
La inflación de la eurozona ha seguido durante la crisis una senda de muy lento crecimiento o, incluso, con episodios de deflación (inflación negativa); por ejemplo, durante gran parte de la primera mitad de 2016.
En diciembre, en tasa interanual, ha alcanzado el 1,1 por ciento (cinco décimas por encima del dato de noviembre). El nivel más alto desde septiembre de 2013. La subyacente -sin alimentos no elaborados ni productos energéticos, por su comportamiento errático- ha sido del 0,9 por ciento, una décima más que noviembre, pero solo dos menos que el índice general y, además, ha aumentado por tercer mes consecutivo. Es decir, la inflación no ha sido solo consecuencia del alza del petróleo (2,5 por ciento en diciembre vs -1,1 por ciento), sino de cierta recuperación económica, que se ha acelerado en últimos meses según varios indicadores (ver PMIs). La inflación es el indicador clave de la política del BCE. Precisamente su control, en torno al 2 por ciento a medio plazo, es el objetivo perseguido: de ahí decide los niveles de tipos de interés, para así evitar situaciones de inestabilidad económica como ha ocurrido con tasas de inflación anémicas o negativas, normalmente asociadas con caídas del empleo y el crecimiento. De hecho, los problemas fundamentales que centran las discusiones económicas de la eurozona son la inflación, el desempleo y la interacción de ambos fenómenos en el crecimiento. El bajo crecimiento desde la crisis de 2008 ha ido acompañado por baja inflación (sin precedentes en décadas anteriores) y por un persistente desempleo.
Cabe colegir, por tanto, que aunque lejos del objetivo del 2 por ciento, el BCE camina en la buena dirección. Más aún si se producen dos hechos: una consolidación del repunte en los precios del petróleo (anuncio de la OPEP del 30/11 sobre reducción de producción a partir de enero) y un mayor debilitamiento del euro frente al dólar, que además favorecería las exportaciones y el turismo hacia la eurozona. De forma que las previsiones de inflación se aproximarían a las últimas del propio BCE (1,3 por ciento en 2017; 1,6 por ciento en 2018 y 1,7 por ciento en 2019), lo que repercutiría favorablemente en su credibilidad. En un contexto en el que la eurozona está creciendo al mejor ritmo de los últimos años y se vería favorecida, por el efecto contagio, de los programas de estímulos fiscales anunciados por el futuro presidente de EEUU.
Un círculo aparentemente virtuoso, pero a casi nadie se le escapa que los factores que determinan la inflación y sus consecuencias en cada país son múltiples y que, si se deshiciera el ?efecto escalón? que ha producido la subida del petróleo, el repunte podría ser temporal. A pesar de ello, una posible finalización de la época del dinero ?gratis? beneficiaría al vulnerable sector financiero.
En lo que se refiere a España, los precios (diciembre) se han acelerando aún más que en la eurozona. Por primera vez, desde agosto de 2013, nuestro diferencial de inflación es desfavorable. En concreto, en tasa interanual, el 1,4 por ciento frente al 1,1 por ciento. Por tanto, se produce una pérdida de competitividad, probablemente temporal, ya que la economía española sigue siendo de las más dinámicas. Sí sería motivo de preocupación que, si la inflación se consolidara en Europa durante los próximos meses, se moderaran (al alza) los hasta ahora súper reducidos tipos de interés, que tanto nos han ayudado. Incluso, que se produjera una reducción (anunciada) de la expansión monetaria del BCE del Quantitative Easing. La misma perspectiva de que suba la inflación presionaría más al alza los tipos de interés, y, por tanto, tendríamos que afrontar una elevada carga financiera dada nuestra deuda, tanto pública (100 por ciento del PIB) como privada (170 por ciento). Es innegable que de no haber sido por la expansión cuantitativa de estos años, el mantenimiento de una deuda tan elevada hubiera sido muy complicado.
En cambio a Alemania, que ha acabado 2016 con el mayor repunte de la inflación (hasta el 1,7 por ciento, máximo desde julio de 2013) y un paro del 6 por ciento (en mínimos desde la reunificación), esto último no le preocupa demasiado. Además, la inflación siempre sube en diciembre; lo importante sigue siendo tener una economía real sólida.