La apuesta inesperada de Pablo Iglesias por la Asamblea de Madrid tal vez responda a cálculos y ambiciones personales. De hecho, la sorpresa ante la decisión de Iglesias es doble. Primero, porque renuncia nada menos que a un Ministerio y una Vicepresidencia segunda del Gobierno central para adentrarse en la política autonómica madrileña con resultados aún inciertos. Pero también porque resulta paradójica viniendo de un partido que promueve una práctica política (plurinacional) de abajo arriba, una dinámica que a juzgar por el éxito de sus alianzas territoriales (véase Galicia y Cataluña) parece más retórica que práctica.
En cualquier caso, no se puede decir que se trate de una decisión irracional, al contrario, la candidatura de Iglesias en Madrid cobra todo su sentido como movimiento estratégico a corto y a largo plazo. A mi modo de ver, es una apuesta que debe interpretarse dentro del marco institucional autonómico y sus incentivos electorales. Es decir, en un sistema de competición electoral multinivel a menudo utilizado para promover el sucursalismo partidista y apuntalar los partidos de ámbito estatal.
Desde que el sistema de partidos español implosionó en 2015, la adaptación al multipartidismo ha generado una aceleración e inestabilidad notables en la política española con repeticiones electorales, mociones de censura y alianzas de todo tipo. El antiguo bipartidismo y los gobiernos monocolor imperantes hasta hace poco más de un lustro queda hoy muy lejos, aunque son muchos los actores que no parecen no darse por aludidos. Hoy tanto el Gobierno central como trece gobiernos regionales están formados por coaliciones de dos, tres o hasta cuatro formaciones políticas. Por lo tanto, la política de pactos ha llegado para quedarse, una característica que España comparte con otras democracias europeas como la danesa, la holandesa o la belga. Sin embargo, en el caso español convive, a su vez, con la existencia de un modelo territorial multinivel poblado por partidos de ámbito estatal muy recientes (Podemos, Cs, Vox) que en algunos casos luchan para superar las barreras de entrada a los parlamentos autonómicos (5% en el caso de Madrid) y partidos de ámbito regional en varias autonomías.
En ese contexto, la candidatura sorpresa de Iglesias (formulada de arriba abajo), al igual que la del exministro Salvador Illa en Cataluña, obedece a la concepción centralizada y de competición multinivel de los partidos de ámbito estatal. Las formaciones políticas tienen incentivos para hacerlo bien en todas las competiciones electorales y el tirón mediático de los ministros-candidatos es innegable. Además, en el caso de Madrid, la presidenta Ayuso llevaba meses liderando la oposición política estatal, incluso más que el grupo parlamentario en el Congreso liderado por Pablo Casado. Ante este escenario, Podemos-Madrid parecía abocado a un fracaso autonómico claro ante la escisión de Más Madrid.
Así, el hasta ahora ministro y vicepresidente Iglesias, un político de astucia y carisma reputados a la vez que experto en todo tipo de series (algunas de fantasía), busca obtener beneficios a corto y a largo plazo. A corto plazo, su apuesta por la Comunidad de Madrid persigue nada menos que rescatar a Podemos en la Asamblea madrileña, lanzar una opa a Más Madrid y relevar el liderazgo partidista estatal del propio Iglesias dejando paso a la ministra Yolanda Díaz. A largo plazo, un hipotético buen resultado el 4 de mayo sería un balón de oxígeno para una formación que desde su fundación se había impuesto un listón altísimo (¡asaltar los cielos!) sin quizás calibrar del todo la naturaleza multinivel del sistema político español ni la resiliencia del bipartidismo que apuntala al "régimen del 78".
Más allá del impacto para el propio Iglesias y su formación, si situamos la operación Madrid en la secuencia de lo ocurrido en Murcia, el oleaje generado por la moción de censura fallida va camino de convertirse en un verdadero tsunami. Tampoco parece casual que el teatro de las operaciones sean dos autonomías sin presencia de partidos de ámbito regional, copadas por partidos de ámbito estatal, pero sin organizaciones regionales fuertes. Se libra una batalla que, en rigor, apunta al Congreso y a la Moncloa directamente. ¿Cuáles serán las implicaciones para el Gobierno central y sus apoyos parlamentarios? ¿Afectarán los resultados autonómicos a la estabilidad de la coalición en la Moncloa? La implosión del sistema de partidos puede haberse llevado por delante al bipartidismo y la añorada estabilidad relativa que conllevaba, pero, aunque todo cambia hay cosas que parecen inamovibles, Madrid es Madrid.