Opinión

Europa, camino de la economía planificada que hundió al comunismo

  • Una de las ventajas con las que cuentan los políticos actuales es que ya nadie se interesa por la historia
  • Europa, en lugar de convertirse en un gigante económico y tecnológico, se ha convertido en un monstruo burocrático
  • La economía europea no colapsará como la comunista, pero seguirá perdiendo peso e influencia
Fuente: iStock
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Una de las ventajas con las que cuentan los políticos actuales es que ya nadie se interesa por la historia. Los políticos europeos cuentan además con una ventaja adicional: nadie se acuerda del sistema económico comunista. Algunos (pocos) recuerdan que fue un fracaso, pero casi nadie recuerda de en qué consistía. Si la gente lo recordara, no sería tan complaciente con la política económica que está llevando a cabo la Unión Europea.

La economía comunista se caracterizaba por la planificación. El dictador de turno establecía un plan económico en el que, con la ayuda de técnicos y burócratas, se decidía hacia donde deberían de ir los recursos económicos del estado. En otras palabras: decidían a que se iba a dedicar el país durante los siguientes cinco años. Esto es tanto como decir que un dictador o un politburó tienen la visión económica y empresarial de un Amancio Ortega, un Steve Jobs o los fondos de inversión que financiaron el desarrollo de Silicon Valley. Y claro, no la tenían.

Pero que la gente no recuerde aquel fracaso está permitiendo a los políticos europeos hacer de la economía de la Eurozona algo que cada vez se parece más a una economía planificada, donde los políticos deciden el destino de los recursos del sistema. Como ocurre con muchas malas ideas, empiezan con buenas intenciones. Los políticos empezaron poniendo la protección del medio ambiente entre las prioridades de la actividad económica, lo cual no es una mala idea "per se". El problema ha sido el resultado. Y el desarrollo de la misma, como quedó demostrado cuando se cerró el grifo del gas ruso y Alemania se dio cuenta que había cerrado todas sus centrales nucleares. Y todo fue una decisión política.

Ahora llegamos al plan quinquenal número dos. Empieza por la correcta constatación de que Europa es incapaz de crecer y que el crecimiento post pandemia ha sido una reacción coyuntural a la recesión de la pandemia. Y que Europa vuelve a la normalidad, que significa estancamiento o bajo crecimiento. Lo que ya se conoce para la historia económica cómo la "euroesclerosis". Pero los políticos no se paran a estudiar la raíz del problema, que es que Europa, en lugar de convertirse en un gigante económico y tecnológico, se ha convertido en un monstruo burocrático, que impide precisamente el desarrollo económico y tecnológico.

¿Y cuál puede ser la reacción lógica de quienes han creado y dirigen ese monstruo burocrático, ante el temor a volver al estancamiento? Pues un nuevo plan quinquenal. Y como poner de nuevo el foco en temas medioambientales rechinaba, se ha aprovechado la amenaza que supone Rusia, se ha exagerado un poco y se ha encontrado dónde dirigir el dinero del nuevo plan quinquenal: al armamento. A una economía de guerra. Y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, también a infraestructuras.

Esta "solución" ya la aplicó Japón durante décadas. Como no podían utilizar la amenaza militar centraron el tsunami de gasto público en las infraestructuras. Ahora tienen unas infraestructuras magníficas, siguen con un crecimiento muy débil y han conseguido una deuda pública mastodóntica. Un éxito. Europa va poco a poco y por la puerta de atrás hacia un sistema semi comunista de economía planificada. Cada vez es mayor el porcentaje de actividad que no solo depende del sector público, sino de la dirección que quieran marcar los políticos. Ya no deciden empresarios, consumidores o innovadores, deciden ministros y burócratas. Como dicen en la redes: "¿qué puede salir mal?".

Lo peor es que, al otro lado del charco, y con todos sus defectos, el crecimiento económico se plantea desde el apoyo a las empresas, a la innovación, al desarrollo tecnológico, a la desregulación y la bajada de impuestos. Sin entrar en cuestiones éticas o de justicia social, que no son nuestro negociado (somos asesores financieros independientes), lo que está claro es que el modelo económico norteamericano enfrentado al europeo tiene todas las de ganar. Las mismas por las que desapareció el comunismo. Las mismas por las que ganó el modelo occidental.

La economía europea no colapsará como la comunista, pero seguirá perdiendo peso e influencia. Lo que a su vez permitirá a presidentes como Donald Trump imponer sus condiciones en la mesa de negociación. Y, poco a poco, el estancamiento económico erosionará el estado de bienestar, que tanto ha costado alcanzar. Y que, por cierto, se alcanzó con economía de mercado, no con economía planificada.

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