Opinión

Un mes de agosto para olvidar

C omo aquella vieja canción de The Boomtown Rats, No me gustan los lunes, agosto debería ser un mes para borrar del calendario. Fue en agosto de 2011 cuando los mercados se cebaron con España, dispararon su prima de riesgo hasta la estratosfera y a punto estuvieron de provocar el entero rescate de la economía española. Un año después, concretamente el 26 de julio de 2012, Mario Draghi pronunció aquellas palabras mágicas de "haré lo necesario para salvar al euro y créanme que será suficiente". Una pócima mágica que devolvió la calma y proporcionó la actual estabilidad.

El estallido de la burbuja bursátil china y la devaluación de su moneda, el yuan, provocó este mes de agosto otra tempestad, que comienza a remitir. Agosto es el mes predilecto de los pirómanos: cualquier chispa puede provocar un incendio colosal, porque el volumen de negocio baja y los mercados son más sensibles a subidas o bajadas. Algunos medios, sorprendidos por la virulencia del desplome, anunciaron el advenimiento de una crisis, a la que pusieron el calificativo de global.

No parece que sea así, sin embargo. El petróleo barato proporcionará gasolina para el motor de la economía mundial durante más tiempo del previsto, y reducirá la presión sobre los precios, lo que permitirá prolongar la política de bajos tipos de interés. Además, el crecimiento de Estados Unidos da señales de fortaleza, lo que garantiza, en principio, el panorama de mejoría, aunque sea lenta y tortuosa.

Es cierto que las crisis se globalizan. En las últimas décadas, ocurrieron durante un periodo medio de siete u ocho años, con Estados Unidos como catalizador. Justo el tiempo transcurrido desde 2007. Pero no todas fueron como la pasada, comparada en muchos aspectos a la depresión del 29.

Los países en desarrollo sortearon la última depresión con una creciente coordinación monetaria entre sus bancos centrales. Esta fue óptima entre el BCE, la Reserva Federal (Fed) y los bancos centrales de Canadá y Reino Unido, al contrario que en las anteriores ocasiones.

La cita de banqueros centrales más conocida es la reunión de Jackson Hole, que se celebra hasta mañana en las montañas nevadas de Wyoming. En la de 2008, Ben Bernanke, el anterior presidente de la Reserva Federal, acudió con todo un equipo de expertos que trabajó en secreto y a contrarreloj mientras se celebraban las sesiones oficiales, para dar sensación de normalidad. En ella se cocinaron, al parecer, algunas de las medidas que luego se llevaron a la práctica.

En esta ocasión, la presidenta de la Fed, Janet Yellen, excusó su presencia, no se sabe si para evitar que se malinterpreten sus palabras sobre los pasos a seguir por el organismo, o porque no existe margen de abaratar el precio del dinero en colaboración con los demás. Yellen lo tiene muy complicado. Si sube los tipos a finales de septiembre puede provocar otro colapso del mercado y, si no lo hace, también, porque se interpretará que las cosas están peor de lo que parece.

Ni siquiera se cuenta con la asistencia del representante del Banco Popular de China. Parece obvio que la coordinación de las políticas monetarias entre los dos grandes bloques es, por ahora, inexistente o muy escasa. Y eso es inquietante.

Con unos débitos equivalentes al 300 por ciento del PIB, China es uno de los mayores deudores del planeta y, por lo tanto, el primer interesado en poner freno a las devaluaciones y en aprobar medidas de estímulo como la anunciada esta semana para los bancos. Pero el riesgo de que fracase en sus políticas es innegable y seguirá generando incertidumbre a corto y medio plazo.

Agotadas las políticas monetarias, quedan las fiscales. Pero el incremento del gasto genera desequilibrios presupuestarios y no siempre logra el resultado buscado, como le ocurrió a Zapatero. Es obvio, que este agosto se comenzaron a gestar los embriones de la próxima crisis globalizada y sería bueno empezar a contar con China para solventarla.

PD. La solidaridad es una de las virtudes de los españoles. Pero antes de restaurar el servicio de sanidad universal para los inmigrantes ilegales, hay que echar bien las cuentas, porque se trata de un colectivo en alza y una medida de llamada. Con un sistema de Seguridad Social deficitario y un Fondo de Reserva de las Pensiones muy menguado, la medida parece insostenible. Sorprende que las autonomías con mayores dificultades económicas hayan sido las primeras en adoptarla. Pero choca aún más que, después de una política económica en general bien ponderada en el exterior, el Gobierno de Rajoy sucumba a la presión electoral y estudie su aceptación.

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