
Alemania atraviesa uno de los momentos más complejos de su historia reciente. La locomotora de Europa se enfrenta a un crecimiento nulo mientras su industria insignia, la automoción, lidia con una crisis que amenaza con agravarse cuando los aranceles estadounidenses empiecen a hacer mella en las exportaciones. Como principal economía y exportador de la Unión Europea, el destino de Alemania y el de la UE están más entrelazados que nunca.
El diagnóstico es claro. Según The Economist, el modelo alemán basado en la exportación, especialmente de productos industriales a China, el acceso a energía barata de Rusia y la protección de Estados Unidos, ha dejado de existir. Alemania pierde cuota en el mercado chino, ya no puede recurrir al gas ruso y Washington ha dado la espalda a Europa. Todo esto en un contexto de envejecimiento demográfico (con presión sobre las pensiones), una guerra en Ucrania sin visos de solución y el ambicioso objetivo europeo de alcanzar emisiones netas cero en 2050. Y a ello se suma la amenaza de una guerra comercial global impulsada por la política estadounidense.
Ante este panorama, la pregunta es inevitable: ¿Qué reformas estructurales pueden sacar a Alemania del estancamiento? Los expertos coinciden en varias prioridades: por un lado, reducir la burocracia, que representa para el país un lastre del 4% de su PIB, un problema compartido con el resto de la UE; por otro, combatir la escasez de mano de obra muy cualificada mediante una política migratoria eficaz y una aceleración de la automatización, y ello en un contexto político marcado por el auge de la extrema derecha; también garantizar una energía asequible y estable para la industria, reabriendo el debate sobre la energía nuclear; y por último, modernizar infraestructuras, especialmente el sistema ferroviario tras décadas de inversión insuficiente y crecientes problemas de puntualidad y fiabilidad.
La industria alemana, desde las pymes del Mittelstand hasta gigantes como Bosch, Volkswagen o Mercedes, acusan la falta de adaptación tecnológica y la competencia feroz de China, agravada por el encarecimiento energético. Y como resultado han caído las exportaciones y se ha perdido competitividad. Pero a pesar de todo, existen oportunidades. Alemania y la Unión Europea pueden diversificar sus mercados hacia regiones como Mercosur o ASEAN, e invertir en sectores de futuro como el de las baterías, microchips, defensa, tecnologías climáticas y sanitarias, o nuevos materiales, siguiendo la estela de Estados Unidos con sus "Magnificent Seven". Incrementar la productividad, otro reto compartido con Europa, es clave para recuperar el dinamismo. La financiación de esta transformación exige inversiones públicas y privadas en innovación, digitalización e infraestructuras. Sin embargo, las estrictas reglas fiscales limitan el margen de maniobra, aunque crece el consenso político sobre la necesidad de flexibilizarlas, especialmente para reforzar la defensa. Una mayor desregulación a nivel europeo podría, además, atraer capital privado.
Reducir la dependencia de Estados Unidos y China es otro objetivo estratégico para Alemania, compartido con el resto de los países de la UE; y aunque no puede permitirse romper con el gigante asiático, sí puede diversificar sus alianzas en Asia y Oceanía aprovechando los nuevos acuerdos comerciales de la UE, y apostar por sectores donde pueda competir de tú a tú con los chinos.
La llegada inminente al poder de Friedrich Merz, pendiente de la aprobación parlamentaria, ha insuflado optimismo en los mercados. Merz es consciente de que el país necesita reformas profundas y urgentes y su reto será convencer a una clase política fragmentada de la necesidad de actuar con rapidez y determinación. El futuro de Alemania (y en buena medida el de Europa) dependerá de su capacidad para liderar este proceso de transformación.