
Fui Diputado Constituyente de la UCD. Sí, de aquellos que empezaron una ilusión colectiva en España. Viví la aportación decisiva de la Corona, encarnada en Juan Carlos I, para hacer una transición pacífica de una dictadura férrea a una democracia homologable con las del resto de Europa. También estuve en mi escaño parlamentario el 23-F, cuando el Sr. Tejero se empeñó en secuestrar un Parlamento al estilo del siglo XIX.
Ahí la corona demostró que era clave en el mantenimiento de la arquitectura constitucional. Desde entonces desaparecieron de España los viejos fantasmas del "pronunciamiento militar", a los que este país fue proclive casi dos siglos. He vivido desde entonces en una España que entró en Europa y tuvo un desarrollo económico espectacular. He visto el desarrollo de infraestructuras que han llegado a deslumbrar al mundo y una vitalidad emprendedora en auge con un aumento de la renta per cápita y el Estado del Bienestar. Todo ello es para apuntar en el haber de los que iniciamos ese recorrido, el Rey Emérito Juan Carlos incluido.
En este tiempo, a la vez, me han asombrado la aparición de conductas, ilegales unas, inmorales otras, e inmorales e ilegales a la vez en casos. Siempre me pareció que en ellas ha habido una mezcla de malicia e inconsciencia. Conocí personas públicas que un día se despertaron y exclamaron: "¡Anda si soy corrupto!" Estoy seguro de que, si los protagonistas de esas conductas hubieran sabido las consecuencias de las mismas, se hubieran pensado más de una vez se actuación.
En ese campo hay diversos personajes que se mueven en la bruma. Los más peligrosos son los inductores. Son como diablillos que susurran a los oídos del poderoso: "No pasa nada, lo hacen todos, es lo que se hace desde siempre, tú te lo mereces, es fácil, nadie se va a enterar, hay mecanismos para borrar las huellas, confía en mí…" Todo suele empezar por pequeños pasos, imperceptibles que van deslizando al personaje por la pendiente.
Hoy, sin embargo, es imposible ocultar nada. Desde que están las nuevas tecnologías nada permanece oculto si se quiere descubrir. Ni el blockchain asegura la opacidad. La transparencia es uno de los requisitos del buen gobierno. Tanto porque responde a criterios éticos, como porque es imposible mantener los secretos a todos y para siempre. Mi consejo a mis colaboradores cuando estuve en cargos públicos era: "¡Si no quieres que algo se sepa, ni lo pienses!". Siempre me aconsejaron que antes de hacer algo te preguntases: ¿me gustaría que apareciese en los medios de comunicación al día siguiente? Si la respuesta es no, no lo hagas.
De manera que con aquello de que "la mujer del César no tiene sólo que ser honesta, tiene que parecerlo", cualquier persona con responsabilidad debe extremar las precauciones en su actuación.
Es el "pecado-error" de Don Juan Carlos. No está claro si los traspasos de fondos que ha hecho son ilegales. Hay interpretaciones jurídicas para todo. No solo sobre si las transferencias son legales o no y los efectos fiscales; también si se aplica o no la inviolabilidad constitucional y desde cuándo. Los tribunales dictaminarán sobre ello y hay que asumir el principio de "presunción de inocencia". Lo que está claro es que el efecto público es demoledor ¡Sólo les faltaba esto a los anti-constitucionalistas! La mayoría de ellos desmemoriados históricos por voluntad propia o por experiencia vital (nacidos en democracia no echan de menos la falta de libertades).
La abdicación fue la consecuencia de aquello de "Me he equivocado; no volverá a ocurrir". Ahora es el exilio, voluntario, sugerido u obligado. Un borrón que empaña una hoja brillante de servicios a la España actual. Algo que en los libros de historia quedará como un apéndice al final de su reinado, poco más.
Lo importante es aprender de lo ocurrido. En este caso le toca a Su Majestad Felipe VI saber que "las malas compañías" son letales y el principio del fin. Aprender que hay "unidad de vida", que no se suele ser honesto en público y lo contrario en privado y viceversa; que no hay nada que se pueda ocultar. Quien aconseje lo contrario es un diablillo perturbador.