Opinión

Cataluña: el tinglado de la farsa

Para el autor, la mesa de diálogo no cambiará nada en el independentismo

He aquí el tinglado de la antigua farsa. La frase con que Jacinto Benavente inicia el acto primero de sus inmortales intereses creados sirve para definir lo que está ocurriendo con la llamada Mesa de Diálogo de Cataluña qué, a fuerza de antigua, insólita y sumamente larga está pasando de farsa a culebrón, y cuyo último episodio ha sido la exhibición de ingenuidad, ceguera o de docilidad demostrada por los barones territoriales del PSOE dando el beneplácito a esa negociación bilateral entre el Gobierno de España y la Generalitat de Cataluña sólo aceptando la palabra de Sánchez de que la Mesa no supondrá discriminación alguna hacia las otras autonomías del Estado.

Pero, y dejando a un lado el nulo valor que ha acreditado la palabra del Presidente del Gobierno, lo que habría que preguntarse es si ¿no hay ya suficiente discriminación en la propia existencia de esa Mesa de Diálogo? O, ¿acaso va reunirse Sánchez de tú a tú y con ministros, por ejemplo, con Andalucía como la ha demandado Juanma Moreno, o con el resto de Comunidades? Evidentemente, no.

Ocurre que, en el fondo, estos barones territoriales, como todos, incluidos los propios negociadores estamos convencidos de que ni la mesa ni el diálogo van a servir para nada, o casi. Ni los independentistas van a renunciar a sus reivindicaciones de amnistía y referéndum para la secesión, ni el Gobierno se los puede dar si creemos a la ministra portavoz cuando dice que no se van a salir ni un ápice de la Constitución.

De lo que se trata en realidad es de ganar tiempo. Sánchez necesita a Esquerra Republicana para aprobar los Presupuestos y aguantar en La Moncloa, y Aragonés, Junqueras y ERC necesitan a Sánchez para evitar un gobierno constitucional presidido por el Partido Popular que les ponga entre la espada del artículo 155 de la Carta Magna y la pared de la Justicia, además de cerrarles el grifo de los dineros y las inversiones que se llevan en detrimento de las demás regiones españolas.

Porque, por mucho que lo vendan desde el Gobierno y el PSOE, no es cierto que la Mesa de Diálogo haya acabado con el Procés. Al Procés le acabaron el 155 y los Tribunales con las condenas por el 1-O. Lo que no ha acabado, ni tiene visos de acabar, es el independentismo que sigue siendo el objetivo final de ERC y lo único que hace es aplazarlo y aprovecharse, mientras, de la debilidad parlamentaria de un partido socialista que ya perdió la "O" de obrero y ahora pierde también la "E" de español, fortaleciendo al tiempo su posición como partido mayoritario en Cataluña.

Puigdemont ya no cuenta, ni en Cataluña donde desde que se fugó a Waterloo ni le añoran ni le esperan, ni en Europa donde cada vez le ven más como un lunático cargante, y ahora también peligroso para los propios intereses europeos tras salir a la luz sus contactos con la Rusia de Putin para desestabilizar España y a través de España al conjunto de la Unión.

Estos son, y así se cuecen los intereses creados de esta Mesa, que, a la vista de los resultados, apunta a diálogo de sordos y que, como secuela, hasta el momento, nos ha dejado el esperpento de ver a una ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, felicitándose y regocijándose por la retirada de un proyecto de ampliación del aeropuerto de El Prat que conllevaría la creación de 83.000 nuevos empleos directos y otros 364.000 indirectos. Y esto en un país con más de cuatro millones y medio de parados. Cosas verdes, amigo Sancho, que harán hablar las piedras.

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