Opinión

¿El segundo reinado de Macrón?

Macron llega con ventaja a la cita clave del domingo

Aunque por comodidad sigamos viendo las elecciones presidenciales francesas en términos clásicos y analicemos las de este domingo como una contienda entre el centro y la extrema derecha, la realidad lleva algunos años pasándonos por encima. La ruptura clásica entre la izquierda y la derecha -una de las cuatro rupturas que articuló la vida política en la modernidad, como teorizaron a mediados del siglo pasado los politólogos Seymour Lipset y Stein Rokkan- empezó a ser superada entre otros lugares en Francia hace ya algunos años. Por eso, la hija de Jean-Marie Le Pen le cambió el nombre a su partido y desde 2018 se denomina Reagrupamiento Nacional y plantea que la ruptura en la que se juega la política en Francia debe de ser en realidad entre patriotas y globalistas.

Por eso, en el único debate en la segunda vuelta, celebrado este miércoles, una parte del programa social y de gasto de Marine Le Pen era un guiño a los votantes tradicionales de la izquierda francesa. Aunque la candidata estuvo mucho más presidenciable que en el debate de 2017, tampoco en esta ocasión logró derribar al presidente y, como siempre, cuando el opositor no gana con claridad, se puede decir que ha perdido el debate. En general, Le Pen encajó bien los múltiples ataques de Macron y arrostró con paciencia sus críticas, logrando explicar bien su programa electoral en la parte social. En esa línea, planteó el debate en términos de múltiples soberanías (como es un concepto de origen religioso, la soberanía sirve en realidad para todo); la soberanía francesa frente a la europea, la soberanía energética, la soberanía alimentaria… todo ello para captar los votos de esos perdedores de la globalización que llevan una década alterando el panorama político en todo Occidente.

Más problemático fue para ella defender su relación con Putin a lo largo de los últimos años, puesto la financiación de su partido depende de un préstamo de un banco cercano al poder ruso. Se trata de un aliado incómodo hoy para cualquier político europeo y Macron golpeó con fuerza un flanco que sabía débil en su contrincante. En cualquier caso, y con relación al debate, uno siente una cierta envidia ante su desarrollo cuando lo compara con el tipo de producto en el que han degenerado estos formatos en nuestro país. Y si es verdad que Macron es un tipo brillante, que se sabe los temas y disfruta explicándolos, esta vez su adversaria iba preparada y se conocía el detalle de muchos de los temas tratados, por lo que el debate fue mucho más interesante de lo que acostumbramos a ver en España.

Las encuestas parecen indicar que el debate, al igual que sucede en otros países, tendrá poca influencia en el resultado final, para desesperación de comunicólogos y demás gurús electorales. La distancia, según muestra el sondeo diario que realiza Ipsos France, parece estabilizarse en un 56% para el presidente Macron y un 44% para su adversaria. Pero es una distancia engañosa, porque en las elecciones dicotómicas de suma cero cada punto que pierde uno lo gana el otro, de manera automática, por lo que una caída de apenas tres o cuatro puntos dejaría a Macron muy cerca de su perseguidora. De todas formas, son datos más tranquilizadores para el presidente que los que reflejaban las encuestas durante la semana pasada, ya que ese escenario peligroso de 53% frente al 47% aparecía de manera recurrente. Aunque Macron parece captar con facilidad el voto moderado, la gran incógnita es saber qué pasará con los votantes del candidato de la izquierda más extrema, el inefable Jean-Luc Mélenchon -ya saben, el que le gritó en 2018 a un policía que iba a proceder a un registro en su sede lo de "La República soy yo" mientras forcejeaba con él-. Algo menos de un 40% de sus votantes se ha declarado dispuesto a votar por el presidente Macron, y teniendo en cuenta que obtuvo más de siete millones y medio de votos en la primera vuelta -se quedó a poco más de un punto porcentual de pasar a la segunda vuelta-, son muchos los votos de la Francia Insumisa que no tienen un destinatario claro en esta última y decisiva ronda.

Una primera primera ronda que dejó varios damnificados, por cierto. En primer lugar, la participación: inferior al 74%, fue la más baja en una primera vuelta de los últimos años, casi diez puntos menos de la participación en 2007 y cinco en relación con la de 2012. Los partidos que han articulado el sistema político francés durante las últimas décadas salieron también muy malparados: la favorita de la izquierda española, la alcaldesa de París Anne Hidalgo no llegó al 2%, mientras que la candidata de Los Republicanos (el equivalente francés al Partido Popular, por entendernos) no alcanzó ni el 5%, cifra mágica a partir de la cual el Estado se hace cargo de los gastos electorales de las formaciones.

Una última reflexión, caro lector; no crea que esto termina el domingo. Rompiendo en 2002 con el sistema de un mandato presidencial de siete años que puso en marcha el general De Gaulle para reinar en una Francia republicana, a las pocas semanas de ser coronado el presidente de la República para los siguientes cinco años, todos los franceses son llamados a las urnas de nuevo. Se trata de una suerte de tercera vuelta para que poco más de un tercio de ellos -como recordaba el otro día Tadeu en su bitácora- elijan a los 577 diputados de la Asamblea Nacional de la República, que compartirán el poder durante los próximos años con la siguiente encarnación del rey Sol. Y tal vez de esta elección no se desprenda ninguna mayoría clara con la que poder aprobar las leyes, aunque ese no es el problema de fondo; en realidad, el verdadero problema al que se enfrenta el nuevo mandatario es que esta Francia polarizada ya no es ni la sombra de lo que fue, pero ese es otro debate….

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