
El conflicto de Ucrania está implicando a la Unión Europea mucho más de lo que al principio podía parecer.
Esa actitud complaciente, de indignación suave y educada que ha mantenido Europa frente a otros conflictos en los que manifestaba solamente eslóganes y pasividad, ha dado paso en este caso a acciones reales y a reacciones firmes que, ciertamente, eran inimaginables y que hasta ahora no se habían producido con tanta solidez. Por ese lado, la Unión Europea parece haber encontrado su sitio en el mundo y ha tomado el relevo a los Estados Unidos que, si se mira bien, está adoptando un perfil bajo en el conflicto, dejando a Europa el liderazgo de la respuesta contra Putin.
Pero en todos los desequilibrios internacionales se producen derivadas no previstas y consecuencias complicadas. Más allá de la situación en el teatro de operaciones de la guerra, esta crisis, que podría ser larga, afectará indudablemente a otras zonas y a otros escenarios y especialmente a África. Egipto y Líbano especialmente, pero, no solo éstos sino todos los países del norte continental africano son extremadamente dependientes del abastecimiento de cereales provenientes de Rusia y Ucrania. La guerra está afectando a estas economías que ven ahora cómo el trigo va a ser más importante que el petróleo.
Por otra parte, en esa zona se dan dos factores simultáneos que generan mucha inestabilidad, incluso al margen de la guerra. Por un lado, el crecimiento del yihadismo y por otro la importante y creciente penetración china en la zona son dos circunstancias dinámicas y muy importantes que aprovecharán la crisis bélica para ganar firmeza e influencia en todo el continente y especialmente en las riberas del Mediterráneo. Ambos factores –el yihadismo y la influencia china- van a operar como fórmulas de unión frente a Occidente y contra el mundo libre, garantizando a los países de la zona una cierta idea de fortaleza y protección de un sistema de ideas que no es precisamente democrático.
Estamos, por tanto, en presencia de un momento delicadísimo en el que, del núcleo central de la guerra de Ucrania, se van a derivar movimientos estratégicos y geopolíticos que afectarán al futuro inmediato. La cortesía política de la Unión europea, con su acreditado respeto por el Derecho y por la defensa de la democracia, deberá entonces proteger su sistema de valores e incluso sus instituciones jurídicas, esto es, la Unión europea como estructura política, como sujeto internacional, con acciones reales que vayan más allá de una cierta política de defensa común. Porque la actual crisis evidencia claramente la necesidad de dar un paso más, un paso largamente aplazado que ya no puede demorarse más: la construcción europea de un sistema de defensa propio, un sistema común de defensa.
La guerra de Ucrania ha galvanizado a la Unión europea fuertemente en una política exterior común y propia que nunca antes había experimentado y que nunca había sido tan unánime por parte de sus Estados miembros. De hecho, en la actualidad, Europa está movilizando recursos económicos propios para hacer frente a Rusia y está aceptando perjuicios económicos comunes, lo que es ya, claramente, un primer paso para considerar que a partir de ahora, será posible y deseable añadir a todas las políticas comunes basadas en regulaciones jurídicas y económicas, un sistema europeo de defensa también común.