
Siguiendo el dictado de la actualidad, probablemente hoy tendría que dedicar el grueso de estas líneas a analizar y valorar el debate de una moción de censura que nació sin futuro y que, en contra de lo que se aventuraba resultó a mayor gloria de Pablo Casado que, de víctima en los prolegómenos, sorprendió a propios y extraños y se convirtió en el auténtico ganador, reforzando su liderazgo interno y consolidando al Partido Popular como alternativa.
Una moción de censura en la que Pablo Casado no cayó en la trampa de VOX y del PSOE y se mostró hábil y contundente para presentarse como el centroderecha moderado, desmarcándose de los extremos y poniendo en evidencia, al mismo tiempo, su distanciamiento del "peor gobierno de los últimos cuarenta años". Mientras, el candidato Abascal, con un discurso apocalíptico y más dirigido a sus votantes que a proponer un programa solvente de gobierno, demostró sus insuficiencias para liderar una alternativa. Porque como expone la economista y especialista en empresa familiar María Lladró, en su libro sobre el Valuismo, "oponerse a algo no sirve si no se proponen creativamente alternativas posibles".
Y en este contexto parlamentario, difuminada también por la evolución de la pandemia y minimizada por quienes hoy dirigen un PSOE al que de socialista, obrero y español apenas si le quedan las letras de las siglas, ha pasado casi de puntillas por las páginas de los periódicos y por los noticiarios de radio y de televisión, de una forma tan inmerecida como injusta, la muerte de un hombre honrado, un servidor de España y de los españoles como Joan Mesquida.
Director general de la Policía y la Guardia Civil y secretario de Estado de Turismo, Joan Mesquida era un político con profundo sentido del Estado, inteligente, eficaz, dialogante, profundamente español y, además, un ser humano de talla excepcional.
Durante su etapa en el Ministerio del Interior fue decisivo en la lucha contra y en el fin de la banda terrorista, y así se lo reconoció el gobierno francés condecorándole con la Legión de Honor, la más alta distinción en el país vecino.
Militante del PSOE durante 32 años, abandonó el partido en marzo de 2018 por sus diferencias con la deriva de Pedro Sánchez y con su política de alianzas con los independentistas y los herederos de ETA, a los que él tanto había combatido.
Muy crítico con la deriva nacionalista de Francina Armengol en Baleares, y beligerante contra el proceso independentista en Cataluña, se incorporó a Ciudadanos de la mano de Albert Rivera, junto con otros destacados socialistas como Soraya Rodríguez, y era un destacado miembro de la Ejecutiva del partido naranja, además de consejero leal de Inés Arrimadas.
Tuve el honor de conocer a Joan Mesquida siendo secretario de Estado de Turismo y diputado en el Congreso después y mi relación personal con él supero el ámbito estrictamente profesional para derivar en amistad, y siempre recordaré como en su despacho de la Secretaría de Estado tenía en sitio privilegiado y mostraba con merecido orgullo la citada Legión de Honor de la República Francesa y un tricornio de la Guardia Civil.
Con él España pierde no sólo a uno de sus políticos más honestos y preclaros, y quienes le conocimos perdemos a un amigo fiel y a un hombre bueno, como decía el maestro Antonio Machado, "en el buen sentido de la palabra bueno" y que, al recordarle mientras asistía al espectáculo de la moción de censura en ese Congreso que él prestigiaba, no podía dejar de preguntarme ¿qué sentiría Joan Mesquida al ver a los diputados socialistas mirando al techo, callados como Judas y en sintonía con Bildu, mientras Santiago Abascal recordaba los nombres de todos los asesinados por la banda terrorista ETA, algunos de ellos como Fernando Múgica o Ernest Lluch militantes y dirigentes del PSOE? No sé si nauseas, pero seguro que lástima y vergüenza.