
No era una ficción. Las imágenes que transmitían las televisiones de todo el mundo en la tarde noche del día de Reyes no retrocedían a las del 11 de septiembre de 20 años antes, cuando el atentado contra las Torres Gemelas. Algo que parecía impensable e imposible, pero estaba ocurriendo. En la primera potencia y la primera democracia del mundo un grupo de fanáticos y radicales exaltados estaban asaltando el Capitolio respondiendo a la arenga de un todavía presidente que ni aceptaba su derrota electoral y que carente de cualquier ideología se ha convertido en el paradigma de ese populismo que es hoy el COVID que invade y amenaza a todas las democracias de Occidente.
Porque lo realmente grave de este esperpéntico y a la vez dramático episodio de la profanación del Congreso norteamericano es su trascendencia. No es un hecho aislado. Estamos asistiendo a una perversión de la política mundial. El desprecio y el intento de aniquilación de las instituciones democráticas, el despotismo, la descalificación y el insulto del contrario, el intento de someter a la Justicia, el acoso a los medios de comunicación, el recurso permanente a la mentira, y el narcisismo egocentrista que han caracterizado la Presidencia de Trump, son características comunes a todos los populismos, de izquierda y de derecha.
El asalto al Capitolio no es un hecho aislado. Estamos asistiendo a una perversión de la política mundial y los populismo son hoy el COVID que invade y amenaza a todas las democracias representativas de Occidente
Prácticas totalitarias que se parecen casi miméticamente a lo que está ocurriendo en otros estados europeos y, especialmente, aquí en España, donde tenemos a movimientos populistas de uno y otro signo en el Gobierno y en el Parlamento y que ahora aprovechan para rentabilizar los sucesos de Washington en su propio beneficio mediante infundios y soflamas, siendo lo más sorprendente que muchos de quiénes hoy califican el asalto al Capitolio como el "modus operandi" de la ultraderecha son los mismos que defienden y ejecutan los escraches, los que asaltaron el Parlamento de Cataluña en 2018, los que piden el indulto a los golpistas del 1 de octubre, quienes promovieron dos años antes ese "Rodea el Congreso" que, en un principio, se denominó "Asalta el Congreso", para cambiar mediante la violencia la voluntad popular expresada democráticamente en las urnas.
Quien esto escribe estaba allí, en la Carrera de San Jerónimo, durante este último suceso de barbarie. Cumplía con mis labores informativas en la Cámara Baja y allí, tras las barreras policiales, asistí al espectáculo de unas masas exaltadas apoyadas por Podemos y otros radicales, viví lo insultos, el lanzamiento de objetos contundentes contra las fuerzas del orden y contra los periodistas y los diputados. Eran piedras, latas de refrescos llenas, canicas de acero y hasta alimentos como plátanos. Pero lo que más me impresionó fue esas miradas de odio que yo creía superadas. Ese odio que es el caldo de cultivo de los populismos que sólo buscan dividir la sociedad para conseguir por la violencia unos objetivos personales y que ellos justifican invocando una voluntad popular que se adjudican y a la que desprecian.
El odio es el caldo de cultivo del populismo que solo busca dividir a la sociedad
Se trata del acoso y derribo de las democracias representativas, de subvertir el Estado de Derecho que hacen hoy más que nunca necesaria la defensa firme y decidida de nuestra Carta Magna. Una Constitución que, como afirmaba proféticamente el Rey Felipe VI durante la reciente Pascua Militar "es el camino libre y democráticamente decidido por el pueblo español. Todos estamos incondicionalmente comprometidos con ella porque es el origen de la legitimidad de todos los poderes y de todas las instituciones del Estado. Una legitimidad que se renueva cada día respetándola.
Un mensaje que no iba dirigido a las Fuerzas Armadas que, como resaltó la ministra de Defensa Margarita Robles, están "altamente preparadas y formadas exclusivamente en el marco de la Constitución", sino a quienes desde su presencia en las instituciones democráticas y sirviéndose de ellas intentan destruirlas y con ellas el sistema de libertades y la reconciliación que los españoles nos hemos instaurado.