
La publicación de los resultados del tercer trimestre está ya muy avanzada, y podemos ir extrayendo algunas conclusiones. En general, las ventas, márgenes y beneficios están superando algo lo previsto y no ha habido grandes sorpresas. En los detalles, hay argumentos para pensar que se está superando el bache, y también lo contrario. Lo que parece inevitable, en nuestro escenario base de mayor desaceleración de la economía mundial, es que las optimistas expectativas del consenso para 2024 deberán ser rebajadas, lo que supondrá otro lastre para que las bolsas puedan reanudar una tendencia alcista sostenida.
El S&P 500 va camino de saldar el trimestre con un aumento del beneficio neto agregado del 3% interanual, cuatro puntos mejor de lo inicialmente esperado. El europeo Stoxx 600, por su parte, puede registrar una caída cercana al 9%. Pero están muy distorsionados por las petroleras, que vienen de precios del barril por encima de 100$ hace un año, y cuyos resultados se desploman de media un 40%. Sin ellas, el crecimiento ha sido de casi el 9% en EEUU y del 3% en Europa.
También conviene mirar los números sin el sector financiero, que aumenta sus beneficios un 15% respecto al tercer trimestre de 2022. Sin bancos y aseguradoras, los del índice norteamericano están casi planos, mientras que el de nuestro continente se hunden un 18%. Incluso las tradicionalmente estables farmacéuticas sufren este año la desaparición de los ingresos por la pandemia, y restan al conjunto.
Desde el ángulo macroeconómico, hay dos señales destacables, en especial en EEUU. La primera es el notable aumento de la inversión en activos fijos de las compañías no tecnológicas, impulsada por los programas federales de infraestructuras y de transición energética, y por el esfuerzo para relocalizar parte de la producción. Dos tendencias que probablemente tengan continuidad en los próximos años, y que darán cierto soporte a la actividad en la industria y la construcción. Es igualmente destacable la mejora de la productividad tras los recortes de costes y, cabe suponer, por las innovaciones tecnológicas.
Pero también hay muchas sombras. Más allá de la élite del S&P 500, con empresas en general globalmente diversificadas y financieramente sólidas (con tres cuartas partes de la deuda con tipos fijos a largo plazo), las pequeñas y medianas compañías registran una caída interanual media del 14% del resultado neto. Muestra su menor capacidad para absorber o repercutir el aumento simultáneo de los costes laborales, financieros y de suministro. Y eso contando con acceso a los mercados de capitales, pensemos en el resto del tejido empresarial, mucho más dependiente del crédito bancario, más caro y escaso.
Mención aparte merece Japón. Con una política monetaria expansiva, una divisa competitiva y aún impulsado por la reapertura, los beneficios están creciendo más del 13%, con una sustancial revisión al alza de las estimaciones. Justo la otra cara de la moneda que China, la que decepciona las estimaciones reflejando su compleja recuperación y los impactos del ajuste de las burbujas crediticia e inmobiliaria.
Tras esta somera disección de los resultados, podemos concluir que van quedando atrás muchas de las distorsiones tras la pandemia y que muchos sectores están superando el bache. Salvo que se produzca una recesión global, los modelos de estimación apuntan a que los beneficios puedan crecer modestamente en 2024 gracias a los negocios tecnológicos y sanitarios, mientras los más cíclicos se resienten de la mayor desaceleración económica y los de las financieras se frenan al dejar atrás las subidas de tipos de interés.
Sin embargo, sigue pareciendo muy optimista el +11% del consenso de los analistas de empresas de EEUU (frente al +6% en Europa), y vemos muy probable que sea rebajado en los próximos meses. No suele ser, por si solo, un detonante para una corrección bursátil, pero será otro viento de cara que acota el potencial alcista en tanto que no se vislumbre la inflexión del ciclo económico o comiencen los recortes de tipos.