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La guerra entre dingos y ovejas en Australia que concluyó con construcción de la valla más larga del mundo

  • La barrera para detener a los perros salvajes mide más de 5.000 kilómetros
  • Las empezaron a fabricar en el siglo XIX para tratar de detener a las plagas de conejos del país
  • Los ecologistas advierten de las consecuencias negativas de la separación de fauna
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Australia es un país gigante, complejo, casi inabarcable y repleto de peligros y amenazas que hasta pueden ser mortales. En aquel lejano país llevan conviviendo con estos riesgos desde su colonización, buscando todo tipo de medidas para protegerse, muchas de las cuales se extienden hasta nuestros días. Incluyendo la valla más larga del mundo.

Australia tiene una gran tradición de vallas. Fue el método elegido para luchas contra las numerosas plagas que asolaban a los ganaderos y a los agricultores, con mayor o menor éxito, y proteger sus animales y sus cultivos.

Y si había una plaga devastadora y destructiva en Australia fue, sin duda, la de los conejos. Este animal llegó a la isla con la 'Primera flota', el convoy británico de 11 barcos repleto de presidiarios y colonos, y que tocó tierra en 1788. Sin embargo, no empezó ahí el problema, pues eran conejos domésticos, cuya expansión estuvo controlada.

La cosa se complicó décadas después, a partir de 1859, cuando Thomas Austin, de Victoria, le pidió a su familia en Inglaterra que le enviase unos conejos, que quería para cazar. Dicho y hecho, le mandaron una docena de parejas, pero con un matiz: eran medio salvajes. El tal Austin soltó los 24 animales en su finca... y perdió el control.

Se dieron varias circunstancias que provocaron esta plaga: por un lado, el componente salvaje de estos conejos, que favoreció su resistencia y su capacidad de adaptación. Por otro, la expansión de las grandes áreas agrícolas y ganaderas, junto con el control por parte de los pastores de los pocos depredadores naturales de la región. Y por último, que el terreno era perfecto para la cría, con inviernos suaves que les permitían reproducirse todo el año, y un suelo con vegetación baja ideal. Se volvieron extremadamente prolíficos.

Tan solo tres años después, los medios de la época aseguraban que los conejos se contaban por miles, y en 1865 el propio Austin aseguraba haber cazado a más de 20.000 conejos en su finca. Para el cambio de siglo, los conejos había cubierto miles de kilómetros, hasta estar presentes en la Costa Oeste.

Pérdidas agrícolas

En la década de 1880 las pérdidas agrícolas provocadas por la explosión demográfica de los conejos eran tan elevadas que las autoridades de Nueva Gales del Sur ofrecieron 25.000 libras (el equivalente a 4 millones de dólares de hoy) para quién descubriese un método que permitiese exterminar eficazmente con esta especie invasora. Se presentaron casi 1.500 propuestas, incluyendo la caza, el envenenamiento, la voladura de madrigueras, las trampas, la suelta de hurones...

Pero diversos afectados empezaron a probar sus propios métodos. Si no eran capaces de eliminarlos, iban a intentar al menos mantenerlos lejos de sus tierras. Así, en distintos puntos del país empezaron a construir grandes vallas, un sistema que ya conocían muy bien.

Caricatura de la valla para conejos
Caricatura de la valla para conejos de Australia, publicada en 1884, dudando sobre su utilidad.

Poco a poco fueron construyendo enormes vallas, de un metro de altura, fabricadas de alambre y madera, o lo que tuvieran a mano en aquellas regiones donde la madera no abundara. Estas barreras se fueron alargando, a pesar de lo cara que era tanto su construcción como su mantenimiento, hasta crear una auténtica valla de más de 3.000 kilómetros que cruzaba el país de norte a sur. Solo había un problema: no servía para controlar a los conejos.

Tanto que a principios del siglo XX ya había ejemplares de conejos al oeste de la valla. Los animales cruzaron durante la construcción de la valla, por debajo de la misma y por donde podían. Nada podía detenerlos.

Frenar a los dingos

En cambio, sí que fue capaz de frenar a otros animales, como cerdos, canguros, emús y dingos, los verdaderos protagonistas de esta historia. Esta especie de perro salvaje era un tremendo depredador, el más importante de Australia, y tenía amedrentados a los ganaderos del país, porque devoraban rebaños de ovejas. Y mientras las granjas ovinas se extendían por todo el país, la amenaza de los dingos se hizo aún más insostenible. Hasta que en 1914, la administración decidió actuar: si las vallas los detienen, pues financiemos la construcción de nuevas barreras y ampliemos las ya existentes.

Aumentaron la altura de las redes para conejos, y algunos tramos hasta se electrificaron, para asegurarse de que los dingos no podían cruzarlas de ninguna forma, y empezaron a construir kilómetros y kilómetros por todo el país. Y no era barato. Cada kilómetro de valla costaba unos 250 dólares de la época, equivalentes a unos 42.000 dólares de hoy en día.

Cartel en la valla para dingos con las sanciones correspondientes
Cartel en la valla para dingos australiana, que incluye las sanciones por incumplir las normas.

Una inversión tan importante, y tan vital para la economía rural australiana, también requería un cuidado, mantenimiento, y vigilancia. Hasta se impusieron importantes sanciones para quien no la protegiese correctamente. Así, dejar una puerta abierta puede suponer hasta tres meses de cárcel, y más de medio año de reclusión por destruir una parte, por ejemplo. Sanciones, muchas de ellas, que siguen en vigor hasta nuestros días.

La realidad es que las redes para perros fueron bastante exitosas. El propósito de mantener al dingo fuera de los lugares más fértiles del sureste del continente, donde fueron casi exterminados, se ha cumplido, al igual que proteger a los enormes rebaños de ovejas de Queensland. Poco a poco, la valla fue alargándose, uniéndose con otras... hasta alcanzar una longitud total de 5.614 kilómetros, superior, por ejemplo, a la distancia entre Sevilla y Moscú. Es la valla más larga del mundo, y va desde Jimbour hasta los acantilados de Nullarbor, por encima de la Gran Bahía Australiana.

Polémica actual

Lejos de perder vigencia, el apoyo público del cerco se disparó en la década de los 80, después de que un dingo matase a un bebé de tan solo dos meses. El caso, tremendamente mediático y con una cobertura muy sensacionalista, causó auténtica conmoción en el país. Hoy, incluso está en marcha la construcción de 32 kilómetros adicionales de valla, que debería finalizar este mismo año.

Sin embargo, la barrera no está exenta de polémicas. Por un lado, por el impacto ambiental de la misma. Aunque es verdad que mayormente ha logrado su objetivo de mantener al dingo lejos de las ovejas (combinado con estrategias de envenenamiento y caza selectiva), ha tenido otras consecuencias. Por ejemplo, en las regiones donde los perros salvajes desaparecieron, la biodiversidad se vio muy reducida. Si retiras el principal depredador natural de una región las consecuencias son imprevisibles, y se ha visto cómo algunos herbívoros se disparaban sin control, mientras que otras especies acabaron incluso extintas.

En definitiva, una valla de casi dos metros de altura y 30 centímetros de profundidad, como tiene actualmente, no solo detiene a los dingos, sino a un montón de animales diferentes, incidiendo en esa pérdida de biodiversidad. Como denuncian los ecologistas, hay regiones que han perdido a todos los animales tradicionales y se han convertido en una tierra con demasiadas ovejas.

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