
Mientras el Gobierno de Ángela Merkel en Alemania anuncia que invertirá 12.400 millones de euros en los próximos tres años para ayudar a empresas y trabajadores afectados por las consecuencias del coronavirus, aquí el Ejecutivo socialpopulista de Iglesias y Sánchez sigue sin reaccionar ante la epidemia económica generada por el Covid-19 como se le denomina oficialmente, en contraposición con la aparentemente acertada gestión de la alerta sanitaria. Y ello a pesar de que los organismos internacionales, las agencias de rating y los analistas financieros no dudan ya en avanzar que la generalización de la epidemia nos aboca a una recesión económica más dura aún que la que se venía anunciando antes del conocimiento de la enfermedad.
Desde la OCDE se avanza ya que la epidemia del coronavirus restará medio punto al crecimiento de la economía mundial, quedando en sólo un 2,4 por ciento en 2020, con caídas de ocho décimas en el PIB de China y una en el de EEUU, al tiempo que coloca a Europa al borde de la recesión.
El Covid-19 debe hacer que los países se replanteen su dependencia con respecto a China
Una recesión que Goldman Sachs asegura ya en Italia, coloca a Alemania en los umbrales de la misma, mientras que rebaja en cinco décimas, hasta el 1,3%, el crecimiento de la economía española con las dramáticas consecuencias que tan exiguo avance puede tener para el empleo. Hasta tal punto se ha extendido el pánico que los bancos centrales han avanzado ya su predisposición a intervenir, empezando por esa rebaja de medio punto en los tipos de interés anunciada por la Reserva Federal (FED) estadounidense, a la que se apunta también el Banco Central Europeo (BCE), acompañada posiblemente por nuevas inyecciones de liquidez.
Pero a diferencia de lo ocurrido en la crisis de 2008, estos estímulos de la política el monetaria no tendrán el efecto curativo de entonces, y serán únicamente paliativos, a la espera de la normalización del problema sanitario, al tiempo que su tratamiento exige el acompañamiento de medidas fiscales drásticas dirigidas a la suspensión o rebaja de aranceles y de impuestos indirectos. Es decir, todo lo contrario que está en la hoja de ruta del tándem Sánchez-Iglesias y su pléyade de ministros a la greña.
Porque el efecto diferencial de esta epidemia del Covid-19 con respecto a otras pandemias anteriores es que en una economía globalizada el problema de un país afecta directamente a otros en un aspecto clave como es la producción de bienes donde los insumos de determinadas economías pueden paralizar la actividad otros muchos estados con los que se interrelacionan. Es decir, si antes la paralización o disminución significativa en la producción de bienes de cualquier clase utilizados para fabricar otros bienes afectaba sólo a un país o a una región, hoy puede arrastrar al mundo.
Esta evidencia, que se contemplaba en el plano teórico pero que la extensión del coronavirus ha bajado al terreno de la realidad, debería llevar a las economías desarrolladas a replantearse el actual modelo de autonomía y dependencia en el suministro de materias primas. ¿Ha sido sensato depender mayoritariamente de China seducidos por una economía dirigida con mano de obra barata, mínimos derechos sociales y precios bajos? ¿No ha llegado el momento de aprovisionarse más en África o América Latina y, en el caso de España, apostar por una relocalización industrial hacia la cuenca del Mediterráneo?
Son estas cuestiones para una reflexión que deberían estar haciendo ya quienes tienen capacidad de influencia o actuación sobre las decisiones económicas, a nivel nacional y mundial. Porque, como ha ocurrido siempre en la historia las crisis financieras suelen venir precedidas de acontecimientos predecibles pero inesperados para los burócratas que pueblan los despachos de los organismos multilaterales y que planifican en las musas pero que nunca bajan al teatro de la economía real y la actividad de las empresas. Ocurrió con las hipotecas basura o subprime y visto está que no aprendimos nada de aquella convulsión.