De un tiempo a esta parte España no sale de una votación trascendental y se mete en otra. Ahora, cerrado el ciclo -al menos de momento- de las elecciones generales, toca actualizar el tapiz autonómico. Y en este 2020 que acabamos de estrenar tres regiones fundamentales para la estabilidad nacional acudirán a las urnas para decidir el color de su Ejecutivo autonómico.
Hay dos seguras porque agotan su legislatura, País Vasco y Galicia, que si no hay adelanto deberán votar en otoño. Y hay otra más que probable que, igual que ha sucedido con el conjunto de España, ha hecho de los comicios una costumbre casi anual: Cataluña ha votado cuatro veces en los últimos diez años, y con casi total probabilidad volverá a hacerlo en los próximos meses.
El caso catalán, como el vasco, tienen mucho que ver con el devenir de la legislatura estatal porque marcarán el signo de la intensidad nacionalista, uno de los ejes necesarios para entender la forma en que se ha gestionado la política patria en la última década. En el caso gallego, muy alejado de esa variable, el peso tiene otro cariz: no se sabe a ciencia cierta cuál será el destino a medio plazo del actual presidente de la Xunta, llamado a ser un futurible líder del PP si el proyecto de Pablo Casado acaba de forma prematura.
La quimera catalana: proyectar el pacto estatal
Aunque las únicas elecciones que no son seguras son las catalanas, el sentido común dicta que -de producirse- serán las primeras en celebrarse. La sombra de la inhabilitación sobre Quim Torra, además de los movimientos telúricos de los últimos meses, suponen un aviso certero. Con Carles Puigdemont resucitado en Europa y Oriol Junqueras convertido en valedor del Gobierno, el choque entre ambas sensibilidades de la escalada soberanista parece -ahora sí- inevitable.
Juegan, además, otras variables en la partida. Para empezar, el derrumbe de Ciudadanos, que actualmente ocupa la posición de líder de la oposición pero que ha perdido su ventaja táctica. No en vano, uno de los últimos movimientos a la desesperada de Albert Rivera consistió en sacar a Inés Arrimadas del ámbito catalán y colocarla a su vera de cara a una eventual sucesión. Así las cosas, y contando con que Miquel Iceta ha demostrado tener más vidas de las esperadas, la contienda se antoja algo diferente a las anteriores.
La clave, sin embargo, puede estar el el acuerdo entre PSOE y ERC a escala nacional que ha hecho posible la legislatura. No tanto porque los socialistas vayan a suavizar las consecuencias judiciales sobre los líderes presos del partido, sino porque de igual manera que los republicanos han posibilitado la designación de Sánchez los socialistas podrían decantar la balanza a favor de sus socios para descabalgar a los convergentes. El procés entraría así en una nueva fase de equilibrios entre Moncloa y Generalitat cuyas consecuencias estarían por ver.
El oasis vasco: estabilidad contra la sombra de la corrupción
Al País Vasco no han terminado de llegar las oleadas nacionalistas catalanas. El Rajoy de la lehendakaritza, un Íñigo Urkullu recién confirmado como candidato, ha hecho suyo el pragmatismo del expresidente del Gobierno ante la escalada nacionalista del que fuera su partido hermano. Este PNV tiene poco que ver con el de Artur Mas, Puigdemont y Torra, y apenas nada que ver con el de Juan José Ibarretxe.
Y no, no es porque sea menos nacionalista, sino porque es más sagaz: en lugar de buscar el enfrentamiento del proyecto soberanista se han asegurado ser necesarios. Y lo fueron para Rajoy apoyando sus últimos Presupuestos, para pasar a serlo para Sánchez decantando la moción de censura. A cambio, como casi siempre, el PNV barrerá ventajas e inversiones para casa.
Ante tal situación sólo hay unas pocas sombras en el horizonte. La principal, el estallido del mayor caso de corrupción de la política vasca en los pasados meses. En menor medida, el esperable resurgir de un Podemos que, eso sí, se ha fragmentado en la región por la escisión de Íñigo Errejón, que cuenta con cierto predicamento allí. La fuerza de dicho resurgir medirá, en sentido contrario, la fuerza de un EH Bildu que tiene un electorado de base propio, pero que añade además una capa comunicante con los de Iglesias: todos esos sectores jóvenes y de izquierdas, aunque no necesariamente soberanistas, que pueden decantar su voto en una u otra dirección.
En cualquier caso, la opción más probable si no hay sorpresas en los meses que faltan hasta la convocatoria electoral sería la de la reedición del Ejecutivo actual: un PNV con mayoría sólida apoyado por un socialismo vasco en horas bajas hasta hace poco y que, al socaire de Moncloa, podría experimentar un nuevo empuje. Aquí, a priori, los partidos conservadores han tenido poco que decir en las últimas legislaturas.
La incógnita gallega: el 'deseado' mueve ficha (o no)
Las elecciones gallegas son un gran misterio a estas alturas. Lo son porque no es seguro que Alberto Núñez Feijóo, que llegó a despedirse hace algunos años, vaya a ser el candidato. Ahora mismo no se adivina sucesor posible, pero es verdad que el presidente de la Xunta lleva años llamado a dar el salto a Madrid, tantos como lleva sin hacerlo. Con el endurecimiento de posiciones de Pablo Casado, Feijóo podría encontrar el carril de despegue que no se atrevió a tomar en las primarias del PP en los que la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría parecía preparada para hacerle la campaña en contra.
Sea como fuere, Feijóo sigue siendo la gran baza de muchos nostálgicos del 'marianismo'. Y más ahora que el partido se debate entre el rumbo a tomar: hacer el combate a la derecha contra Vox o bien reconquistar el centro que Ciudadanos perdió.
Enfrente hallará a una izquierda imprevisible. Como en el caso vasco y catalán, se presupone a un PSOE enardecido por su victoria nacional. Pero también tendrá enfrente las cenizas de unas Mareas que naufragaron justo antes de que Podemos consiguiera asirse a la tabla de madera del Gobierno de coalición. Los sondeos auguran, eso sí, cierto repunte del viejo nacionalismo que podrían cambiar las tornas. Todo dependerá, a diferencia de en las otras regiones, de la fuerza que pueda atesorar Vox en una zona que le podría ser propicia. Habrá que ver a qué bando le suma más la fragmentación del voto. Sobre todo si Feijóo acaba por decidirse por dar un salto a Madrid que se antoja más complicado de lo que pudo haber sido un par de años atrás.