
El BCE arrancó el pasado año las subidas de tipos para embridar la inflación provocando una ralentización suave de la economía europea. Pero ese objetivo está muy lejos de cumplirse.
De hecho, el propio eurobanco reconoce en sus actas publicadas a finales de agosto que "la economía podría estar entrando en una fase de estanflación en contraste con el escenario benigno de un aterrizaje suave".
Los datos actuales avalan este nuevo pronóstico de escaso crecimiento y elevada inflación. Para empezar, el PIB europeo solo ha crecido un 0,2% en 2023. Asimismo, el IPC cerró agosto en el 5,3%, una tasa muy alejada del 2%-3%, que es lo que el BCE considera niveles asumibles. Por si fuera poco, las perspectivas para los próximos meses no son halagüeñas. No en vano, el indicador PMI de actividad empresarial cerró el pasado mes en zona de contracción (por debajo de 50 puntos) tanto en la industria como en los servicios.
El motivo de ello está en debilidad de la demanda y que será aún mayor en los próximos meses por el desplome que los nuevos pedidos presentan en industria y servicios. Tanto es así que el mercado ve ya más probable una caída de los precios en pleno frenazo del PIB que una inflación descontrolada en Europa.
No obstante, la pronosticada deflación se presenta como una hipótesis aún lejana. No ocurre lo mismo con la estanflación que es un escenario plenamente factible, que puede obligar al BCE a cambiar el paso en su política monetaria tras una última subida de tipos que se espera que realice la próxima semana. De hecho, los analistas ya barajan que las malas perspectivas lleven al eurobanco a acelerar la primera bajada de tipos (ahora prevista para la primavera de 2024) en busca de revertir el frenazo del PIB.