No sabemos la profundidad ni la duración del impacto del coronavirus en la economía mundial, aun no tenemos la información necesaria para ello. Pero sabemos, que el impacto va a ser importante, especialmente en segundo trimestre del año, cuando la ruptura de las cadenas de valor por la interrupción del comercio internacional alcance su máximo. Las mercancías procedentes de Asia tardan de cuatro a seis semanas en alcanzar Europa, y es ahora cuando se empieza a observar una elevada caída de actividad en los puertos más importantes del continente.
Lo que no sabemos es que grado de estacionalidad tiene el virus o que remedios se pueden desarrollar en el campo de la medicina para reducir su propagación y su mortalidad, de estos factores va a depender el impacto económico a corto plazo de la epidemia. Si, como la mayoría de los epidemiólogos sugieren, se producirá una remisión de cara al verano, podríamos tener un par de trimestres malos y luego volver a la normalidad, como ya sucedió en epidemias anteriores. Si por el contrario, los efectos del virus se extienden en el tiempo o son recurrentes estaremos es un escenario mucho peor.
La crisis va a generar grandes cambios estructurales en la industria
Pero con independencia del impacto del virus a corto plazo, lo que es seguro es que se van a producir cambios estructurales en la forma de trabajar de las empresas, especialmente de las industriales, como consecuencia de lo que estamos aprendiendo en esta crisis.
Muchos centros de trabajo, especialmente en las zonas donde el contagio ha sido más elevado, están mandando a sus trabajadores a casa para evitar una mayor difusión del virus. Como esto afecta a la actividad productiva, se están ensayando fórmulas de teletrabajo que en muchos casos pueden resultar exitosas. En este sentido, uno de los efectos no previstos de esta crisis es que las empresas ensayen con éxito formas de trabajo, que, aunque la tecnología las permitía, habían tenido hasta ahora un uso limitado. La paradoja en este ámbito es que podría incrementarse a largo plazo la productividad ante la generalización de prácticas de trabajo a distancia forzadas por la necesidad de evitar el contagio. Los ahorros en forma de menor superficie de trabajo, reducción del tráfico, disminución de tiempos de desplazamiento, etc. en muchos casos pueden ser muy elevados.
Pero dónde seguro se van a producir cambios estructurales importantes es en la actividad industrial. Esta crisis ha puesto de manifiesto que se han infraestimado los riesgos de descomponer la cadena productiva buscando hasta el límite la reducción de costes. Las empresas para maximizar sus beneficios deben minimizar sus costes, ello permite ganar eficiencia en la producción, lo que termina repercutiendo en el consumidor que tienen acceso a más productos, mejores y más baratos.
En la globalización, se lleva la producción de cada fase del sistema productivo al país donde sale más barato, es decir al país que tiene ventaja comparativa en la producción de esa parte de la cadena de valor. Pero al hacerlo, al especializar cada vez más la producción se han puesto de manifiesto unos riesgos que estaban ahí, pero que hasta ahora no habíamos visto. Al concentrar una parte de la actividad productiva en un único proveedor o en un único país proveedor reducimos costes aprovechando economías de escala y ventajas comparativas, pero nos arriesgamos a que si falla ese punto de la cadena de producción se paralice toda la actividad y los costes sean elevadísimos. Como bien saben los financieros, no sólo hay que tener en cuenta la rentabilidad, sino qué riesgo hay asociado a esa rentabilidad.
El auge del teletrabajo incrementará la productividad de las empresas
La lección que están aprendiendo las empresas industriales es evidente, aunque sea a costa de una menor minimización del coste, se debe distribuir el riesgo en las fases críticas de la producción. En los próximos años veremos, por tanto, una revisión completa de los riesgos a los que se enfrentan los procesos productivos, una mayor diversificación geográfica de los proveedores y una vuelta parcial de algunas actividades productivas a los países desarrollados, que tenderán a compensar los mayores costes salariales con tecnología y robotización. Veremos así que un mismo componente se producirá en varios países y con tecnología distintas adaptadas a la estructura económica de cada proveedor.
Como todo esfuerzo de diversificación de riesgos, esto conllevará un coste, que se trasladará a los precios de los productos, pero a cambio disminuirá la incertidumbre de los procesos productivos, y suavizará el impacto de futuras crisis. Para realizar estos cambios se precisará un análisis más exhaustivo de los entornos en los que se realiza la actividad productiva de los realizados hasta ahora y un esfuerzo inversor importante para diversificar las fuentes de suministro. Esta seguramente, será la herencia más duradera de la crisis del Covid-19.