Opinión

Pablo Iglesias en el Salón de los Pasos Perdidos

Imagen: EFE

El vicepresidente segundo del gobierno ha afirmado esta semana de forma rotunda que la derecha nunca gobernará España porque nunca sumará mayoría suficiente para conseguirlo. Ha elevado la foto fija de la política actual de nuestro país a la categoría de permanente ad eternum, sin contar con el bamboleo de los dos millones de españoles con derecho a voto que no profesan una ideología clara, y que mueven su decisión hacia opciones progresistas o conservadoras en función de cada momento del país. Así ocurrió en el cambio de gobierno de 1982 de UCD al PSOE, el de 1996 del PSOE al PP, en la vuelta del PSOE ocho años después, en la emergencia económica de 2011 y ha vuelto a ocurrir tras la moción de censura que permitió a un presidente socialista volver a La Moncloa. Su vaticinio corresponde a los habituales desahogos de la clase política española en estas semanas de crispado confinamiento, de los que Pablo Iglesias está siendo actor protagonista desde el papel de provocador que había abandonado en parte y ahora recupera recordando la verdadera esencia con la que nacieron él y su partido sólo seis años atrás. En la provocación permanente a los partidos de la derecha está su verdadero yo, la exacta medida de su talla como dirigente político, y es en la que se siente más cómodo incluso cuando se quita el traje de vicepresidente.

Pablo Iglesias mantiene una cruzada de ataque al bastión más potente que tiene el Partido Popular: la Comunidad Autónoma de Madrid. Ha realizado desde hace semana y media un encarnizado señalamiento de su presidenta y su gobierno regional por un asunto en el que precisamente él, como vicepresidente social de un ejecutivo central que tiene aún atribuidas las competencias administrativas en estado de alarma, debería ser coordinador y garante: la forma en que las residencias de ancianos han atendido a las personas mayores durante la pandemia. La carnada que ha puesto en el anzuelo son las órdenes, escritas o verbales, que se dieron en toda España para evitar seguir derivando pacientes con síntomas de las residencias de ancianos a los centros sanitarios completamente saturados, ante el evidente riesgo de no poder ser atendidos. En todos los centros de salud del país se dieron esas indicaciones en las peores semanas de marzo y abril para evitar en lo posible que pacientes mayores salieran de casa o de la residencia con destino a centros sanitarios en los que pasarían horas o días esperando en los pasillos para poder ser atendidos debidamente, salvo que su cuadro general lo hiciera absolutamente necesario. Pero Pablo Iglesias reduce interesadamente esa situación de caos generalizado en todo el país a un problema de Madrid, provocado por el deseo de las autoridades regionales de que los ancianos murieran en las residencias desasistidos y solos. Su brocha gorda ha venido además alimentada por un cubo de pintura muy a mano: el enfrentamiento irresoluble de los dos partidos que gobiernan en la Comunidad.

El vicepresidente ha llevado al Consejo de Ministros dos iniciativas de gran calado: el Ingreso Mínimo Vital y Ley de protección de los derechos de la infancia. Y ha aprovechado su momento con apariciones de estadista en las que reclama sus réditos como autor e impulsor de medidas sociales importantes. Pero todos los movimientos que el vicepresidente social está haciendo, acertados o desacertados, quedarán a beneficio de inventario porque esos réditos se los llevará el PSOE. Sus pasos pueden quedarse en el Salón de los Pasos Perdidos cuando haya que rendir cuentas ante las urnas, porque en los gobiernos de coalición siempre se ha demostrado que la muleta que sostiene al partido preponderante acaba sufriendo lo que podríamos llamar "desistimiento" de su propio electorado: si el realmente útil es el mayoritario, es al que conviene apoyar en la siguiente cita electoral.

La derecha no ganará nunca las elecciones, pero un ex presidente socialista como Felipe González compara el gobierno de coalición con el camarote de los hermanos Marx. ¿Qué papel le reservará a Iglesias en la estrambótica escena?. El de Groucho, por derecho propio, correspondería al impulsor del ejecutivo actual, su presidente. Tal vez al vicepresidente le atribuya el de Chico, que avisa de que no se moverán del camarote hasta que no les hayan dado bien de comer, esconde en el cajón del equipaje a un polizón parásito como Harpo, y a cada plato que se pide al servicio de habitaciones añade dos huevos duros para quedar siempre por encima del que hace el encargo a los camareros.

En el horizonte político del vicepresidente social hay posibles encrucijadas que deberían hacerle replantearse su estrategia de ataques siempre en la misma dirección. Tendrá que tomar una decisión que marcará su futuro, cuando lleguen los recortes que Europa exigirá para entregar a España las transferencias por valor de 140.000 millones de euros, recortes que Pedro Sánchez no ha negado esta semana en el Congreso pese a ser preguntado de forma clara por ello.

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