
Era una noche en la que cabía esperar emociones fuertes y no ha defraudado. Escribo el día 4 por la mañana cuando todavía no hay un vencedor claro, la carrera por la presidencia sigue muy apretada y algunos estados como Pennsylvania seguirán contando los votos emitidos antes de las 20 horas del día tres y que lleguen hasta el viernes por la noche. Más que una jornada electoral, que lo es cuando hay una victoria clara, esto se asemeja más a una semana electoral al final de una montaña rusa digna del mejor parque Disney. Todo parecía indicar que Trump tenía la victoria asegurada en enero tras derrotar el intento demócrata de descabalgarle (Impeachment), para pasar luego a creer que ganaría Biden empujado por la crisis económica y la mala gestión gubernamental de las crisis sanitaria y energética. Y resulta que los resultados que arroja el día 3 de noviembre muestran que todas las encuestas se han equivocado escandalosamente (en Florida daban ganador a Biden por 1-2 puntos y ha perdido por 3), que la gente ha votado en proporciones muy altas, que siguen contando papeletas y que el resultado está aún en el aire. En este momento, y aunque Trump dice que ha ganado, todavía puede hacerlo Biden. Otra vez son decisivos los resultados de Pennsylvania, North Carolina, Michigan, y Wisconsin, y esta vez también los de Georgia, Nevada y Arizona, mientras que parece que el Senado permanecerá en manos republicanas. Trump, siempre impulsivo, dice que ya ha ganado, habla de "fraude" y afirma que le quieren arrebatar la victoria pero aún quedan muchos votos que contar y hay que contarlos todos, porque la democracia es eso, y hay que seguir esperando porque en este momento cualquiera de los dos puede ganar.
Esta es una elección muy importante. Las encuestas dicen que lo que más preocupa a los votantes son, por este orden, la economía, los problemas raciales y, en tercer lugar, el coronavirus. Pero, por encima de las preocupaciones cotidianas, hay en mi opinión otras cuestiones muy importantes en juego en estas elecciones: el tipo de presidente que se elige, el tipo de democracia que se desea, y el mundo en el que se quiere vivir. No son cuestiones baladíes.
La América profunda es mucho más profunda de lo que todos parecemos pensar y cada cuatro años nos lo recuerda con su voto
Trump ha ofrecido durante los últimos cuatro años un modelo de presidente arbitrario e impulsivo, que actúa por instinto más que tras análisis detallados, que ha cambiado de colaboradores tanto como de ideas, que es misógino, racista, mentiroso y con tendencia al insulto de quienes no le complacen. Enfrente tiene a Joe Biden, un poco incoloro e insulso, pero educado, con experiencia, moderado y con vocación de unir y no de continuar polarizando una sociedad que ya lo está en demasía. Confieso haber seguido estas últimas semanas muchos mítines de uno y otro candidato y que, mientras me escandalizaba lo que lo oía decir a Trump, que dominaba el escenario, me aburrían las intervenciones de Biden, con las que sin embargo estaba de acuerdo. Los republicanos parecen haber conseguido inspirar miedo a los cambios económicos e identitarios que podría acarrear el "modelo socialista" que achacan a Biden. Son dos estilos muy diferentes. La democracia norteamericana se ha deteriorado mucho a lo largo de los cuatro años del mandato de Trump. No lo digo yo, lo dice el último Informe de Freedom House, que ha constatado continuos ataques a la división de poderes y el sistema de pesos y contrapesos (checks and balances) que es tan consustancial a la democracia como votar cada cuatro años. Sus ataques a los jueces e interferencias en su trabajo (a veces desde el mismo Dpto. de Justicia o del fiscal general) y a los periodistas y la libertad de prensa son claros ejemplos de este deterioro, que se manifiesta también en los graves incidentes raciales que han seguido desde mayo a la muerte de George Floyd en Minnesota por la brutalidad policial y que Trump ha contribuido a agravar con sus comentarios. O sus negativas a condenar a grupos supremacistas blancos y a teorías conspiraciones (QAnon) que aumentan la tensión y la polarización social. Un retorno a la decencia y al respeto de las reglas básicas de la democracia es el bagaje que ofrece Biden.
Más allá del recuento pendiente, las votaciones ya muestran un país muy dividido
Trump ha acabado con 75 años de diplomacia norteamericana que han dado paz y liderazgo al mundo desde la Segunda Guerra Mundial y no lo ha sustituido con nada. Nos lleva a un mundo sin reglas donde domina la ley del más fuerte y el pez gordo se come al chico, un mundo de sanciones en el que los tratados y las organizaciones internacionales como la ONU, la OMC, la OMS o la UNESCO son más un estorbo que una ayuda. Un mundo que abandona el multilateralismo en favor de un multipolarismo con proteccionismo, tensiones entre países y guerras comerciales abiertas. Un mundo de creciente confrontación hegemónica por la tecnología, la inteligencia artificial, las redes 5G, el comercio y el dominio militar. Y frente a ésto, la otra opción es el regreso a una geopolítica dominada por normas y reglas claras e iguales para todos, con organizaciones internacionales respetadas y fuertes para dirimir las controversias que se susciten, un mundo definido más por el deseo de encontrar terrenos de colaboración, por ejemplo sobre la pandemia, el clima, etc., que de confrontación hegemónica, porque diferencia entre las cuestiones estratégicas y las comerciales o de derechos humanos...
Elegir entre los modelos de presidente, democracia y mundo que ofrecen Trump y Biden no parece complicado y sin embargo las cosas no son tan claras como muestran los actuales resultados, mucho más apretados de lo que las encuestan predecían. Y es que los EEUU y Europa son bastante más diferentes de lo que se piensa a pesar de esa comunidad de valores que sin duda existe entre nosotros. La América profunda es mucho más profunda de lo que todos parecemos pensar y cada cuatro años nos lo recuerda con su voto. El resultado es el país polarizado y dividido que refleja este 3 de noviembre. La paradoja es que a pesar de todos los problemas que rodean a esta elección, como las infundadas acusaciones de fraude en relación con el voto por correo, con ella asistimos a un nuevo ejemplo de democracia en acción en un país profundamente dividido. Ojalá que algo remotamente parecido pudiera existir en Rusia o China. Y el resultado final que ofrezcan las urnas será inatacable y todos deberán aceptarlo, aunque no sean de excluir impugnaciones y peleas legales que aún puedan demorar durante un tiempo la designación del vencedor.