
En estos momentos la epidemia, al menos en Europa, parece más controlada. Afortunadamente, en todos los países europeos los nuevos casos diarios de contagios y el número de nuevos fallecidos han descendido a una fracción de los que había en la punta de la epidemia. Las estimaciones de los epidemiólogos son que, para junio, si hacemos las cosas bien, sólo tendríamos ya contagios marginales. Toca ahora, por tanto, reconstruir la economía.
Esta crisis económica es muy distinta de las que hemos vivido hasta ahora. Salvo las crisis energéticas de los años setenta, el resto de las recesiones han tenido su origen en desequilibrios macroeconómicos que se iban acumulado paulatinamente, y que, en un momento determinado, ante la imposibilidad de seguir financiando esos desequilibrios, la economía tenía que purgarse a través de una recesión. Este proceso de saneamiento de la economía, aunque es más rápido que la acumulación de desequilibrios, no sucede de golpe, sino que los indicadores se van deteriorando hasta que se entra en la fase aguda recesiva. Es decir, no suele ocurrir en economía que en un trimestre está creciendo al 2%, y al siguiente se contraiga un 5%.
Lo lógico sería que el consumo embalsado aflore según terminen las restricciones
Pero esta ocasión nada es igual. A principios de año la economía española estaba creciendo, incluso tenía algunos signos de aceleración. Han sido los gobiernos, los que, de la noche a la mañana, se vieron obligados a cerrar partes sustanciales de la economía. Cierres, que ahora se abren de forma paulatina también en función de las necesidades sanitarias.
No hay precedentes de algo semejante y, por lo tanto, carecemos de brújula para saber cómo se van a comportar los agentes económicos. Los ciudadanos somos, en economía, muchas cosas simultáneamente. Por el lado de la oferta, vendemos a las empresas nuestro trabajo y les prestamos nuestros bienes de capital, de los que somos propietarios a través del ahorro. Frente al gobierno, somos contribuyentes y recibimos servicios públicos y transferencias. Y en el lado de la demanda, somos, ante todo, consumidores y comparadores de viviendas. Y la gran mayoría somos todas esas cosas simultáneamente: trabajadores, ahorradores, propietarios, contribuyentes, usuarios de servicios públicos y consumidores.
El empleo debe reactivarse rápidamente para reducir el ahorro por precaución
Pero lo que más nos interesa en estos momentos es saber cómo vamos a comportarnos como consumidores. Y esa es la pregunta del millón, porque no tenemos antecedente alguno que nos permita orientarnos. Por una parte, los consumidores llevan dos meses y medio restringiendo sus compras, bien por la imposibilidad física de adquirir algunos bienes y servicios (por ejemplo, hacer un viaje de turismo de unos días) o, bien, porque en una situación de confinamiento, con una reducción sustancial de la vida social, una parte del consumo se hace menos apetecible (para que voy a comprar ropa si no me va a ver nadie). La lógica llevaría a que una parte de ese consumo embalsado aflore en la medida que terminen las restricciones a la movilidad.
Por otro lado, la reducción de rentas producida por la caída de actividad, el miedo a que se produzcan rebrotes de la epidemia y la incertidumbre sobre la velocidad de recuperación de la economía, impulsará a las familias a ahorrar más y consumir menos por lo que pueda venir.
Cuál de los dos efectos predomine es esencial para determinar el ritmo de la recuperación. El consumo de las familias representó en 2019 el 57% del PIB. El consumo es, con diferencia, el principal componente de la demanda agregada y su efecto arrastre sobre el conjunto de la economía es determinante. Pero desconocemos qué es lo que va a pesar más en el ánimo de los consumidores españoles si la incertidumbre sobre el futuro o las ganas de resarcirse del tiempo de confinamiento.
Si atendemos a las previsiones económicas estas están divididas. Las previsiones de la Comisión Europea estiman un crecimiento del consumo en 2021 del 8,9% mientras que el PIB crecería un 7%, es decir las familias serían un motor del crecimiento de la demanda y el consumo arrastraría al PIB. El Gobierno y el Banco de España pronostican lo contrario. Para el Gobierno el PIB crecería un 6,8%, mientras el consumo privado sólo aumentaría un 4,7%. Asimismo, para el Banco de España, en todos sus escenarios, el PIB crece más que el consumo. Los analistas privados se dividen también. Un tercio opina que el PIB crecerá más que el consumo en 2021, otro tercio que ambas variables crecerán lo mismo y el último tercio que el consumo crecerá más que el PIB. Tal diversidad de opiniones indica que en realidad no sabemos lo que va a pasar.
La única economía que va algo por delante en la salida de la epidemia es China. Lo que empieza a observarse en la economía asiática es que la recuperación en servicios y bienes de consumo duradero está siendo más lenta que la de bienes perecederos. Pero hay que tener en cuenta que los niveles de renta y los patrones culturales de China son muy distintos de los de las economías europeas y, además, se trata de los primeros datos inmediatamente posteriores a la fase aguda de la crisis. No parece que podamos afirmar que se trate de un patrón significativo ni trasladable a Europa.
Hay tres factores clave para que el consumo se recupere. En primer lugar, la evolución de la epidemia. Hasta que no se tenga certeza sobre si aparecerán rebrotes, o sobre el desarrollo de una vacuna, los sectores asociados a la movilidad de las personas verán reducida necesariamente su demanda. En segundo lugar, es importante que la demanda de consumo no se desplace hacia bienes de importación. De nada sirve que se reanime el consumo, si las familias se dedican a comprar televisores importados con la parte de su renta que antes destinaban a restaurantes. Y, por último, lo más importante, debe recuperarse rápidamente el empleo. Sin la sensación de que podemos volver a ingresar de forma regular, el ahorro por motivo precaución aumentará considerablemente.
Por tanto, la receta para el momento actual es clara. Incentivar y sostener temporalmente las rentas familiares, que el consumo se dirija hacia bienes y servicios de producción nacional y favorecer la contratación. Ello exigirá un mayor nivel de déficit público corto plazo, que deberá compensarse con medidas que aseguren la sostenibilidad fiscal a medio plazo, incentivos a la contratación y un marco laboral adecuado.