
La pandemia por Covid-19 ha constatado la vinculación estrecha de la salud con la economía y el bienestar del país y la importancia de la investigación en nuevos medicamentos. El papel que en esto desempeña la industria farmacéutica es crítico, puesto que es el sector que acumula el conocimiento, la experiencia, la capacidad organizativa y el músculo económico (procedente de los mercados financieros y de la confianza de inversores grandes y pequeños en las bolsas mundiales) capaces de impulsar la investigación en un campo tan complicado. Nos encontramos ante un sector, el farmacéutico, y un ámbito científico-tecnológico, el biomédico, sin duda estratégicos.
Pues bien, hace poco más de veinte años, Europa lideraba con ventaja la investigación de nuevos medicamentos en el mundo: más de la mitad de los nuevos fármacos que se ponían a disposición de médicos y pacientes tenían su origen en investigación en el continente. Hoy el líder es Estados Unidos: el 47% de los medicamentos surgen allí, mientras que apenas un 23% lo hacen en Europa. En estas algo más de dos décadas, Estados Unidos no sólo se ha convertido en un mercado ágil y atractivo para la innovación en medicamentos, sino que, en consonancia, entre 1990 y 2017, la inversión en I+D en aquel país se multiplicó por 9, mientras que en el viejo continente creció 4,5 veces.
En solo dos décadas, Europa ha perdido el liderazgo en investigación de nuevos fármacos
Conviene recordar que la investigación en medicamentos es cada día más compleja, e implica un proceso largo y costoso (hacen falta en torno a diez años y 2.500 millones de euros para desarrollar un fármaco) y muy arriesgado, en el que la mayor parte de los compuestos en investigación decaen por el camino, hasta el punto de que apenas un 10% de los que logran alcanzar la fase clínica (en la que se prueban con pacientes) llegarán un día al mercado. Por tanto, el entorno científico-tecnológico y, especialmente, las políticas farmacéuticas juegan un papel muy relevante, máxime en un sector tan regulado como lo es éste.
Por eso, Europa se la juega con la nueva Estrategia Farmacéutica presentada hace unos días en Bruselas. La propuesta, cuyas medidas deberán concretarse en el próximo año, deberían servir para que el continente recupere el terreno perdido en las últimas dos décadas ante Estados Unidos y, también más recientemente, desafíe el empuje de países como China.
Europa ha perdido fuelle en investigación biomédica, pero también en producción de principios activos y medicamentos maduros, es decir, aquellos que han perdido ya la protección industrial. La erosión constante de sus precios y la necesidad consiguiente de reducir costes de producción han provocado una deslocalización de su fabricación, dirigiéndose hacia países asiáticos, en donde las condiciones de implantación y los estándares regulatorios son menos exigentes que en Europa.
Reducir incentivos al I+D en medicamentos huérfanos o pediátricos es un error
La Estrategia Farmacéutica Europea debería servir para recuperar esa competitividad perdida y devolver a Europa a la posición que le corresponde, ante el riesgo cada vez más evidente de quedar a merced de Estados Unidos y Asia en un ámbito tan delicado socialmente y políticamente estratégico como el del medicamento. Sin embargo, esta Estrategia genera algunas dudas, puesto que, mientras recoge medidas positivas como la necesidad de establecer incentivos para fomentar la investigación en antibióticos o de promover la digitalización en Europa para impulsar la investigación, plantea también reducir los incentivos a la I+D en medicamentos huérfanos (los que combaten las enfermedades raras) o pediátricos.
Esta Estrategia debe tener amplitud de miras. Debe corregir las llamativas diferencias de acceso a la innovación por parte de los pacientes de los diferentes países europeos y conciliar eso con la sostenibilidad financiera de los sistemas sanitarios. Pero, junto a ello, debe fortalecer la competitividad de la industria farmacéutica europea, para recuperar tanto el liderazgo en investigación biomédica y, por consiguiente, en el cuidado de la salud como la producción farmacéutica y nuestra soberanía industrial para reducir la dependencia de terceros países.
Para afrontar estos desafíos es necesaria la colaboración entre el sector público y el privado, como concretaba la europarlamentaria española Dolors Monserrat en el debate sobre la Estrategia en el Parlamento Europeo: "Sólo así conseguiremos el equilibrio entre la innovación, su accesibilidad y la sostenibilidad de los sistemas nacionales de salud, y sólo así protegeremos uno de los grandes derechos fundamentales: la salud de todos".
En esta línea abundaba el también europarlamentario español César Luena, quien reclamó a la Comisión Europea que cree "una estructura en la que pueda haber un trabajo conjunto de asociaciones de pacientes, Administraciones e industria farmacéutica" para el desarrollo de la Estrategia Farmacéutica.
Europa se juega mucho en los próximos años. Es crítica una visión amplia y a largo plazo que logre que la Estrategia Farmacéutica sea realmente una oportunidad para el continente. Un foro de alto nivel en el que participen, junto a los políticos, la industria farmacéutica y otros interlocutores como los pacientes y los profesionales sanitarios parece necesario para que se den los pasos adecuados. No podemos equivocarnos.