
Esta semana hemos conocido que el Premio Nobel de Economía 2024 ha recaído en los profesores Acemoglu, Robinson y Johnson por sus estudios sobre "cómo se constituyen las instituciones y como afectan a la prosperidad". Me parece una buena noticia que el premio se otorgue a los economistas que estudian los problemas importantes, aunque no todo el mundo esté de acuerdo con todas sus conclusiones. De hecho, si un conjunto de estudios sobre temas relevantes suscita unanimidad es que, o bien no se han leído, o bien no contienen ninguna novedad.
En su libro más conocido, ¿Por qué fracasan las naciones?, Acemoglu y Robinson explicitan el concepto de "élites e instituciones extractivas" como algo negativo y que impide el crecimiento económico. Los autores también demuestran la importancia de un mínimo de centralización administrativa, del Estado de Derecho, de las instituciones abiertas e inclusivas, y de que los derechos de propiedad estén adecuadamente garantizados. A partir de aquí critican, por ejemplo, a los conquistadores españoles y su legado en América Latina.
El libro tiene más de una década, pero sigue estando de plena actualidad, como vemos. Y adelanto, mi opinión, aunque no esté de acuerdo en todo, ni mucho menos, creo que es una lectura imprescindible, y que, además se entiende con facilidad. Y eso no se puede decir de todos los libros de economía. Por ejemplo, en la cuestión de los imperios europeos y el fenómeno colonial creo que no se tienen en cuenta todos los aspectos. Evidentemente, la América precolombina esta constituida por un conjunto de civilizaciones muy atrasadas, que no conocían ni siquiera la rueda. Eso facilitó la conquista, primero de los españoles, y luego de los siguientes europeos, entre otros, portugueses, holandeses y británicos. En las guerras y en las conquistas casi siempre gana el que tiene mejor tecnología, desde la invasión de los dorios en Grecia, que triunfaron porque tenían espadas de hierro hasta la actualidad, y América no fue precisamente una excepción. Pero, evidentemente, lo que luego no resulta sencillo es conseguir a partir de ahí prosperidad e instituciones que funcionen.
El régimen económico que los españoles implantaron en América fue extractivo. Y negar eso es simplemente negar la realidad. Aunque eso fuese superior a las civilizaciones precolombinas en muchos aspectos, muchas instituciones económicas, que los españoles implantaron, como las encomiendas o repartimientos, eran explotadoras, opresivas e impedían el crecimiento económico. Estas instituciones obligaban al trabajo forzoso o a tributos en especie a favor de los conquistadores primero, y luego de sus descendientes.
Pero, Acemoglu y Robinson también atribuyen buena parte del subdesarrollo a que la élite criolla que sustituyó a los españoles después de la independencia no fue menos extractiva que los conquistadores españoles. Con todo, las críticas más duras son a las políticas de exterminio holandesas, buscando eliminar competencia comercial, y a la institución extractiva por excelencia, la esclavitud. Aquí, los autores reparten culpas entre las potencias europeas que demandaban esclavos, y los propios regímenes tribales africanos que los proveían. En cualquier caso, el pasado no se puede cambiar, y precisamente por eso, pedir perdón por la conquista como reclama la presidenta de México no serviría absolutamente para nada. Ni tampoco tendría utilidad alguna que el gobierno español le exigiese disculpas al italiano por la conquista romana de Hispania.
A futuro, la lección más importante, y menos discutible del trabajo de los premiados es que las instituciones importan y mucho. Por una parte, si no existen, y esto pasa por la existencia de un Estado funcional, no habrá mercados, ni crecimiento, ni desarrollo económico. Es preferible que haya instituciones extractivas a que no haya nada. Esto parece evidente, pero algunas lecciones son más sutiles. Por ejemplo, que a menudo las instituciones más extractivas como la esclavitud van quedando atrás no ya por decisiones éticas sino por el puro avance tecnológico, cuando las máquinas sustituyen a la mano de obra humana. Pero, para que el avance tecnológico se implante son necesarios regímenes y élites que los promuevan y no que los impidan. Y en este punto, el Estado de Derecho y la garantía de los derechos, y de la propiedad, es fundamental.
Para Acemoglu, Robinson y Johnson, a partir de instituciones extractivas se puede conseguir un cierto crecimiento, pero al final llega a su límite porque no permiten la destrucción creativa, es decir la sustitución de tecnologías anticuadas por novedades más eficientes. Cuando estamos viendo que Europa se está quedando atrás en el crecimiento económico, deberíamos plantearnos también si las instituciones europeas están estableciendo mejores condiciones para que haya crecimiento económico. Por ejemplo, ¿es más fácil investigar e implantar instrumentos y mecanismos de inteligencia artificial en Estados Unidos, China o Europa? Pues, la respuesta, tristemente, es que en Europa es más difícil, no ya que, en Estados Unidos, sino también que en China.
Eso sí, en Occidente, por razones fundamentalmente institucionales, los derechos están más garantizados. Por eso, hay más inversiones que se refugian en países con derechos más garantizados. Ésta es una de las razones por las que vivimos mejor. Sin embargo, cuando la seguridad jurídica se reduce, los "mercados fallan", habitualmente por falta de oferta. Esto está pasando, por ejemplo, en el mercado del alquiler en España. Si no hay garantía de cobro o de recuperación de la casa en un tiempo razonable, la oferta de vivienda en alquiler se retrae. Si se topan los precios, aumenta la economía sumergida o los alquileres sin declarar. A medio plazo, no se invierte en vivienda porque no es rentable. Esto nos lleva al grave problema de vivienda que padecemos. Si los derechos no se garantizan suficientemente, y si las instituciones que tienen que hacerlos efectivos, fundamentalmente la Administración de Justicia está cada vez más colapsada, alquilar una vivienda es cada vez más caro y difícil, especialmente para los colectivos más vulnerables.
Pasa un tiempo entre la degeneración de las instituciones y que los problemas institucionales se traduzcan en pérdida de bienestar y crecimiento económico. Sin embargo, es algo inevitable. Por eso, la degeneración institucional que todos percibimos debería preocuparnos mucho, aunque sólo sea porque eso siempre se acaba pagando, y, además, de forma muy onerosa.
Otro tema que también debería preocuparnos es la tendencia al nacionalismo y a la fragmentación económica, a todos los niveles. La cooperación y la eliminación de barreras económicas conducen a la prosperidad. Ir en dirección contraria, hacia la fragmentación de las instituciones económicas que funcionan, como la Agencia Tributaria, no sólo nos llevaría a una economía más injusta, sino que supondría un retroceso económico del que sólo se beneficiaría lo que Acemoglu, Robinson y Johnson denominarían una "élite extractiva", empezando por algunos defraudadores que se beneficiarían de un peor control fiscal. Pero, esa es otra historia de la que, desafortunadamente, tendremos que seguir hablando en otra ocasión.