Opinión

Nueva fase en la guerra comercial

Foto: Reuters

Puede que en la cumbre del G-20 en Osaka Trump y Xi Jinping hayan acordado reanudar las negociaciones, pero la salida a la guerra comercial sigue estando lejos. Después de todo, ambos líderes llegaron a un acuerdo similar en la anterior cumbre del G-20, celebrada en diciembre en Buenos Aires, y esas conversaciones acabaron en el fracaso, no en menor medida porque Trump confundió la actitud conciliatoria de China con debilidad.

Está por verse si Trump comete esta vez el mismo error. En cualquier caso, merece la pena sopesar el modo en que podría proseguir esta guerra en los próximos meses y años, y lo que China puede hacer para protegerse.

Los aranceles a la importación pueden mantenerse estables en el futuro, sin aumentar ni disminuir. El acuerdo en Osaka evitó que Trump cumpliera su amenaza de imponer aranceles adicionales por 300.000 millones de dólares en exportaciones chinas. Pero no hizo nada por revertir las medidas pasadas, como la subida arancelaria de 15 puntos porcentuales, a un 25%, sobre unos 200.000 millones en ventas al exterior que aplicó la administración Trump después del fracaso de la última ronda de conversaciones en mayo.

Trump podría tomar la actitud conciliadora de China como una debilidad a explotar

Si bien estos aranceles todavía no tienen consecuencias serias para la economía china, es probable que sus efectos se profundicen con el tiempo. Pero habrá más posibilidades de que China persuada a EEUU a eliminarlos si se abstiene de tomar represalias con aranceles por su cuenta. En lugar de ello, debería centrarse en reducir su superávit comercial bilateral con EEUU en sus propios términos. Está cada vez más claro que los aranceles de Trump han dañado más a las empresas y los consumidores estadounidenses que a China.

De hecho, la oposición a la guerra comercial de Trump ya se intensifica en su país. Por ejemplo, la Cámara de Comercio (uno de los lobbies más poderosos) llamó a revertir todos los aranceles impuestos en los últimos dos años. En momentos que la campaña presidencial de 2020 ya ha comenzado, lo menos que Trump necesita es avivar la oposición dentro de su base política, por no hablar de empujar a la economía mundial a otra recesión.

Los efectos de la guerra comercial ya se sienten en la inversión transfronteriza. Los costes de producción chinos han impulsado a muchas firmas extranjeras (y también a chinas) o reubicar sus operaciones en países más baratos, como Vietnam y Tailandia. La guerra comercial acelera este proceso. Según el gobierno vietnamita, la inversión extranjera directa aumentó cerca de un 70% en los primeros cinco meses de 2019, la mayor cifra desde 2015. Mientras tanto, se desacelera la inversión estadounidense en China.

La administración Trump quiere que las empresas estadounidenses abandonen China. Depende de este país persuadirlas para que se queden. Por ejemplo, a través de la mejora del entorno local de inversiones, lo que incluye una respuesta a las legítimas quejas de las compañías extranjeras y, en términos más generales, el fortalecimiento de la adherencia a las normas de la OMC.

Pero la presión a China no acaba allí. EEUU además está ansioso por excluir a las compañías tecnológicas de las cadenas de valor globales. Hace poco, Trump anunció que permitiría a las firmas estadounidenses seguir vendiendo a Huawei, tras meses de campaña en su contra. Sin embargo, sigue siendo muy poco probable que su Gobierno, que revirtió una política de una agresividad similar hacia ZTE el año pasado, abandone sus esfuerzos por asfixiar al sector chino de alta tecnología.

China tiene tres opciones. Primero, podría ceder a la presión para que deje de participar en las cadenas de valor globales. Segundo, podría mantener su compromiso con la integración, esperando que las interconexiones actuales acaben por hacer que las sanciones contra las compañías de alta tecnología afecten también a sus contrapartes estadounidenses (como Qualcomm) con una intensidad suficiente como para la administración Trump retroceda. La tercera opción es centrarse en apoyar los esfuerzos de las empresas de alta tecnología locales por fortalecer sus propias posiciones dentro de las cadenas de valor globales y desarrollar planes de contingencia.

China también debe prepararse para la posibilidad de que la guerra comercial escale a una guerra de divisas. Si el renminbi sufre presiones devaluatorias y el Banco Popular de China no interviene para estabilizar su valor frente al dólar estadounidense -cosa no muy recomendable-, EEUU podría calificar a China de manipuladora del tipo de cambio. Y, lamentablemente para China, es poco lo que podría hacer al respecto. Las perspectivas chinas para enfrentar sanciones financieras, recurso que probablemente use la administración Trump más a menudo, son similarmente sombrías. El pasado mes, un juez estadounidense determinó que tres grandes bancos chinos incurrieron en desacato al tribunal por negarse a presentar evidencias para una investigación sobre las infracciones a las sanciones a Corea del Norte. El dictamen pasa por alto el hecho de que, según las leyes chinas, toda petición de registros bancarios se debe manejar en virtud del acuerdo de asistencia legal mutua de EEUU y China.

Parecen ser pocas las oportunidades de resolver esas disputas. En consecuencia, las instituciones financieras chinas deberán prepararse para más problemas, incluido el riesgo de ser excluidas del derecho a usar el dólar estadounidense y otros servicios de suma importancia. Se trata de un castigo al que pocas firmas pueden sobrevivir. Un banco chino ya está en la lista de Sanciones de Cuentas con Pago Garantizado (Capta), lo que significa que no puede abrir cuentas, ni ordinarias ni de pago garantizado, en EEUU.

El Gobierno chino cuenta con pocas opciones en este ámbito, pero puede acelerar las iniciativas legislativas para proteger los intereses de sus bancos, al tiempo que estimula a las instituciones financieras a tratar el cumplimiento de las regulaciones financieras estadounidenses con cuidado. Debería seguir trabajando para internacionalizar el renminbi, aunque todavía queda mucho que hacer en este frente. China sigue comprometida con su proceso de reformas y apertura que ya lleva 40 años. Hoy ese proceso debe centrarse en redoblar los esfuerzos por fortalecer los derechos de propiedad, adherir a la neutralidad competitiva y defender el multilateralismo. Pero para cumplir este compromiso será necesario que el país encuentre maneras de manejar las crecientes tensiones con EEUU y evitar una costosa –y potencialmente devastadora- reconfiguración de la economía mundial.

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