
El año 2017 marcará el 40º aniversario de la publicación de 'La era de la incertidumbre', de John Kenneth Galbraith. Cuarenta años son muchos, pero merece la pena mirar atrás y recordar todo lo que les preocupaba a Galbraith y a sus lectores.
En 1977, mientras escribía el libro, todavía se sufrían los efectos del primer shock del precio del petróleo de la OPEP y se preguntaban si se produciría otro (como así fue). EEUU se enfrentaba a un crecimiento menguante y la subida de la inflación, o "estanflación", un problema nuevo que hacía dudar de la competencia de los políticos y la adecuación de sus modelos económicos. Mientras tanto, los esfuerzos para reconstruir el sistema monetario internacional de Bretton Woods habían fracasado y ensombrecían los pronósticos del comercio internacional y el crecimiento económico global. Por todos estos motivos, la edad dorada de la estabilidad y la previsibilidad que fue el tercer trimestre del siglo XX parecía haber llegado abruptamente a su fin, para dar paso a un periodo de incertidumbre mucho mayor.
Así estaban las cosas en 1977. Visto desde la perspectiva de 2017, eso sí, la incertidumbre de 1977 es casi envidiable. En 1977 Trump no era el presidente. Jimmy Carter tal vez no pasará a la historia como uno de los mejores presidentes de EEUU, pero no amenazó con emprender acciones que pusieran en riesgo todo el sistema global. Ni dio la espalda a los compromisos internacionales del país, como la OTAN o la Organización Mundial del Comercio (OMC). Tampoco declaró la guerra a la Reserva Federal ni llenó la junta de nombramientos afines, dispuestos a sacrificar dinero sano ante sus previsiones de reelección. Por el contrario, nombró a Paul Volcker, un pilar imponente de la estabilidad monetaria, presidente del consejo de gobernadores. Y aunque Carter no consiguió equilibrar el presupuesto federal, tampoco lo hizo saltar por los aires.
Está por ver si Trump impondrá un arancel a los productos chinos, repudiará el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, abarrotará con sus fieles la la Reserva Federal o socavará la sostenibilidad fiscal. Las consecuencias posibles varían desde ligeramente tranquilizadoras a absolutamente catastróficas. ¿Quién sabe qué ocurrirá? Comparado con la actualidad, Carter fue la previsibilidad en persona.
En 1977, además, la perspectiva de la integración europea era halagüeña. Dinamarca, Irlanda y sobre todo el Reino Unido se acababan de incorporar a una Comunidad Europea (CE) en rápido ascenso. La CE atraía a miembros en vez de perderlos. Era un club al que los países querían pertenecer, precisamente para acelerar su crecimiento económico. Asimismo, para apoyar a su mercado común, la CE acababa de establecer un sistema monetario regional, sugestivamente denominado "la serpiente en el túnel". Aunque estaba lejos de ser un sistema monetario perfecto, tenía un atributo muy positivo: los países podían marcharse en periodos económicos difíciles y reincorporarse cuando el pronóstico mejorase.
En 2017, sin embargo, las negociaciones del Brexit continuarán arrojando una sombra de incertidumbre sobre la UE. Cómo se desarrollarán esas negociaciones o cuánto se demorarán es una incógnita. La principal cuestión que plantea la decisión británica de irse (si otros países le seguirán y, principalmente, si la propia UE tiene futuro) no está ni mucho menos resuelta. Mien- tras tanto, el edificio monetario está a medio construir. La eurozona no es lo bastante atractiva como para atraer a más miembros, ni suficientemente flexible para ofrecer a los miembros en apuros unas vacaciones pasajeras, a la manera de la serpiente monetaria. El euro seguramente sobrevivirá este año, por pura inercia, pero más allá es difícil aventurarse.
En 1977, las incertidumbres emanadas de los mercados emergentes no estaban en los radares de los analistas. Crecían países en desarrollo en Latinoamérica y el este asiático, pero dependían cada vez más de un goteo de préstamos extranjeros desde bancos del centro monetario. China, todavía apartada en su mayoría del mundo, no aparecía en el paisaje. E incluso si pasaba algo malo en el tercer mundo, los países en desarrollo eran demasiado pequeños como para arrastrar con ellos a la economía global. La situación de hoy no puede ser más diferente. Lo que ocurra en China, Brasil o Turquía no permanece en China, Brasil o Turquía sino todo lo contrario. Los avances de estos países tienen consecuencias de primer orden en la economía mundial, puesto que los mercados emergentes han representado la mayoría del crecimiento global en los últimos años. China presenta un problema ingobernable de deuda corporativa y un gobierno cuyo compromiso con la reestructuración de la economía es incierto. Turquía tiene un déficit masivo de cuenta corriente, un presidente errático y un vecindario geopolítico inestable. Y si los escándalos políticos fueran productos de exportación, Brasil tendría una ventaja comparativa rotunda.
Aunque La era de la incertidumbre trataba de mucho más que de 1977, capturó el talante de la época. Si Galbraith hubiera escrito el libro en 2017, probablemente calificaría a los setenta como La era de la certidumbre.