
Parece que se ha formado un raro consenso entre muchos líderes europeos sobre el acuerdo comercial firmado entre Estados Unidos y la UE. Bayrou lo calificó de "día sombrío", Merz destacó el daño que causaría a la economía germana y Sánchez destacó que concedía su apoyo al acuerdo "pero sin entusiasmo". En resumen, consideran que la Comisión se ha plegado ante Trump, sacrificando sus intereses a corto y largo plazo, y todo ello sin conseguir ninguna concesión por parte del gobierno estadounidense. La reacción de muchos de estos líderes, y la de otros críticos, parece basarse en una concepción de la política internacional, el poder y la justicia de suma cero: lo que gana Estados Unidos, lo pierde la UE. Bajo esta lógica, la UE debería responder a las agresiones de Trump con medidas equivalentes que "perjudiquen" a los intereses de Estados Unidos. Visto de otra forma, este consenso es prueba de que el argumentario mercantilista de Trump ha calado entre muchos líderes europeos, que ahora defienden una política comercial igual de proteccionista, con independencia de los efectos negativos que podría tener para sus economías.
Reflexionando sobre el acuerdo y, sobre todo, acerca de las reacciones que ha generado, creo que es importante tener en cuenta algunos matices que pueden hacer variar nuestras conclusiones: Más que un acuerdo, lo que se ha definido es un marco para futuras negociaciones. Como demuestran las largas rondas de la OMC o las negociaciones entre la UE y Mercosur, los acuerdos comerciales no se pueden negociar en cuestión de meses. Por tanto, aunque establezcan unos niveles de aranceles generales, hay oportunidad para concretar y mejorar las condiciones aplicadas al comercio entre la UE y Estados Unidos.
Muchos economistas lo han explicado, pero merece la pena recordarlo: que Estados Unidos imponga aranceles del 15% a las exportaciones de la UE -sin respuesta aparente de la Comisión Europea- no es una victoria de Trump, al menos en términos económicos. Los consumidores americanos sufrirán los mayores precios en sus importaciones y pagarán los aranceles, no los europeos. Así ocurrió con los aranceles de la primera presidencia de Trump, tal y cómo reflejan diversos estudios, y no hay razón para pensar que esto cambie. En efecto, al imponer los aranceles, Trump ha decretado una transferencia de renta desde los consumidores americanos al gobierno federal de Estados Unidos. Es probable que los compromisos de compra e inversión anunciados por la Comisión Europea sean papel mojado o que, al menos, su coste sea inferior al comentado. Primero, porque la Comisión Europea no tiene ningún control sobre las inversiones de las empresas privadas, que supuestamente deben invertir hasta 600.000 millones en EEUU hasta 2028. Además, la Comisión Europea no está legitimada para firmar compromisos de compra, ya sea de productos energéticos o cualquier otro tipo de bien, que deberán ser suscritos por el Consejo o los propios Estados miembros. Segundo, las cifras de las compras son disparatadamente elevadas, al menos comparado con los niveles de importación históricos de la UE. Como ha señalado el economista Richard Baldwin, en 2024 las importaciones totales de productos energéticos de la UE eran de alrededor de 375.000 millones de euros, de los cuales 75.000 millones provenían de EEUU. Resulta poco probable que la UE pueda incrementar sus compras de petróleo y gas estadounidenses hasta los 250.000 millones anuales anunciados.
En términos geopolíticos, es cierto que la UE demuestra que tiene una posición menos sólida respecto a Estados Unidos, pero esto ya lo sabíamos a ciencia cierta y no debería de sorprendernos. En el corto plazo, la Comisión Europea ha buscado minimizar el impacto negativo que podría derivar de la imposición de aranceles de un 30% y la consiguiente guerra comercial. El acuerdo se enmarca así en una estrategia mini-max de control de daños. Por otra parte, y como ha señalado el comisario de comercio Maroš Šef?ovi, es posible que la Comisión haya utilizado este acuerdo para ganar capital político con el presidente americano para que no retire o reduzca su apoyo a Ucrania. En el medio y el largo plazo, la UE tendrá oportunidad de utilizar las negociaciones que derivarán del acuerdo para matizar los acuerdos y minimizar los daños para la economía comunitaria. Mientras tanto, la Comisión deberá seguir trabajando en fortalecer su posición geopolítica, ya sea mediante el desarrollo de capacidades autónomas (seguridad, energía, etc.) o a través de la colaboración con otros actores, como Mercosur. Obviamente, una solución basada en los mecanismos multilaterales y las reglas de la OMC habría sido preferible. Sin embargo, a estas alturas de la partida deberíamos ser conscientes de que Trump no tiene aprecio a ese sistema internacional y que sus actuaciones responden a un concepto muy limitado del interés de EEUU. El acuerdo de la Comisión, si bien mejorable, no es una derrota total, sino otra ronda más en la cruzada de Trump por rehacer el orden internacional.