Opinión

La batalla invisible por el dominio de las tierras raras

  • La IA depende, en gran medida, de los minerales refinados y procesados por China
Las tierras raras son, a día de hoy, la nueva llave de la economía mundial
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En el tablero de la geopolítica moderna, el control de los minerales críticos se ha convertido en una de las partidas más estratégicas y menos visibles. Las llamadas "tierras raras" -un grupo de 17 elementos químicos indispensables para la tecnología, la defensa y la transición energética- son hoy la nueva llave de la economía mundial. Y, hoy por hoy, esa llave la sigue sosteniendo China con mano firme, a pesar de los esfuerzos crecientes de otras potencias por arrebatársela.

La historia no es nueva. Hace más de una década, la Administración Obama, junto a la Unión Europea y Japón, llevó a China ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) por restringir la exportación de estos minerales. Sin embargo, Pekín había jugado ya su carta maestra: veinte años antes, había desplegado una red global de minería y refinado, blindando su dominio no solo en la extracción, sino también en toda la cadena de valor de estos materiales estratégicos. Cuando en 2010 vetó la exportación de tierras raras a Japón, y posteriormente en 2023 y 2025 reaccionó ante sanciones estadounidenses, quedó claro que los minerales eran ya un arma de presión económica de primer nivel.

Estados Unidos, consciente de su tardía reacción, intenta ahora recuperar terreno a toda velocidad. Ha buscado fortalecer su industria nacional de minería y refinado, reactivar explotaciones olvidadas y sellar acuerdos bilaterales con países que poseen estos recursos. Por su parte, la Unión Europea encabeza una carrera diplomática más discreta, firmando acuerdos con países emergentes como Chile, Indonesia o la República Democrática del Congo. Pero esta nueva "diplomacia de los minerales" avanza entre memorandos de entendimiento y asociaciones estratégicas no vinculantes, donde la palabra pesa más que la firma y el riesgo de incumplimientos es constante.

Todo esto ocurre en un contexto de extrema volatilidad. Muchos de los países proveedores enfrentan problemas de corrupción, inestabilidad política y fragilidad institucional. La falta de garantías en estos entornos multiplica los riesgos para Europa y Estados Unidos, que necesitan estos minerales para sostener su crecimiento tecnológico y su seguridad nacional.

Mientras la Unión Europea aboga por una vía respetuosa con los derechos humanos y la sostenibilidad ambiental, China sigue avanzando sin reparos ni exigencias laborales o ecológicas. Estados Unidos, por su parte, adopta un enfoque pragmático, donde el acceso estratégico prevalece sobre cualquier otra consideración. Europa, dividida en demasiadas ocasiones por intereses nacionales, está obligada a hablar con una sola voz si quiere tener un papel relevante en esta nueva era de competencia global.

Hoy, los semiconductores, las energías limpias, la ciberseguridad, la inteligencia artificial, la movilidad eléctrica y la defensa moderna dependen en gran medida de minerales procesados y refinados por China. Sin una estrategia clara y eficaz, ni la transición ecológica ni el desarrollo tecnológico occidental podrán sostenerse a largo plazo. El peligro es real: una interrupción en el suministro este tipo de minerales podría paralizar sectores enteros y comprometer la soberanía industrial de muchos países.

Estamos ante una batalla silenciosa pero crucial. Las alianzas que se negocian hoy determinarán qué regiones controlarán la economía y la seguridad global de las próximas décadas. Estados Unidos lo sabe bien y de ahí sus muestras de interés por explotar los recursos minerales de Ucrania y la presión que está ejerciendo sobre Groenlandia. Europa, por su parte, debe actuar con urgencia, coherencia y visión estratégica, o resignarse a jugar un papel secundario en el nuevo orden mundial que ya está tomando forma. La diplomacia de los minerales no admite vacilaciones ni medias tintas: es una cuestión de supervivencia económica y política.

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