Política

Aragón, Canarias, Cantabria y el 'plan B' de la visibilidad autonómica

Foto: Alamy

En política hay muchas formas de lograr atención, pero pocas más efectivas que volverte necesario. Eso tradicionalmente ha aplicado muy bien en la lógica territorial de la política nacional: los grandes partidos solían necesitar de apoyos externos para sacar adelante sus proyectos, y ahí era donde los nacionalistas conseguían sacar réditos políticos e inversiones.

En tiempos no muy lejanos, cuando el Gobierno era cosa de dos, ese equilibrio era más o menos predecible: sólo había entonces dos grandes partidos nacionalistas capaces de quedarse con gran parte de los escaños por los que competían, ocupando cómodos bastiones de poder en las esquinas del Congreso.

Así, PNV y CiU hicieron y deshicieron Ejecutivos y Presupuestos, decidiendo a quién apoyar o a quién retirar su apoyo. Es cierto que por su naturaleza nacionalista se sentían más cómodos apoyando al PSOE, pero también es verdad que su raíz conservadora hizo posible en más de una ocasión un guiño al PP, como sucedió con aquel pacto del Majestic que llevó a José María Aznar a La Moncloa, o ese apoyo del PNV a los PGE de Rajoy antes de la moción de censura... que decantaron ellos mismos retirándole su apoyo.

Con el tiempo los equilibrios fueron haciéndose más complejos. En tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero, José Blanco -fontanero por excelencia de Ferraz- logró abrir una profunda brecha en el PP a cuenta de su partido hermano en Navarra. Así, logró que UPN apoyara los PGE del Ejecutivo bajo la promesa de infraestructuras regionales, algo a lo que Génova respondió con la creación del PP navarro. Las aguas tardaron algunos años en calmarse.

Como con UPN, siempre ha habido representaciones regionales muy minoritarias pero llamativamente trascendentales. El caso navarro fue excepcional porque supuso un pacto contra natura, pero ha habido otros ejemplos menos inesperados, como la CHA aragonesa a izquierda o el FAC asturiano a derecha. Y, cómo no, otros partidos que han tenido pocos apuros para mirar en uno u otro sentido según ha convenido.

Canarias y Cantabria: juego a dos manos

Ese sido el caso de Coalición Canaria y del Partido Regionalista Cántabro, en ambos casos de forma muy similar. Se trata de formaciones que han jugado, como buena representación territorial, dos partidas simultáneas: por una parte en casa con la confección del Ejecutivo autonómico, por otra fuera a base de apoyos nacionales.

El caso de CC es un clásico, con Ana Oramas como líder intocable en Madrid -al menos hasta ahora-. El gobierno regional ha ido cambiando de signo y de apoyos, pero siempre había estado CC en medio, unas veces pactando con el PSOE y otras con el PP. En paralelo, sus votos en Madrid iban casi siempre con el caballo ganador: para el PSOE cuando gobernaba Zapatero, para el PP cuando dejó de hacerlo.

Quizá por eso ha llamado tanto la atención la espantada en la investidura a Sánchez: se daba por seguro su apoyo porque fue lo que aprobó el partido, pero Oramas decidió negarse a pesar de ser sancionada por ello porque no confiaba en el acuerdo del PSOE con ERC. Curioso viniendo de quien apoyó a Zapatero incluso cuando éste bendijo el tripartito.

En una línea idéntica ha actuado la formación de Miguel Ángel Revilla. El PRC lleva años mandando en Cantabria, y también lo ha hecho mirando indistintamente a una u otra dirección. En su caso, eso sí, nunca había dado el salto nacional hasta ahora. Y justo ha logrado representación cuando más apretada estaba la investidura y, por tanto, más necesario era el voto de los minoritarios. Y, exactamente como CC, han optado por dar la espalda a Sánchez.

Hay, sin embargo, una diferencia importante entre ambas formaciones: para CC el PSOE es el rival a batir en Canarias -ya que ahora gobiernan los socialistas coaligados con Podemos y Nueva Canarias-, mientras que para el PRC el PSOE es su socio de gobierno en Cantabria. Al menos, hasta ahora, ya que está por ver si el plante tendrá consecuencias a medio plazo.

Aragón: del olvido a la exposición

Bien diferente ha sido la visibilidad adquirida por el único diputado nacional de Teruel Existe, Tomás Guitarte. En la línea de lo que hacía en su día el CHA que capitaneó José Antonio Labordeta, Guitarte dejó claro desde el primer momento que apoyaría la investidura de Sánchez. Era sólo un voto, pero habida cuenta de las estrechuras, era imprescindible.

Las consecuencias no se dejaron esperar: de la misma forma que arreciaron las críticas de la izquierda al papel jugado por Revilla y Oramas, el acoso desde la derecha contra Guitarte llegó hasta las paredes de las calles del diminuto pueblo natal del turolense. Le saturaron el mail, le amenazaron de forma directa y hasta tuvo que pasar la noche en un lugar secreto y con escolta para evitar problemas de cara a la votación decisiva. Se llegó incluso a llamar a un boicot contra los productos de Teruel, lo que paradójicamente suponía una campaña de atención mucho mayor de lo que acostumbra la región.

Así las cosas, la política ha convertido a tres territorios normalmente alejados del foco nacional en tres enclaves necesarios para el devenir del Estado. Dos de ellos aplaudidos por la derecha y un tercero por la izquierda. Los tres, cada uno en su medida, ganando cuota de atención con una representación exigua en diputados. El otro regionalismo va cumpliendo con el plan según va ganando atención, y la legislatura no ha hecho más que empezar.

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