
El camino hacia una economía libre de carbono se ha convertido en el objetivo común de la economía global, y en particular, del sector energético. Este cambio, gestado durante décadas, es crucial para mitigar los efectos del cambio climático. La reducción de las emisiones de dióxido de carbono es un proceso gradual que requiere el respaldo de fuentes de energía alternativas para su plena implementación.
La legislación europea, representada por el paquete Fit for 55, junto con la revisión del Pniec en España, son ejemplos de las más recientes regulaciones dentro de un creciente conjunto de proyectos legislativos. Estos establecen obligaciones tanto para las empresas como para los Estados miembros con el fin de alcanzar los objetivos de reducción de emisiones. Este esfuerzo está siendo liderado actualmente por la Unión Europea, demostrando su compromiso frente al calentamiento global.
A pesar de que las fuentes de energía renovable representan una promesa para el futuro, todavía se encuentran en una fase inicial, lo que dificulta su capacidad para reemplazar a las convencionales. Por ello, es crucial explorar y promover el desarrollo de nuevos vectores energéticos, como los biocombustibles, los combustibles sintéticos y el hidrógeno y sus derivados. Estos vectores emergentes desempeñarán un papel vital en la descarbonización de sectores que presentan desafíos para la electrificación, como la aviación o el transporte marítimo.
El sector del transporte y la logística se enfrenta a un desafío formidable: la inviabilidad de su electrificación en el corto y medio plazo. Los vehículos eléctricos destinados al uso privado están ganando terreno y experimentando un crecimiento significativo a nivel europeo. Sin embargo, su adopción masiva aún se ve obstaculizada por su elevado coste. En cuanto al transporte de mercancías por tierra, la tecnología eléctrica se topa con un obstáculo considerable: la necesidad de baterías de gran tamaño que, paradójicamente, reducirían el espacio disponible para la carga de los propios vehículos. En los ámbitos del transporte aéreo y marítimo, el desafío es similar, lo que complica aún más la transición hacia una movilidad más sostenible.
Ante este panorama, la solución más factible radica en los combustibles sintéticos y los biocombustibles. Estos últimos emiten menos carbono que los carburantes tradicionales, lo que los convierte en una alternativa prometedora. Los biocombustibles elaborados a partir de biomasa han demostrado tener un gran potencial, pero recientemente han surgido opciones aún más innovadoras. Los combustibles alternativos generados a partir de residuos como el aceite usado representan una solución que no consume productos agrícolas ni suelo. Esta opción, además de ser respetuosa con el medioambiente, refuerza la circularidad del ciclo productivo, alineándose así con los principios de este modelo económico.
Actualmente, cuando conducimos un vehículo diésel, aproximadamente un 10% del combustible proviene de fuentes renovables. Esta es una de las grandes ventajas de los biocombustibles: su compatibilidad con los motores de combustión interna actuales. Esta característica permite una transición suave y progresiva hacia la descarbonización del transporte por carretera. Además, los biocombustibles se integran de manera eficiente en la infraestructura logística existente, eliminando la necesidad de inversiones significativas en transporte y almacenamiento. Las refinerías actuales también pueden adaptarse con relativa facilidad para producir estos combustibles, lo que posibilita aún más su implantación. En el ámbito de la aviación, el combustible alternativo, conocido como SAF (Sustainable Aviation Fuel), se presenta como la única solución viable para reducir emisiones de carbono en el corto plazo. Este tipo de combustible, producido a partir de fuentes sostenibles, tiene el potencial de transformar la industria de la aviación y contribuir a la lucha contra el cambio climático.
Aunque los principales fabricantes de aviones han comenzado a explorar el uso de hidrógeno, estos prototipos están en las primeras etapas de desarrollo y lejos de ser comercialmente viables. El hidrógeno, aunque prometedor, presenta desafíos significativos en términos de almacenamiento y seguridad que deben abordarse antes de ser adoptado ampliamente. Además, la renovación de las flotas aéreas es un proceso que lleva tiempo. Los aviones son inversiones a largo plazo que las aerolíneas esperan utilizar durante varias décadas. Por lo tanto, incluso si los aviones propulsados por hidrógeno estuvieran disponibles hoy, llevaría años antes de que constituyan una parte significativa de la flota aérea mundial. Por lo tanto, en el corto y medio plazo, combustibles como el SAF representan la mejor opción para reducir las emisiones de la aviación. Su uso puede ser implementado de manera relativamente rápida y sin necesidad de cambios drásticos en la infraestructura existente o en los aviones.
De forma paralela, debemos continuar avanzando en la investigación del hidrógeno. La inversión de 16.300 millones de euros del Perte representa una oportunidad excepcional para seguir explorando esta fuente de energía. Ya se vislumbran beneficios potenciales a corto plazo para la industria pesada y los procesos químicos que generan grandes cantidades de carbono, sectores en los que el hidrógeno puede contribuir de manera significativa a su descarbonización.
Además, el hidrógeno ofrece dos ventajas adicionales; su almacenamiento y transporte a través de líquidos portadores de hidrógeno (LOHC) es compatible con las redes de distribución de graneles líquidos existentes; y, el hidrógeno puede actuar como medio de almacenamiento del excedente energético producido por las energías renovables. Esto convierte al hidrógeno en un elemento clave en la transición hacia un futuro energético más sostenible. La diversidad energética es fundamental. No debemos limitarnos a una única solución energética, sino aprovechar lo que los nuevos vectores pueden ofrecer, al igual que se hace con las distintas fuentes de electricidad renovables. El papel de las instituciones es crucial en este aspecto. Deben favorecer un desarrollo competitivo que respete la neutralidad tecnológica, promoviendo una transición energética progresiva y holística. En conclusión, la transición energética requiere un enfoque diversificado y equilibrado. Al aprovechar el potencial de los combustibles alternativos, podemos avanzar hacia un futuro energético que no solo sea sostenible, sino también eficiente y resiliente.