Como han demostrado un estudio tras otro, la desigualdad lleva décadas aumentado, y la Gran Recesión amplió aún más la brecha. Las soluciones propuestas han ido desde lo clásico (la subida de impuestos a los ricos, el aumento de sueldo de los trabajadores) a lo innovador (los ingresos mínimos, la renta universal). Hasta ahora, parece que nada ha funcionado.
Para el analista Ramón González Férriz, la digitalización se asocia con lo moderno, lo limpio y eficiente, pero cualquiera que haya trabajado en entornos digitales sabe que eso no siempre es así.
Para González Férriz, en un principio las clases altas y medias fueron las que primero adoptaron la tecnología y también quienes más la utilizaban, pero eso se está invirtiendo. Las clases educadas, conscientes de los potenciales peligros de la adicción a las redes o a la simple pantalla, restringen cada vez más a sus hijos el uso de la tecnología. Ahora, la utilizan más para el ocio los niños de las clases bajas que los de las altas.
La digitalización y los cambios energéticos son necesarios, pero quienes los están impulsando (las élites) deberían tener mucho más en cuenta que son procesos con claros perdedores, y que estos se hallan sistemáticamente en lo más bajo de la escala social. El ingreso mínimo vital español ha sido un fracaso. Los fondos europeos irán a parar a las grandes empresas y una parte relevante de la sociedad no parece dispuesta a pagar más impuestos para compensar a quienes se vean desplazados a los márgenes del sistema. Las consecuencias políticas de todo ello pueden ser devastadoras.
Esta realidad, sin embargo, apenas se refleja en los medios. Lo que sí aparece en ellos es la brecha salarial entre varones y mujeres, que es un cuento chino. Según estas informaciones, las mujeres cobran de media, un 14,1% menos que los hombres. Se da a entender maliciosamente que en España por el mismo trabajo un hombre gana más que una mujer. Y no es verdad. Al menos no lo es hasta el punto de que éste sea un problema al que haya que dedicar mucha atención.
Según el analista Martí Blanch, de ser eso cierto, "equivaldría a afirmar que la legislación laboral de la que estamos dotados tiene el mismo valor que el papel higiénico", pero ni el principal empleador de España —las administraciones—, ni las grandes empresas, ni las medianas ni las pequeñas pagan menos en función del sexo del trabajador que realiza el trabajo.
Aclaremos algo: la comparación entre dos medias aritméticas no sirve para nada. Es preciso introducir variables más matizadas. El mismo Martí Blanch recordaba el caso de un ingeniero de Google al que la compañía encargó un informe para establecer las causas por las que costaba tanto reclutar a mujeres para las vacantes directivas que iban produciéndose en la compañía. En su memorándum, el ingeniero expuso todos los motivos que la investigación había revelado, extraídos de las propias respuestas de las empleadas, y explicó que había quedado demostrado que las mujeres tenían otras prioridades y valores y que muchas veían el ascenso más como un problema del que huir y no como una oportunidad.