
En su discurso y en las réplicas a los distintos grupos parlamentarios durante el debate de investidura, el líder del PP ha dibujado los grandes trazos de su proyecto para España. En el plano político e institucional, su propuesta se resume en la restauración y fortalecimiento de los fundamentos de la democracia liberal; en el social en el respeto al pluralismo de valores de los individuos en una sociedad abierta que les permita vivir conforme a aquellos en un marco de igual libertad ante la ley; un antídoto al sectarismo imperante. Ello supone una recuperación-actualización al siglo XXI de los principios inspiradores de la Transición, plasmados en la Constitución.
Por un lado, esa es la respuesta adecuada al programa de acoso y derribo al Régimen del 78, emprendido por la izquierda patria desde su ascenso al poder en 2019 y al evidente deterioro, mejor, al acelerado intento de desmantelar los ya débiles contrapesos al abuso de poder de las mayorías que, por definición, son siempre coyunturales y contestables en un sistema democrático. Por otro lado, constituye un recordatorio de algo esencial, ignorado o rechazado por las fuerzas colectivistas: el Gobierno y sus aliados no representan la totalidad de la sociedad española, consigna repetida una y otra vez, sino a la mitad de ella.
Si bien esos puntos son los más preocupantes de la situación de España en esta hora, el PP debería perfilar con mayor claridad cuál es su modelo socioeconómico. No se trata tanto de detallar un paquete de medidas como de definir una filosofía, una estrategia en donde puedan enmarcarse las acciones tácticas con coherencia, consistencia y credibilidad. Esto es muy importante porque la política económica es un todo, un sistema de vasos comunicantes. Cada iniciativa concreta puede potenciar o anular los efectos de otras; facilitar, entorpecer, o, incluso, impedir la consecución de los objetivos que se persiguen.
Ese enfoque metodológico es fundamental, se esté en el Gobierno o en la oposición. La actual coalición gubernamental tiene una meta clara: aumentar cada vez más el tamaño del Estado y extender su campo de actuación y reducir todo lo que se pueda la esfera de autonomía de la iniciativa privada; esto es, la libertad de los individuos y de las empresas. Frente a eso, el Partido Popular ha de representar simplemente lo contrario con firmeza y decisión y tiene todos los instrumentos para hacerlo. El centro-derecha debe ser consciente de la superioridad en términos materiales y éticos de sus ideas lo que, por desgracia, será bastante sencillo de demostrar en el escenario económico que se avecina. El viento de la realidad sopla en dirección contraria a la de la izquierda patria y eso ha de ser tenido en cuenta a la hora de articular una oferta alternativa.
Desde esta perspectiva, el debate de investidura hubiera sido un buen escenario para realizar un enfoque más ambicioso y audaz en el campo de la economía. Además, eso es un elemento importante para reagrupar alrededor del PP a todo, o a casi todo el espacio político, del centro a la derecha. Al margen de sus diferencias, el grueso de los votantes de ese espectro tiene algo en común: una considerable alergia a la socialdemocracia, agudizada por la escalada colectivista llevada a cabo por la coalición social-comunista. Ante esta situación es ilustrativo hacer referencia a una distinción interesante, la existente entre partidos políticos de demanda y partidos-políticos de oferta. Esa diferenciación resulta muy útil para comprender las mutaciones estratégicas de las formaciones.
Los partidos, venden bienes y servicios en el mercado. Este cambia de forma constante con la evolución de los gustos y de la tecnología que no son variables estáticas. La venta de un producto antiguo puede ser provechosa para quien ha representado mejor su marca desde sus orígenes y a lo largo del tiempo, o permitir a su competidor o competidores desplazarle si lo comercializan con mayor atractivo y un buen etiquetado. Este es el comportamiento típico de las formaciones políticas de demanda para las cuales, aquella es inmodificable en lo sustancial. Y ese fue uno de los principales errores del anterior Gabinete del PP.
Pero eso no es algo inevitable ni perenne. A veces, se presenta la oportunidad de ofrecer un nuevo producto que acaba con el monopolio del reinante y desencadena una dinámica transformadora cuyos dividendos son sustanciosos; concede a quienes la protagonizan e impulsan una posición dominante en el mercado hasta que sus competidores son capaces de asimilarla y de adaptarse al escenario configurado por ella. Esto lo hacen los partidos de oferta. A priori, su triunfo nunca es percibido ni por la mayoría de los politólogos ni por los expertos en demoscopia. A posteriori, siempre dicen lo mismo: era inexorable. ¿Por qué se equivocan esos colectivos?
La respuesta es por su incomprensión de cómo funcionan los mercados. A pesar de sus singularidades, el político y el económico, son procesos de descubrimiento, de ensayo y error. Contemplarlos como una foto fija es un error, que además refuerza la instintiva aversión de los hombres públicos al riesgo. Pero hay ocasiones en las que los costes de hacerlo son bajos y los beneficios potenciales son altos. En España, comienza a abrirse un claro espacio para plantear una alternativa real de cambio que tenderá a acentuarse con el deterioro de la situación económica y social. Y, en cualquier caso, la estrategia descrita es imprescindible en el presente corto plazo para reunificar a la derecha, y en el medio para derrotar a la izquierda.