Los datos de la EPA del primer trimestre de 2021 confirman la pésima situación del empleo en España y la lacra de un paro que lidera el panorama europeo. La preocupación es tanto por el elevado desempleo como por la angustiosa tasa de paro juvenil y por el número de hogares en que todos sus miembros se encuentran sin trabajo. Además, el paro castiga a los mayores de 55 años y a los más jóvenes. Otrosí, casi el 40% de los desempleados son parados de larga duración. Si ese contexto es lúgubre, las cosas son susceptibles de empeorar. Muchas empresas están tramitando EREs, otras se hallan contra las cuerdas y las insolvencias, en forma de concursos de acreedores, condenarán a más trabajadores hacia el desempleo. Pero, además, estamos viviendo una vertiginosa aceleración de la transformación digital y de la automatización. Muchos de los empleos perdidos tendrán pocas probabilidades de recuperarse, por lo que es imprescindible que se reasignen con carácter inmediato trabajadores entre sectores, de aquellos en declive a otros que apuntan a prosperar. Menos trabajo se traduce en menos ingresos y en menor producto para la economía española y en futuro más duro para todos nosotros.
El capital humano es decisivo para el desarrollo económico y la prosperidad de un país. Lo demuestra Estados Unidos con sus cientos de científicos e investigadores laureados con el Premio Nobel, habiendo convertido el territorio estadounidense en un hábitat muy propicio para que el talento encuentre allí su caldo de cultivo con las sinergias que ello conlleva, en una comunión permanente y excelente entre empresas, universidades y escuelas de negocio.
En España los desafíos en esta esfera son cruciales, máxime en un momento de reformas educativas bajistas que permiten a escolares con asignaturas suspendidas obtener el título de bachillerato y otros cambios que rebajan sustancialmente el nivel formativo de nuestros alumnos, como es el conocimiento y aprendizaje de la lengua. La realidad, hoy por hoy, es que los niveles educativos en promedio de nuestros trabajadores y empresarios son inferiores a la media europea, que las tasas de abandono y fracaso escolar en España son elevadas y que se va agudizando la brecha negativa en los indicadores de calidad educativa.
A los ya de por sí riesgos bajistas e incertidumbres ocasionados por la pandemia, se añaden otros peligros como son el parón en el progreso de creación de capital humano de estos años y los daños en la matriculación y formación escolar que confluirá en reducir el retraso en el crecimiento económico, con la vis de las desigualdades y aumentos en las bolsas de pobreza.
La globalización, el progreso tecnológico, la automatización de tareas, la inteligencia artificial, la robotización, el internet de las cosas…, exigen unos retos ante los que es imprescindible rediseñar institucionalmente nuestro sistema educativo, revisar el contenido curricular y robustecer los propios sistemas de aprendizaje, de manera que se favorezca la orientación temprana e individualizada del alumnado y que en el ámbito universitario se proceda a una idónea selección del personal docente e investigador. En nuestras universidades, principalmente en las públicas, hay que adecuar los planes de estudio a las necesidades del mundo real y de nuestro modelo económico. Y el otro gran desafío que afrontar es el de prestigiar la formación profesional, otorgándole el reconocimiento que merece, dedicando recursos a fin de lograr una óptima combinación entre la formación general y la experiencia práctica en empresas. Cuando vemos que las tasas de paro en varios países europeos son muy bajas, preguntémonos cuál es el papel que juega allí la formación profesional.
España en 2018 solo destinaba a gasto público en educación el 4,21% del PIB, con un gasto per cápita de 1.009 euros, mientras que otros países de nuestro entorno dedican más del 5%, entre ellos, Austria, Bélgica (6,55 del PIB) y los países del norte de Europa todavía realizan un esfuerzo mayor, como Dinamarca (7,63%), Finlandia (6,9%), Noruega (7,98%), destacando el gasto per cápita de 5.080 euros en Noruega, 3.705 euros en Suiza, 3.595 euros en Dinamarca, 2.730 euros en Finlandia …
En definitiva, el capital humano es uno de los grandes activos que arma a un país y conviene tener muy en cuenta la inversión que requiere para preparar el futuro. Y es que esta crisis de la Covid-19, como indicábamos, está acelerando el proceso de digitalización de nuestra economía, por ejemplo, demostrando las enormes posibilidades del teletrabajo que antes del síncope pandémico era muy reducido. Ahora, inmersos ya en esta incipiente modalidad laboral conviene favorecer toda su carga positiva y mitigar sus inconvenientes, sin perder de vista que a la hora de la verdad la productividad del teletrabajo puede ser inferior a la del trabajo presencial y que imponer una legislación muy rígida podría derivar en la deslocalización fuera de España del teletrabajo, que exigirá una intensificación de las políticas de formación para aprovechar oportunidades de empleo.