes.
Después de que la cadena ITV publicara a última hora del lunes un correo electrónico explosivo en el que el secretario personal de Johnson, Martin Reynolds, animaba a 100 trabajadores de Downing Street a "traer vuestra propia bebida" al jardín de la residencia del primer ministro para "disfrutar del precioso tiempo" de mayo de 2020, la situación ha ido empeorando por segundos. El martes, apenas 15 diputados -de 361 'tories'- acompañaron a un cargo de muy bajo nivel del Ejecutivo -Michael Ellis, Tesorero General, un puesto sin atribuciones ni poderes- en un debate de emergencia en el Parlamento para explicar lo ocurrido, en el que Ellis se remitió a lo que dijera el propio Johnson en la sesión de control de hoy.
Y a esa sesión, Johnson llegó muy débil, atacado por los periódicos conservadores que normalmente le defienden, y con la obligación de pedir perdón. Pero el mensaje con el que inició la ronda de preguntas se quedó corto. El líder 'tory' pidió perdón por "la rabia que sienten los ciudadanos británicos conmigo y con el gobierno que dirijo cuando piensan que, en Downing Street, las personas que hacen las leyes luego no las cumplen". A continuación, sin embargo, insistió en que no había acudido a una fiesta de forma consciente: "Cuando entré a ese jardín para dar las gracias a mi equipo antes de volver a mi oficina 25 minutos después para seguir trabajando, creí implícitamente que se trataba de una reunión de trabajo. En retrospectiva, debería haber enviado a todos de vuelta adentro". Y negó conocer el correo en el que se calificaba al encuentro de fiesta, pese a que lo había mandado su secretario personal, hablando en primera persona del plural ("hemos pensado").
La respuesta no satisfizo al líder de la oposición, Keir Starmer, que le acusó de "mentir descaradamente" y dar una excusa que resulta "ofensiva" para la inteligencia de los británicos. Cuando le pidió la dimisión, como ya hicieron otros cargos del Gobierno que fueron cazados en fiestas ilegales, Johnson pidió esperar a la investigación que ha encargado a Sue Gray, Segunda Secretaria Permanente del Servicio Civil británico, sobre lo ocurrido, y no descartó la dimisión si considera que Johnson ha incumplido la ley. Esta es la primera opción encima de la mesa: que cumpla con su promesa y dimita si Gray concluye que el primer ministro violó la ley. Scotland Yard ya ha dicho que está preparada para abrir una investigación policial si es el caso.
Motín en las filas conservadoras
Más preocupante para él, sin embargo, es el motín creciente entre los diputados conservadores. En la sesión de control, que normalmente es una batalla para ver quién hace más ruido en apoyo de su líder, la bancada 'tory' asistió en el silencio más sepulcral a las respuestas de Johnson ante las risas y gritos de la oposición al completo. Y después del encuentro, los comentarios anónimos filtrados a la prensa fueron muy directos: "Está jodido". "Su autoridad ha desaparecido". "Es un circo". "Está acabado, es solo cuestión de tiempo".
El botón nuclear lo tiene la propia bancada conservadora. Si 55 de los 361 diputados 'tories' firman una carta declarando que han perdido la confianza en su líder, se activaría una moción de confianza de forma inmediata, con voto secreto. Si la mitad -181 diputados- votaran en su contra, Johnson sería historia. El 'premier' ha dejado clara su preocupación, asistiendo a una reunión con sus diputados poco después de salir de la Cámara, en la que -según más filtraciones de asistentes- se excusó alegando que "no había hecho nada mal" y estaba "mostrando su valentía al comerse las culpas de otros".
Si no dimite ni le cesan, el líder laborista Starmer tendría una oportunidad de oro de presentar una moción de censura y obligar a los diputados 'tories' a retratarse
Por el momento, varios diputados han anunciado que han escrito su carta pidiendo la dimisión de Johnson esta misma tarde. El más importante, Douglas Ross, líder del partido en Escocia y uno de sus barones, que dijo que la situación del 'premier' es "insostenible". En total, ya hay una veintena de diputados que han declarado públicamente su pérdida de confianza en su líder. Esta misma tarde está convocada una reunión del llamado Comité 1922, el órgano del partido que gestiona los ceses y elecciones de los líderes 'tories'. En ConservativeHome, la web de debate serio pero sin tapujos de los conservadores, un artículo esta mañana ya esbozaba las dificultades constitucionales para reemplazarle: las primarias para elegir a un nuevo líder tardarían varios meses, en los que tendrían que elegir si mantener a un Johnson tóxico en funciones o reemplazarle por una figura interina.
Aun así, hay una última opción sobre la mesa. Johnson ha demostrado que es un superviviente, y cualquier motín contra un líder político que controle los resortes internos de su partido, por débil que esté, siempre es complicado de sacar adelante. Sin ir más lejos, la rebelión contra Theresa May en 2018, que fracasó en su primer intento. En ese caso, el líder laborista Starmer tendría una oportunidad de oro de presentar una moción de censura y obligar a los diputados 'tories' a retratarse en público. Un cáliz duro de tragar cuando más de la mitad de los británicos pide la dimisión de Johnson, según dos encuestas publicadas este martes.
Al final, la clave estará en si los propios diputados conservadores creen que Johnson es un lastre o un activo. Y hace solo unas semanas, los 'tories' perdieron un escaño en una circunscripción que dominaban desde hace 200 años y en la que ganaron por 40 puntos en 2019, mientras votantes conservadores de toda la vida decían a los medios que no volverían a votar por su partido mientras "ese payaso" siguiera al frente. La permanencia de Johnson en Downing Street es un regalo a los laboristas, que lideran las encuestas desde hace un mes. La pregunta es si a Johnson le queda una última vida extra, o si su caída es cuestión de horas.