Opinión

Inaplazable reforma del modelo productivo

Los últimos datos de coyuntura muestran una desaceleración aún difícil de evaluar (ver, entre otros, evolución menos positiva de la esperada en las exportaciones, del índice de producción industrial, de algunos indicadores del turismo y los datos de ventas de la encuesta de la Agencia Tributaria), aunque según varios organismos continuaremos siendo uno de los países europeos con mayor crecimiento del PIB (2.8% este año y 2.2% en 2019 según FMI). No obstante, este menor crecimiento significaría menor creación de empleo respecto a años anteriores.

Un marco que podría ser preocupante si consideramos que durante la recuperación contamos con factores coyunturales que tienden a agotarse. Entre ellos, los bajos precios del petróleo y tipos de interés y la incidencia que sobre el turismo ha tenido la conflictividad en otros países. Como se dijo en otras ocasiones, siguen siendo necesarias medidas para tener una economía menos dependiente de factores externos, en un contexto de ralentización del comercio internacional (ver Informe OMC, agosto), que podría ser más adverso que el señalado por el FMI en primavera (reducción del PIB global del 0.5%).

Todavía duplicamos la media europea en desempleo juvenil, un desequilibrio estructural, no coyuntural, que sin duda influye en que seamos uno de los países con menor tasa de fecundidad del mundo, 1,3 hijos en 2017 (INE). La prioridad sigue siendo, por tanto, reducir el nivel de paro (15.3%) y aumentar la calidad de los empleos, pero la cuestión es qué hacer para sustituir el modelo productivo por otro mejor y no generador de desequilibrios, lo que requiere credibilidad, tiempo y actuaciones en distintas líneas y sectores. El Plan Director por un trabajo digno 2018-2020 es una buena noticia, pero trata, básicamente, de sancionar para disuadir, de restablecer derechos perdidos, no tanto de crear nuevos empleos, menos precarios y más cualificados.

Tiende a olvidarse que tanto el desempleo como la precariedad laboral son, sobre todo, el efecto del modelo productivo. Desde mediados de los noventa la productividad del trabajo ha tenido un aumento promedio anual del 0.7% (0.5 % en 2017) frente a algo más del 1% de los países del Euro (Eurostat, 2018). Solo durante los peores años de la recesión, la fuerte caída de ocupados, sumado a reducciones salariales, logró aumentar sensiblemente la productividad. La contención de los costes laborales unitarios permitió ganar competitividad internacional vía precios, lográndose superávits de cuenta corriente que redujeron algo nuestra elevada deuda externa. Pero tuvo adversas consecuencias económico-sociales, al no ser los salarios suficientes para garantizar proyectos de vida que incluyan, por ejemplo, formar familias. Hemos tenido -prácticamente des-de la finalización de la reconversión industrial- una economía de servicios (el nivel de empleo del sector servicios ya superó en 2016 el máximo de antes de la crisis) y excesivamente apalancada en el turismo, la construcción y, en los últimos años, las exportaciones de bajo contenido tecnológico (ver Exports of high technology products as a share of total exports, Eurostat, 2018). Un modelo con escasa I+D, determinante fundamental de la productividad, por tanto incapaz de generar empleos suficientemente cualificados.

Un ejemplo de la importancia de la estructura sectorial del PIB lo observamos en la Contabilidad Regional (INE). Es conocido que la industria tiene niveles de productividad más elevados y, por tanto, proporciona mejores salarios. Si exceptuamos Madrid, por el efecto capitalidad, el País Vasco y Navarra han sido las CCAA con mayor PIB por habitante y donde la industria tiene mayor peso relativo en el PIB; han liderado también la clasificación por mayor salario medio mensual y menor paro. Navarra tenía en 2017 la tasa de desempleo más baja (9,6%), seguida del País Vasco (10,5%). Correlación no siempre significa causalidad, pero se comprueba que los salarios medios en las CCAA más industrializadas son más altos. Esto ha sido posible con un persistente esfuerzo innovador de sus empresas, apoyadas con políticas asequibles y efectivas a medio y largo plazo. Desde la fiscalidad hasta marcos regulatorios apropiados para la colaboración público-privada. Hablar de Industria en estas CCAA es hablar de ámbitos nuevos y emergentes que van transformando la industria tradicional. Como hablar de turismo es hablar de turismo sostenible, de calidad.

Resulta ya tópico mencionarlo, pero es inaplazable la transición hacia un modelo productivo generador de empleos cualificados y una diversificación sectorial que reduzca en lo posible nuestra excesiva dependencia de factores externos.

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