
El vicepresidente Pablo Iglesias se ha convertido en el principal hándicap del Gobierno de Pedro Sánchez. Como dice mi amigo Javier Ayuso, es el auténtico caballo de Troya del ejecutivo. No lo disimula, lo ha dicho siempre que ha tenido ocasión. Su objetivo es entrar en las instituciones para destruirlas desde dentro. No cree en el sistema constitucional que los españoles nos dimos con la aprobación de la Constitución de 1978, quiere cambiarlo y establecer una república popular.
No hay vuelta de hoja. De sus últimas declaraciones se desprende que ni entiende ni comparte la democracia liberal fruto de la Ilustración francesa. Cuando dice que hay banqueros y empresarios que mandan más que él, aunque nadie les haya votado, demuestra un profundo desconocimiento del sistema democrático.
Una y otra vez reitera la idea de que los medios de comunicación y los periodistas son una especie de brazo armado de los poderosos para atacar a la soberanía nacional. Por tanto, los medios tendrían que ser públicos para que pudieran cumplir su papel social, como sucede en las democracias populares de China, Cuba o la antigua URSS.
Piensa que como le han votado y es vicepresidente del Gobierno tiene que mandar mucho y la sociedad tiene que obedecerle porque él representa la voluntad popular. No entiende que las democracias liberales se basan en un equilibrio entre la sociedad civil y el Estado al que pertenece el gobierno como mero gestor y ejecutor de las decisiones que adopta el poder legislativo y que sus acciones están sometidas al dictamen de los jueces.
Eso de la división de poderes no va con Pablo Iglesias, ya que en las repúblicas populares quien consigue la mayoría manda sobre todo lo demás. Son sistemas que no tienen en cuenta a las minorías, que es la esencia de la democracia y que se configura como el contrapeso para frenar los excesos que se cometen desde el poder.
En un celebrado artículo de Emilio Lamo de Espinosa Democracia y demagogia, de la mano de la mentira, publicado en El País, argumenta cómo "en nombre la mayoría se liquida la democracia. Intentos como el asalto al Capitolio son resultado de movilizaciones ideológicas que se sostienen en relatos a los que la realidad les importa un bledo". Sin nombrarle, hace un paralelismo entre Trump, Putin, Bolsonaro e Iglesias.
Aunque se trate de ideologías totalmente contrapuestas, todos ellos coinciden en una cosa: el desprecio a las democracias liberales y el intento de sustituirlas por un poder personalista y carismático. Coinciden todos ellos en la técnica del nacional-populismo, basado en el uso de la mentira como arma política y en el entrismo. Conquistan el poder a través de los mecanismos que les brinda la democracia liberal para ocupar el sistema y destruir las instituciones.
Para todos ellos el principal enemigo a combatir es la prensa libre. Es la gran diferencia entre Donald Trump y Joe Biden y la razón por la que la nueva portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, ha dicho "siento un profundo respeto hacia una prensa libre e independiente".
El auténtico poder de los gobiernos en una democracia liberal reside en la fuerza de la verdad y en el compromiso con la transparencia. Reunir la mayoría de votos no da derecho a manipular y engañar.
Los socialistas deberían reflexionar sobre lo peligroso que resulta cabalgar sobre los lomos de un tigre, porque al final se corre el peligro de quedar devorados por él. Y si tienen alguna duda, que vean la película Troya (2004) de dirigida por Wolfgang Petersen e interpretada por Brad Pitt en el papel de Aquiles.