
Debido a que Estados Unidos es quien lidera el esfuerzo para evitar una invasión rusa a Ucrania, los funcionarios de la Unión Europea son un manojo de nervios. Europa no sólo está ausente de la mesa de negociaciones, ellos se quejan, señalando, además, que la seguridad de Europa está en juego.
Pero la UE no está preparada para hacerle frente al presidente ruso Vladimir Putin. La UE busca establecerse como una potencia "blanda" y posmoderna, y Putin sólo conoce el poder duro. Además, la UE no puede intentar utilizar los instrumentos de poder blando con los que cuenta, debido a que aún continúa dependiendo del gas ruso para mantener encendidas tanto las luces como los calefactores europeos.
El recientemente finalizado gasoducto Nord Stream 2 que transporta gas ruso directamente a Alemania a través del Mar Báltico, ha atraído mucha atención en su calidad de moneda de cambio diplomática. Mientras que algunos sostienen que el proyecto ha dado a Rusia demasiada influencia sobre Europa, otros guardan esperanzas sobre que la amenaza de perder el gasoducto, que aún no está en funcionamiento, pueda disuadir a Rusia en cuanto a llevar a cabo una invasión de Ucrania.
En tales debates, el foco de atención se ha centrado a menudo en la responsabilidad supuestamente asumida por Alemania, el principal defensor europeo del proyecto. Sin embargo, si se toma en cuenta la constante integración de los mercados nacionales de gas de Europa, esto tiene poco sentido. En un mercado integrado, cualquier acción debe llevarse a cabo a nivel de la UE.
Además, a la hora de determinar las medidas que se deben tomar, es importante reconocer que Nord Stream 2 no es ni de lejos tan significativo como se lo suele mostrar. A largo plazo, el gasoducto tendrá poco impacto en la seguridad energética de Europa.
Para empezar, es poco probable que un gasoducto Nord Stream 2 en funcionamiento suponga un aumento significativo de las exportaciones totales de gas natural ruso a Europa. Simplemente permitirá que Rusia reduzca su uso de los gasoductos que atraviesan Ucrania, y por consiguiente reduciría drásticamente el pago de derechos de tránsito que constituyen una porción importante del presupuesto ucraniano.
En términos más generales, la importancia de los gasoductos estratégicos está siendo erosionada por un desplazamiento hacia el envío de hidrocarburos en forma de gas natural licuado (GNL). Se ha prestado mucha atención a las exportaciones de GNL de Estados Unidos a Europa, pero ellas son sólo una parte de una tendencia más amplia. A nivel mundial, ahora se envía más gas entre regiones del que se transfiere a través de gaseoductos.
El envío de GNL ha ganado popularidad debido a que una vez que se lo coloca en un buque cisterna especial, la distancia que debe recorrer se traduce en una diferencia relativamente pequeña. Como resultado de ello, en tiempos normales, los precios en Europa y Asia tienden a estar altamente correlacionados. El costo del envío de GNL sigue siendo más alto que el costo del envío de petróleo, y la liquidez del mercado de GNL (y, por lo tanto, su capacidad para responder a los cambios de demanda a corto plazo) sigue siendo limitada. Pero la tendencia hacia un mercado global integrado es clara.
Hoy en día, el gas ruso sigue siendo algo más barato para la mayor parte de Europa. Pero el precio político de la dependencia (Rusia sigue siendo el mayor proveedor de gas natural de la UE) se ha convertido en inaceptable. La buena noticia es que Europa tiene la capacidad de importar suficiente GNL para compensar la pérdida de gas ruso. La mala noticia es que llevará algún tiempo movilizar sus capacidades para ello.
Entonces, ¿cómo puede la UE protegerse contra el riesgo a corto plazo de que Rusia retenga los suministros por razones políticas, e incluso pueda la UE tomar una postura que le permita imponer sanciones al sector del gas de Rusia?
Un primer paso sencillo sería exigir a los proveedores de gas que completen sus inventarios al final del verano. Esto no iría a favor de los intereses comerciales de dichos proveedores, pero reforzaría la seguridad energética de Europa. Se debe prestar especial atención a las instalaciones de almacenamiento controladas por la empresa rusa Gazprom, que el año pasado se llenaron menos en comparación con otros sitios de almacenamiento comercial, lo que dejó a la UE expuesta a sufrir una grave escasez este invierno.
Pero se necesitan más medidas. Europa también debería crear una Reserva Estratégica Europea de Gas (REEG) que contenga suficiente suministro para unos tres meses de consumo. Al dar a la UE un margen para adquirir más gas de otros productores, una reserva estratégica reduciría la vulnerabilidad de Europa a las perturbaciones a corto plazo, incluida la posible pérdida de suministros rusos, y fortalecería su posición geopolítica.
No se podría crear una REEG de la noche a la mañana, y la misma requeriría de cierta inversión inicial. Pero se podría acumular una reserva sustancial de gas en unos pocos años, y los costos no deberían ser excesivos, especialmente en un momento en el que las tasas de interés están en niveles ultra bajos (la UE aún puede emitir bonos a diez años pagando unos pocos puntos básicos). Las estimaciones basadas en las reservas de gas existentes indican que el establecimiento de la REEG costaría alrededor de €10 mil millones ($11.2 mil millones). Si se amortiza a lo largo de una década, se trata de una cantidad claramente asequible de €1 mil millones al año, aproximadamente el 0,5% del presupuesto de la UE.
Una REEG también beneficiaría a Ucrania. Este país ya puede recibir gas de Europa a través del gasoducto de la Hermandad que normalmente transporta gas desde Rusia a Europa, gracias a la capacidad de "flujo inverso" que tiene el mismo. Pero, sin reservas propias, la UE no puede hacer mucho por Ucrania si Rusia renueva sus amenazas de cortar el suministro de gas a Ucrania.
Además, dicha reserva crearía una dependencia unilateral más favorable, ya que Rusia dependería en gran medida del mercado europeo. Las ganancias provenientes de las exportaciones de gas a Europa representan una fracción significativa de las ganancias totales de Rusia por exportaciones y de los ingresos públicos del gobierno de Rusia, pero sólo representan una pequeña fracción de la economía europea.
Si se permite el funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2, una opción que sólo debería considerarse si no se produce un ataque a Ucrania, la dependencia de Rusia de Europa en su calidad de cliente confiable también aumentaría. Rusia sólo podría reducir esta dependencia de Europa construyendo una costosa infraestructura para exportación de GNL desde instalaciones más cercanas a sus yacimientos que se encuentran cerca del círculo polar ártico, o invirtiendo en un gasoducto aún más caro con dirección a China.
La crisis en Ucrania ha dejado claro que, a pesar de toda la palabrería sobre "autonomía estratégica", la UE sigue dependiendo en gran medida de las garantías de seguridad de Estados Unidos. Esto no cambiará en el corto plazo. Pero, al reforzar su seguridad energética, Europa puede al menos aumentar su capacidad para desplegar los pocos instrumentos de poder blando que tiene a la mano.