
Desde hace ya décadas estamos inmersos en un clima social y político que aspira a una transición energética hacia fuentes de energía no fósiles. Dichas intenciones están motivadas, en principio, por la necesidad de reducir las emisiones de CO2 y ralentizar así el calentamiento del planeta debido al cambio climático. Aunque en el trasfondo también reside la ambición de librarse de la interdependencia geopolítica intrínseca a los fósiles, y en muchas ocasiones es este el factor que más motiva el cambio a corto plazo.
Para realizar esta transición se nos ha presentado un plan global que aspira a un planeta libre de emisiones netas de CO2 en el año 2050. Dicho plan se basa en la instalación masiva de renovables eléctricas (eólica, fotovoltaica…) y utilizar esa energía eléctrica para todos los usos finales. Y visto así parece que fuera suficiente. Sin embargo, el cuento no es tan fácil ni bonito: en la actualidad el 80% de la energía que consumimos no es eléctrica, por lo que si solo instalamos renovables eléctricas optaríamos a resolver el 20% del problema. Pero es que, además, la eólica y la solar son intermitentes así que, si queremos mantener una estabilidad y garantía de suministro en la red eléctrica, solo instalando renovables no hay capacidad para resolver ni siquiera ese 20%. Y es aquí donde comienzan a aparecer las dificultades que no nos han contado.
Por un lado, para que la red eléctrica sea de origen cien por cien renovable habrá que instalar sistemas masivos de almacenamiento de energía (baterías, centrales de bombeo, …) y de estabilidad de red, que sin aportar energía neta al sistema encarecerán el coste final. Y aun así solo habremos logrado solucionar el 20% del problema, como comentaba. Para poder librarnos de los combustibles fósiles en el otro 80% debemos buscar formas de electrificarlos directa o indirectamente, y ese proceso requiere la integración de una gran diversidad de tecnologías aún por industrializar e implantar, si no inventar en algunos casos con elementos tan diversos como los vehículos eléctricos o el hidrogeno verde. Estas tecnologías no son abundantes ni baratas a día de hoy y está por ver si realmente su implantación es posible a nivel masivo para mantener el metabolismo energético al nivel de la sociedad actual.
Se trata de un inmenso reto y es ingenuo pensar que semejante cambio solo va a afectar al sector energético y no a la sociedad en su conjunto. Es más que probable que al menos en el medio plazo el acceso a la energía sea más caro y por tanto un bien de lujo. Porque el cuento de que las renovables son las energías más baratas es cierto, siempre y cuando no tengamos en cuenta todos los sistemas que han de acompañarlas para garantizar el suministro. Son esos sistemas los que hacen mucho más compleja y cara la ecuación, y sin ellos las renovables no pueden alcanzar mucho más del 10% de la energía que nuestra sociedad necesita.
Habría que plantearse si estamos dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para que la transición sea posible. Porque nos han dicho que será fácil y no es verdad. La humanidad jamás ha dejado atrás ninguna fuente de energía, solo ha ido añadiendo nuevas a las anteriores para poder ampliar nuestro consumo: a la madera sumamos el carbón, al carbón el petróleo y al petróleo el gas natural. Y ahora queremos dejar todas atrás y sustituirlas por renovables en solo treinta años, cuando su integración llevó al menos cien
¿Cómo podemos pensar que no habrá sacrificios que realizar por el camino?Recordemos que el petróleo y los fósiles no están omnipresentes en nuestra sociedad porque los humanos amemos contaminar, sino porque han sido la mejor solución, la más barata, la más eficaz y en última instancia la que ha permitido desarrollar la sociedad de bienestar en la que vivimos. Los fósiles son el corazón de nuestra sociedad y extraerlos de ella es más una operación a corazón abierto que un cambio cosmético. Si bien el cambio del sistema energético es absolutamente necesario si queremos subsistir como civilización, este va a implicar fuertes sacrificios por parte de todos. Hay que tratar a la población como adulta y explicarle que, si tenemos que dedicar más recursos a suministrarle energía habrá menos para otras áreas, y que sean los ciudadanos los que decidan si están dispuestos a realizar ese sacrificio.
Vivimos una etapa decisiva de la historia de la humanidad en la que tenemos que optar entre agotar los fósiles continuando con el sistema tal y como es ahora y dirigirnos hacia el colapso, o ser valientes y afrontar el cambio de modelo energético asumiendo que implicará un cambio también en el modelo social y económico a todos los niveles, con grandes sacrificios por el camino. Seamos conscientes y elijamos bien.