Opinión

El improbable impacto de los precios del petróleo en España

Depende de a quién pregunte, o bien el repunte de las tensiones en Oriente Próximo pondrá el petróleo por las nubes más pronto que tarde o bien la debilidad del crecimiento mundial provocará su desplome. En todo caso, los expertos coinciden en que supondrá un golpe para las economías española y europea, y también para el IBEX 35. Se equivocan, ya que, por grandes que sean las fluctuaciones, sus efectos no deberían notarse demasiado. La creencia en el poder destructivo del petróleo quedó obsoleta hace tiempo.

Es inevitable sentirse desconcertado ante las grandes fluctuaciones del valor del petróleo de los últimos 12 meses. Entre mediados de agosto y principios de octubre de 2018, la cotización del barril de Brent se disparó un 25,9 por ciento como consecuencia del miedo generalizado a que las sanciones impuestas a Irán por los Estados Unidos de Donald Trump provocaran una contracción de la oferta. Los analistas esperaban que siguiera escalando, pero ocurrió lo contrario, se desplomó un 41,2 por ciento hasta finales de año por los temores a la recesión y a la caída de la demanda desencadenada a raíz de la corrección bursátil mundial.

Se ha recortado el consumo en el sector servicios y en la industria manufacturera 

Las oscilaciones no han cesado: su alarmante ascenso iniciado a principios de 2019 –hasta el 48,2 por ciento a fecha 25 de abril– de nuevo llevó a muchos a buscar una explicación en el conflicto entre Irán y EE.UU. A continuación se dio otro batacazo y la prensa se fijó en la desaceleración de la demanda mundial y en el deterioro de los indicadores de producción industrial para justificar la inminencia de la recesión económica.

Una cosa es cierta y es que los altibajos del oro negro tienen más que ver con la oferta que con la demanda. Si las sanciones y las tensiones lastraran la oferta, la Europa dependiente de las importaciones vería incrementarse sus costes. Por mucho que se defiendan las energías renovables, el petróleo sigue siendo la principal fuente de energía en España: el 51 por ciento del consumo total. Cerca de una quinta parte del mismo procede de países del golfo Pérsico, si bien los precios se fijan a escala global. Si el Gobierno iraní consiguiera bloquear el Estrecho de Ormuz, los precios subirían, dado que, como le ocurre a la cotización de las acciones, la confianza es un motor decisivo a corto plazo. Sin embargo, como dije por estas fechas hace un año, los tiempos han cambiado.

Ya no estamos en 1973, por lo que la comparación con el embargo árabe de aquella crisis no es pertinente: hoy no parece factible que la potencia persa vaya a cerrar el Estrecho unilateralmente. De hecho, la llamada Guerra de los Petroleros irano-iraquí, librada entre 1980 y 1988, solo afectó al 2 por ciento del tráfico total de la región: un mero error de redondeo, no una amenaza. Los precios no se elevaron entonces y no es probable que lo hagan ahora debido al auge de la extracción del petróleo de esquisto en EE.UU. Según el informe anual de BP, la producción de este tipo de hidrocarburos aumentó en unos 2,2 millones de barriles al día en 2018, un hito sin precedentes en ningún otro país. Para el presente ejercicio, además, la Administración de Información de Energía Norteamericana prevé otros 1,36 millones. Apuesto a que serán incluso más. Las petroleras del país de las barras y estrellas cada vez son más eficientes gracias a la disminución progresiva de los costes de bombeo.

Por último, si los precios subieran, la probabilidad de que esta eventualidad afectara a España y a los países desarrollados es baja. Aquí la sombra de la crisis de mediados de los setenta es alargada por el recuerdo de la inflación descontrolada y por su calamitoso efecto sobre el turismo. La drástica reducción de la dependencia energética impide que ese desastre vuelva a repetirse.

Si las sanciones afectaran a la oferta del oro negro, aumentarían sus costes en Europa 

En la actualidad es el sector servicios el que marca el rumbo de los países avanzados. En España representa el 72,9 por ciento del PIB, mientras que la industria pesada, construcción incluida, el 24,2 por ciento –la agricultura se sitúa en el 2,9 por ciento–. Si bien es cierto que en el sector terciario las necesidades energéticas son menores, la industria manufacturera también ha recortado su consumo. Como consecuencia de esta evolución, el gasto de petróleo en España, por alto que sea, se ha reducido desde principios de los noventa, a pesar del mayor PIB. En 1995 por cada mil toneladas de crudo, el PIB real fue de 15,9 millones de euros. Ahora es de 26,4 millones.

El hecho de que el crecimiento de la demanda de combustibles fósiles se estabilizara en China, India y Estados Unidos el año pasado no nos dice mucho sobre la marcha de la economía, seguramente no refleja más que un menor peso de la industria. El dinamismo de los servicios, en cambio, ha apuntalado el crecimiento, avanzando en la UE y en España un 2 por ciento y un 2,6 por ciento en 2018, respectivamente. Entre 2015 y 2016 sucedió un fenómeno similar cuando el crudo se hundió hasta los 26,01 dólares por barril –muy lejos de los aproximadamente 65 dólares actuales– y cundió la inquietud entre los inversores por si lastraría al conjunto de la economía. Con todo, el PIB de la Unión Europea creció en los ocho trimestres del periodo. En España las alzas fueron notables, superando la tasa del 3 por ciento interanual en todos los trimestres salvo en el cuarto de 2016, una de las más elevadas entre los países desarrollados. Las grandes potencias del petróleo sufrieron un varapalo considerable, en claro contraste con lo sucedido en el resto del mundo.

La montaña rusa energética podría continuar, pero solo demostraría que el ánimo anda bajo, un escenario propicio para una sorpresa positiva si la expansión continúa. No deje que los fantasmas del pasado le minen la moral.

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