
Es sabido que China emite casi un tercio de los gases de efecto invernadero que se producen a nivel mundial. Según la consultora Rhodium Group, en 2019 las emisiones de gases invernadero chinas equivalieron a 14.090 millones de toneladas de dióxido de carbono.
En 2005 se estableció el llamado "mercado de emisiones", que los expertos consideran una de las herramientas fundamentales para recortar emisiones. En ellos, a las empresas participantes se les imponen unas cuotas determinadas de emisiones. Las que no sobrepasen sus asignaciones pueden vender su excedente de cuota a otras compañías que sí las superen. El resultado es que las compañías tienen así un incentivo para reducir su emisión de carbono.
China acaba de entrar en ese juego (16 de julio de 2021) y esas operaciones comenzaron en la Bolsa Ambiental y de Energía de Shanghái, según informó la agencia Xinhua. En ellas, el precio de las emisiones se estableció en 48 yuanes (6,3 euros) por tonelada de carbono, cinco veces menos que la cotización que se alcanza en el sistema europeo, que está en torno a los 33 euros.
Pero no es la primera vez que el Gobierno chino se lanza –sin éxito- a operaciones de limpieza. En efecto, China anunció hace una década sus planes para crear un mercado nacional de carbono. A partir de 2013, y con gran entusiasmo, se establecieron los siete primeros mercados regionales, en localidades como Shenzhen, Shanghái o Pekín. Pero el optimismo inicial se estancó. Los proyectos de ampliarlos e integrarlos en un sistema que abarcase todo el país se fueron retrasando, debido a presiones de la industria del carbón y a políticas económicas que durante años primaron el crecimiento a expensas del medio ambiente.
Wolfgang Münchau, director de www.eurointeligence.com, describía hace unos días la necesidad de que Estados Unidos, la Unión Europea, China y Rusia dejen de lado sus diferencias y acuerden cooperar en lo que sería el equivalente a la Conferencia de Yalta pero en el siglo XXI.
Llegar a ese punto exigirá un cambio importante en la política general contra el calentamiento global. El citado Münchau escribió sobre la inoperancia de los actuales operadores a la hora de alcanzar amplios objetivos con una sola herramienta. Y añadía que lo que ocurre con los bancos centrales es también válido para la política contra los gases de efecto invernadero.
Por lo tanto, Estados Unidos y la Unión Europea no deberían asumir la tarea de hacer la revolución en las calles de Pekín, Moscú o Minsk; eso es algo que debería quedar en manos de la ciudadanía de esos países. Sus prédicas y movimientos deberían dirigirse a que China cumpla sus compromisos internaciones que ya ha suscrito y no respeta. Vamos, que Occidente debería dirigir sus mensajes a China y no dedicarlos tanto a Europa
Respecto al calentamiento global, el citado Münchau concluía: "La alternativa a una política exterior centrada en un solo tema es una política exterior no centrada en ninguno". En efecto, las políticas contra el calentamiento global ni salen gratis ni son fáciles de implementar. Pronto lo veremos en Europa, que está lanzada –demasiado alegremente- contra el calentamiento global, con el riesgo de que aumente la desigualdad social.