Opinión

Dietario del 720 (IV): Cumpleaños feliz

  • Buen Gobierno, Iuris & Lex y RSC
  • No era un dibujito  con una estructura arquitectónica, aunque...
  • ...sí tenía que ver con el centro comercial
Fernando Peña, asesor fiscal de los actores encausados. Foto: EFE

Venía yo con ganas de utilizar mi desahogo bimensual para lanzarme contra unas vomitivas palabras leídas en un escrito procesal recibido recientemente. Sin embargo, el alud Cuéntame se me ha venido encima y, como ya nos encontramos en plena canícula, con ganas de descanso, he decidido volver a mi anecdotario favorito. Eso sí, sin salir de las oficinas del asesor de referencia de la serie televisiva.

Me encontraba yo todavía en otra era profesional, bajo la batuta de AC quien, un día hace 8 o 9 años, me dijo que teníamos que viajar con urgencia a Madrid, para ver si podíamos ayudar a regularizar -lícitamente, por supuesto- la situación de un cliente que tenía bienes en el extranjero.

El caso fue que cogimos el tren y, directamente, desde Atocha nos dirigimos a un centro comercial de la capital. Sin anestesia. Recuerdo un calor sofocante como el de ahora, y las diferencias entre la temperatura ambiente y las de taxi, estación y centro comercial.

Parecía chocante quedar en unas galerías y no en la cafetería (o en la coctelería, por qué no) de uno de los cientos de buenos hoteles de Madrid. Lo primero que se me pasó por la cabeza es que el posible cliente, que había venido a través de un abogado madrileño amigo de AC, no iba a ser un potentado. Igual pretende que encontremos El Dorado en una cafetería Santa Gloria a base de café y panadería ultracongelada.

Me equivoqué. Al llegar al lugar -que no conocía de nada hasta entonces y que ahora resulta que tengo bastante cerca de casa- nos recibió el cliente, al que se le veía una pinta estética de señorito madrileño clásico, con zapatos color burdeos de borlas y camisa rosa con pantalón blanco impecable. Una moda que casi está prohibida en la cutre ciudad condal, incluso entre la burguesía catalana.

Tras una rápida presentación, el sujeto en cuestión nos introdujo en una de esas puertas de chapa metálica que nadie advierte en los lugares públicos, que suelen indicar peligro, salida de emergencia o algo similar. Entramos en un tubo, un armazón de mampostería y hormigón, que nos condujo a unas oficinas inmensas en las entrañas del edificio. El tipo resulta que era el propietario, el dueño, del centro comercial.

Dentro de una de las salas nos esperaba otro señor, con un aspecto mucho menos cuidado que el anterior. Con gafas de culo de botella y cara de preocupación. Era el contable de confianza, de toda la vida.Debía conocer la figura del cooperador necesario en los delitos. Sin más prolegómenos nos metieron en otra salita pequeña-no puede decirse que el lugar fuera sórdido, aunque sí funcional, sin ventanas ni adornos de ningún tipo-, con una mesa de comedor en la que nos sentamos.

Allí escuché por primera vez el nombre del asesor fiscal de la jet set. Cosa de ser de provincias, que uno desconoce los círculos del poder. Que en menudo marrón le había metido. Que no sabía cómo resolverlo. Que si la culpa la tenía Gallardón. Que él se había dedicado toda la vida a la producción musical. A lo que acompañó un rosario de cuestiones urbanísticas que no entendía lo más mínimo, aunque trataba de mover la cabeza cuando la situación parecía exigirlo. Básicamente, para no parecer más tonto de lo que soy. Tras esta dilatada exposición, el contable se levantó y vino con un plano enrollado.

Pensaba que se trataba de los planos del edificio. La cosa se pone fea si esta peña pretende que les solucionemos un problema con el ayuntamiento, pensé primero. Mi segundo pensamiento era peor: ¿qué cojones hago yo aquí? Y el tercero, ni te cuento: cuando vuelva en el tren le tendré que decir a AC que, la próxima vez, pregunte antes hacerme perder un día entero en viajecitos estériles para que él quedara bien con su colega de Madrid. Pero no.

No era un plano de obra, o como se llame. No era un dibujito con una estructura arquitectónica, aunque sí tenía que ver con el centro comercial. De hecho, era un organigrama de la estructura fiscal bajo la que se encontraba dicho edificio. Un plano entero lleno de sociedades, asociaciones, fundaciones y otros instrumentos jurídicos en un montón de jurisdicciones y países distintos. Una auténtica locura cuyo único objetivo era encubrir la titularidad de un único bien raíz: las galerías comerciales.

Intenté simular que prestaba atención al mapa. Me levanté a otear en el horizonte, a ver si llegaba a mi vista el famoso Blue Hole entre tanta isla caribeña. El contable y su jefe estaban ahí sentados, mirándome y, sin dilación me dijo el último.

"Bueno, ¿cómo lo ves? ¿Se puede regularizar? "Claro que se puede, pensé. Pero lo va a hacer tu señora madre. Ahí empecé los tradicionales malabares para intentar cobrarle a un cliente algo por la pérdida de tiempo, vendiendo la confección de un informe sobre la situación fiscal y sabiendo de antemano que ni de coña iba a poner un dedo en semejante estructura fraudulenta.

Además, había una cuestión moral no menor que me había puesto en alerta. Pese a mi escasa cultura musical y de las revistas del corazón, sí que sabía que los miembros del grupo musical del que aquel tipo se vanagloriaba más de ser su productor, habían caído en desgracia hasta los límites de la indigencia. Según las malas lenguas, por culpa de su productor.Y cayó en mi olvido hasta que me leí la sentencia Cuéntame.

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